“Porque habéis usurpado la función de los dioses que en otro tiempo guiaron la conducta de los hombres, sin aportar consuelos sobrenaturales, sino simplemente la terapia del grito más irracional: el delantero centro será asesinado al atardecer”.
Este anónimo, recibido en las oficinas de cierto club de fútbol que es más que un club, hará saltar todas las alarmas. La directiva decide contratar a Pepe Carvalho, un detective privado, para que eche una mano con la investigación, que el fichaje de Jack Mortimer ha costado una pasta y de su éxito depende la continuidad del presidente en su cargo.
A través de “El delantero centro fue asesinado al atardecer” -¡eso eran spoilers, y no lo de ahora!- Manuel Vázquez Montalbán hace una precisa disección de diferentes aspectos que orbitan en torno al fútbol: política, intereses económicos, corrupción… Todo, menos deporte.
“El delantero centro fue asesinado al atardecer” es una de las grandes novelas de la serie Carvalho, personaje que volverá a las librerías el próximo enero, redivivo gracias al magisterio del gran Carlos Zanón, en lo que será el acontecimiento literario del 2019 noir. En ella, MVM también habla del otro fútbol. Del fútbol de Tercera y Regional que se jugaba en campos de tierra, en unas condiciones muy precarias y donde la limpieza de los vestuarios dejaba mucho que desear.
No descubrimos nada nuevo si decimos que el fútbol es un gran negocio. Y que, donde hay negocios de altos vuelos, siempre hay tentaciones que acaban desembocando en corrupción. En un solo párrafo, Vázquez Montalbán describe a la perfección el estado de las cosas: “Desaparecidos los fotógrafos y los periodistas, Mortimer había perdido el aura de dios de las áreas y parecía un muchacho que se había equivocado de salón y de compañía. Especialmente en relación con Basté de Linyola, empresario y ex político que había hecho de la presidencia del club una cuestión de penúltima significación social”.
“El delantero centro fue asesinado al atardecer” es una novela que debemos reivindicar por poner de manifiesto que, en las megaestructuras organizadas en torno al deporte rey, el futbolista acaba siendo el eslabón más débil. Muchachos. Eso son los futbolistas. Muchachos cargados de sueños y ambición. Imberbes muchachos de apenas veinte años que, sin embargo, cargan a sus espaldas con una de las mayores responsabilidades que se puedan imaginar: portar la ilusión de miles y miles de aficionados.
Muchachos que, en muchos casos, cegados por el oropel de la fama y los flashes de las cámaras, toman decisiones equivocadas, deportiva y financieramente hablando. Muchachos que, si tienen la mala pata de caer en manos de representantes demasiado avariciosos o la mala fortuna de recalar en clubes gestionados de forma cuestionable; pueden acabar convertidos en juguetes rotos.
Lo estamos viendo a lo largo de los últimos meses, con grandes luminarias del fútbol desfilando por los juzgados para declarar por sus problemas con Hacienda. Que los Messi y Ronaldo copan las portadas, pero que Hacienda somos todos y en el resto de divisiones del fútbol profesional también cuecen habas.
Una de las nuevas series de producción propia de Movistar: “Todo por el juego”, en la que el cineasta Daniel Calparsoro es showrunner y director de los ocho episodios de la primera temporada, tiene al fútbol como eje central de una trama apasionante y en la que se tocan diversos aspectos relacionados con el deporte rey, de la corrupción urbanística a las connivencias entre políticos y directivos.
La serie está basada en una novela de Javier Tebas, presidente de nuestra Liga de Fútbol Profesional, e inspirada en hechos reales, ciertos y contrastados. Cuenta la historia de Mariano Hidalgo, un empresario de la construcción de una ciudad de provincias y furibundo hincha del equipo local, un Deportivo Leonés que juega en Segunda División y corre serio peligro de descender, dada la errática gestión de su presidente, Fernando Saldaña. El próspero empresario, cansado de ver perder a su equipo, decide tomar cartas en el asunto y enfrentarse a Saldaña. A partir de ahí, la guerra. Sucia. Muy sucia.
Una de las subtramas de “Todo por el juego” pone el foco en las mafias de las apuestas deportivas. Describe con todo lujo de detalles cómo se las ingenian para aprovecharse de los futbolistas más vulnerables y conseguir que jueguen para ellos: les ponen delante de las narices coches deportivos de alta gama, despampanantes mujeres, pases VIP para las mejores discotecas, sustancias tóxico-recreativas… Y cuando pican, aunque sea una sola vez, ya los tienen agarrados por donde más duele.
Por la pantalla también desfilan representantes que prometen el oro y el moro a jóvenes futbolistas sudamericanos que, ante la perspectiva de jugar en España, Italia, Inglaterra o Francia, firman lo que les pongan por delante. Y los viejos entrenadores de poder omnímodo que pueden hundir la carrera de las jóvenes promesas, dejando de convocar a un jugador si no se pliega a sus intereses espurios.
Porque en esto del fútbol, como en los demás órdenes de la vida, a nada que no sepan de quienes rodearse, los jugadores siempre pierden.
Jesús Lens