Hace unos meses, horas después de escrutados los votos de las elecciones andaluzas, cientos de personas se echaron a las calles para protestar contra los resultados, amparándose en la llegada de la ultraderecha al Parlamento. Me indigné.
Las elecciones habían sido limpias, sin atisbo de fraude por ningún lado. Los resultados eran democráticamente impecables, por mucho que nos repugne ver a según qué ideologías alcanzar una notable representación parlamentaria. Lo que se había ganado -o perdido- en las urnas, no se debía cuestionar en las calles.
Hoy domingo, más de lo mismo, pero en sentido opuesto. Una manifestación para echar a un Presidente del Gobierno legítimamente elegido por el Parlamento, empleando la misma lógica aritmética que ha hecho Presidente de la Junta a Moreno Bonilla.
Con la calle pasa como con los escraches: si la toman los nuestros, mola todo. Si la toman los otros, es antidemocrático.
El problema es que, de un tiempo a esta parte, empieza a hacerse más política -o lo que sea- en la calle que en las instituciones. Y eso no es bueno. Nada bueno. Después de 40 años de democracia, estaba convencido de que el régimen constitucional que nos rige estaba sólidamente asentado y consolidado. Que no es perfecto, lo sabemos todos. Que la perfección no existe, lo sabemos todos… los que tenemos dos dedos de frente.
Por desgracia, cada vez hay más mitómanos que creen en una Arcadia feliz que, si no alcanzamos, es por culpa de los otros; sean estos quienes quiera que sean. Para unos, los otros son los españoles, así en bruto. Para otros, los catalanes, así en basto.
Los hay que están convencidos de que la culpa del paro es los inmigrantes; los otros por excelencia. También serían culpables del mal funcionamiento de la sanidad y la educación y hasta de la violencia de género.
Y ahí están esos políticos incendiarios, espoleando los más bajos instintos de la ciudadanía, echándole gasolina al fuego; del ‘torrao’ de Blanes al ‘casao’ palentino.
Los espacios que quedan en medio cada vez son más estrechos. No sé si seremos una mayoría silenciosa la que nos mostramos escépticos ante la creciente crispación, pero pienso que ha llegado el momento de ser menos silenciosos y enfangarnos más en defensa de nuestro sistema constitucional y de las instituciones democráticas. Es mucho lo que nos jugamos.
Jesús Lens