Granada 2025

Mary y John llegaron temprano a la Alhambra. Era su sueño desde que leyeron a Washington Irving. Consiguieron ahorrar y, por fin, el viaje. Les hubiera gustado llegar directamente al aeropuerto de Granada, pero no hubo forma. Tampoco les importó. ¡Qué romántico, lo complicado que era llegar a aquella ciudad!

Les extrañó que, al pasar el móvil por el escáner, un guardia de seguridad les obligara a ponerse una pulsera electrónica.

—Es por su propia seguridad. Así están ustedes geolocalizados y, al terminar, se pueden descargar el recorrido en sus móviles.

A la caída de la tarde, tan extasiados como cansados -no se podían creer que no hubiera ni un área de descanso en toda la Alhambra y que las botellas de agua pequeñas se vendieran a 13 euros- esperaron la cola para que les que les quitaran la pulsera.

—Pero ustedes no han pernoctado en la ciudad— les espetó un nuevo guardia de seguridad—. Ni consta que hayan hecho gasto en la tienda de la Alhambra ni en ningún otro comercio granadino.

—Pues no. Llegamos a primera hora y no nos gusta comprar souvenirs…

—¡Ah, claro! Ustedes no son turistas, ¿verdad? Ustedes son via-je-ros… Pues sepan que, hasta que no acrediten unos niveles mínimos de consumo en los hoteles, bares y comercios de Granada, no les puedo quitar las pulseras. Y no se les ocurra intentar manipularlas: son pulseras inteligentes dotadas de un sofisticado mecanismo de descargas eléctricas que les aconsejo no experimentar.

Mary y John no daban crédito. Su vuelo salía en unas horas y no podían perderlo. Al borde de la deshidratación y después de recibir un par de chispazos cada uno, dejaron de discutir con aquel energúmeno y transigieron.

Preguntaron por espectáculos de ópera o conciertos significativos, restaurantes con estrellas Michelín, eventos deportivos, magnas exposiciones, representaciones teatrales de Lorca… Pero no había nada de aquello en Granada.

—¿Entonces, en qué quiere que nos gastemos nuestro maldito dinero?

—Si están cansados de piedras, les aconsejo el Museo de los Títeres y el de la Semana Santa. Mu bonicos… Además, Granada está llena de bares en los que, por nada de dinero, se pueden hinchar de tapas de carne en salsa y roscas de atún con tomate.

Jesús Lens

Infiltrados contra los ciberataques

Noticia del viernes 15 de febrero de 2019: el gobierno español crea el Centro de Operaciones de Ciberseguridad. Su objetivo es, según el Centro Criptológico Nacional, la prestación de servicios horizontales de ciberseguridad que aumenten la capacidad de vigilancia y detección de amenazas en las operaciones diarias de los sistemas de información y comunicaciones de la AGE, así como la mejora de su capacidad de respuesta ante cualquier ataque.

Noticia del lunes 11 de marzo de 2019: nuestro gobierno crea una unidad para combatir bulos, noticias falsas y ciberataques con el fin último de evitar injerencias en las próximas elecciones, tanto en las generales como en las autonómicas y europeas. En dicha unidad se integran expertos de Seguridad Nacional y de diferentes ministerios: Exteriores, Interior y Defensa.

Noticia del martes 12 de marzo de 2019: el Ministerio de Defensa da parte a la Fiscalía de un posible ciberataque a su red informática interna. El incidente se encuentra ahora mismo en fase inicial de investigación y están trabajando sobre él tanto el Mando de Ciberdefensa como el Centro de Sistemas y Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (CESTIC).

Les confieso que leyendo todas estas noticias, además de algo bastante parecido al sudor frío, sentí un cierto deja vù. Porque todo esto yo ya lo he visto. Hace muy poco. En una película de la HBO: ‘Brexit: The Uncivil War’, de la que les hablé aquí, y en la cuarta temporada de una de las mejores series de la historia de la televisión europea: ‘Oficina de infiltrados’.

La película interpretada por Benedict Cumberbatch no es policíaca, pero hay que destacar la trama protagonizada por Cambridge Analytica, la tenebrosa empresa de Robert Mercer y Steve Bannon, con su opaco trabajo de minería de datos, análisis del big data y utilización del microtargeting a través de las redes sociales, dado que algunas de sus prácticas fueron calificadas como ilegales por las autoridades británicas.

La que sí entra dentro de nuestro rango temático es esa ‘Le Bureau des légendes’ de la que ya les hablé hace unos meses (leer AQUÍ) y cuya cuarta temporada es tan buena como las anteriores, si no mejor. ¿O será que estoy obsesionado con la cuestión del terrorismo cibernético?

Ha querido la casualidad que viera una nueva andanada de las aventuras de Malotru, el espía francés, justo cuando Granada se convertía en la capital oficiosa de la Inteligencia Artificial española, acogiendo un congreso en que se ha debatido sobre las potencialidades de esta revolución tecnológica y su dimensión ética.

Casualidad porque la trama más importante de la cuarta temporada de una de las mejores series de espías jamás filmadas tiene que ver, precisamente, con la colusión entre la IA y su injerencia en los procesos electorales y democráticos.

Al comienzo de la misma descubrimos a Malotru, el proscrito y repudiado miembro de los servicios secretos franceses interpretado por un magistral Mathieu Kassovitz, escondido en Rusia. No tarda en ser descubierto por los agentes del gobierno de Putin.

En Francia, sus antiguos compañeros entran en pánico al conocer la noticia, temiendo que les traicione. Sobre todo porque acaban de infiltrar a una agente en Moscú que les ha puesto tras la pista de un objetivo muy goloso: el centro de estudios ruso en el que la inteligencia artificial trabaja para influir en las elecciones de cualquier país del mundo.

En una reunión del máximo nivel de los servicios de seguridad franceses se discute si conviene o no infiltrar a un agente en dicho centro. Y asistimos al siguiente diálogo:

—“Excepcionalmente voy a citar a Putin: “quien se convierta en líder de la inteligencia artificial, será quien domine el mundo”. Es como si en los años 30  introdujésemos un agente en un centro de investigación nuclear ruso y volviera con los planos de su bomba atómica”.

No les cuento nada más sobre esta subtrama, en la que hay varios personajes implicados y enredados entre sí, incluyendo a esos hackers reconvertidos en servidores de la ley y el orden.

Mathieu Kassovitz (Malotru)

Por otro lado, hay una trama sobre islamismo radical y atentados terroristas protagonizada por un analista experto en interrogatorios… cuyo notable sobrepeso le pone en complicadas tesituras cuando tiene que actuar sobre el terreno. Tampoco faltan los conflictos habituales entre unos oficinistas cuyos trabajos, tantas veces al límite, contrastan con su existencia gris y burocrática.

Pero, ¿es para tanto lo la ciberguerra? Estoy convencido de que sí. Unos datos: a lo largo de 2018, el CNI contabilizó unos 38.000 ciberincidentes de diferente gradación dirigidos contra instituciones públicas y empresas de interés estratégico, lo que supone un 43% más que el año anterior. De dichos ataques, un 5% fue calificado como de peligrosidad muy alta y 102, críticos. Solo en enero de este año, el Centro Criptológico Nacional del CNI, identificó más de 4.000 incidentes cibernéticos.

Así las cosas, solo me queda una duda: ¿cómo es posible que los guionistas de ‘Oficina de infiltrados’ vayan por delante del gobierno español a la hora de calibrar la trascendencia de la ciberseguridad?

Jesús Lens

Recaída en la crisis

Cuando todavía no ha terminado la salvaje crisis desencadenada en 2008, puede haber una nueva en perspectiva, lo que resulta aterrador dado que los efectos de la tormenta perfecta que nos ha estado barriendo en los últimos diez años siguen golpeándonos de forma inmisericorde: precariedad laboral, desigualdad rampante, inasumibles cifras de paro que, en el caso del desempleo juvenil, clama al cielo…

Para determinados analistas y estudiosos, una vez que el PIB volvió a la senda de crecimiento y las grandes cifras macroeconómicas empezaron a apuntar al alza, la crisis había terminado. La gente a pie sabemos que ni de coña, pero ¿a quién le importa la opinión de los que pagamos el café o la cerveza contando monedas sobre la barra?

El caso es que, con macrocifras en la mano, vuelven a pintar bastos para la economía mundial. Ya no es una percepción de tiesos y quejicas. Lo dice el Banco Central Europeo, que ha rebajado sustancialmente las previsiones de crecimiento en la Eurozona, ha congelado la prevista subida de tipos de interés y vuelve a inundar el mercado con liquidez, a ver si fluye el crédito para empresas y familias.

¿Saben ustedes cuándo empieza a ser realmente grave la situación? Cuando la información económica salta de las páginas salmón de los periódicos a las de blanco y negro. Cuando se empiezan a publicar editoriales y columnas sobre el tema. Cuando los contertulios habituales vuelven a aparentar que saben algo de economía. Y todo eso está pasando.

Lo peor de esta amenaza es que estamos inermes frente a ella. Ni usted ni yo podemos hacer nada. No es como cuando cae una nevada, prevista y anunciada, que podemos encerrarnos en casa después de hacer acopio de galletitas y pasarla viendo Netflix. Las crisis económicas son como los tsunamis: llegan de golpe y arramblan con todo.

La mera posibilidad de una recaída en la crisis, tal y como describe la situación el economista Santiago Carbó, da pánico. No pretendo ser alarmista, pero tampoco podemos hacer como en 2008, cuando tantos prebostes que sabían lo que se cocía -o debían saberlo- escogieron como gurú al avestruz que les recomendó meter la cabeza en un agujero y no complicarse la vida.

Jesús Lens

¿Y el Anillo pa’cuando?

Tres veces habla Marifrán Carazo de “falta de empuje” en la entrevista que le hizo Quico Chirino y que Ideal publicaba el pasado domingo. (Leer AQUI) Falta de empuje, por supuesto, de la anterior Junta de Andalucía.

Foto: Pepe Marín

Según la consejera de Fomento de la nueva Junta, el gobierno socialista “no tuvo la valentía ni el empuje suficiente para aprobar un presupuesto”, además de denunciar escasa fuerza y nula tensión en la actividad de agencias públicas como las de Obra Pública y Vivienda y en el impulso a proyectos como el del parking de Arabial y al eje Arabial-Palencia, para los que habría consignados 11 millones de euros… todavía pendientes de poner en producción.

En la entrevista, Carazo también denuncia dejadez, mucha dejadez en el gobierno del PSOE. Y asimetría en las inversiones realizadas entre dos Andalucías que, al final, resultará que no es solo una.

A la vez que critica la falta de espíritu de los anteriores rectores, Marifrán muestra una actitud diligente, activa y prometedora para con nuestra tierra, con el famoso cierre del anillo como proyecto que el PP pretende desempolvar y actualizar “y, en paralelo, estudiar otro tipo de propuestas y medidas para mejorar la movilidad en el Área Metropolitana”.

El mismo domingo, Ideal publicaba que la juventud pasa mucho de sacarse el carné de conducir. Entre el transporte público y las plataformas digitales para hacer viajes compartidos, la juventud se va olvidando del coche, felizmente y cada vez más. El éxito del Metro, así lo avala.

Con temas como el del cierre del anillo pasa que, de tan manoseados, repetidos, prometidos y nunca ejecutados; aburren, cansan y asquean. El anillo cincunvalatorio es tan pesado como el de la canción de Jennifer López y, desde luego, mucho menos interesante que el de la trilogía de Tolkien. El cierre del anillo es una invitación a hacer scroll en la pantalla, a pasar la página del periódico con hastío, en busca del horóscopo o la combinación ganadora de la bonoloto.

¿Lo ejecutará el gobierno de Moreno Bonilla? Ya lo veremos. Pero, sinceramente, me parece mucho más prometedor lo del “otro tipo de propuestas y medidas para mejorar la movilidad en el Área Metropolitana”, por vago que sea el discurso.

Jesús Lens

 

Testamento fílmico de Clint Eastwood

Como jóvenes Millenials. Así nos descubrimos Fernando Marías, Cristina Higueras, Félix J. Palma y yo en la sobremesa de una de las comidas del pasado festival Gravite: buscando fotos en Google y compartiéndolas con frenesí. Paradójicamente -es lo que tienen los viajes en el tiempo- las imágenes correspondían a un sujeto casi centenario: Clint Eastwood.

Queríamos creer. Queríamos creer que ‘Mula’, la última película de Eastwood, iba a ser buena. Queríamos creer porque el cartel de la película y algunos de sus fotogramas nos hacían concebir las mejores esperanzas.

El pasado viernes se estrenó ‘Mula’ y el sábado por la noche fui a verla a Kinépolis, que la proyecta en VOS. ¿Las sensaciones? Buenas. Muy buenas. No es ninguna obra maestra, no está a la altura de las mejores cintas del maestro y muestra algunos momentos excesivamente sensibleros. Pero es una película más que interesante, sobre todo, por lo que tiene de fusión entre la vida y la obra del cineasta.

A partir de aquí voy a destripar las dos últimas secuencias de ‘Mula’. En realidad, creo que la película se disfruta igual conociendo el desenlace, pero avisados quedan: si siguen leyendo, lo hacen bajo su propia responsabilidad.

Eastwood ha tenido una vida personal complicada. Con una de sus hijas, Alison, mantuvo una relación tan conflictiva y durante tanto tiempo, que la ha incluido como actriz en ‘Mula’… para pedirle perdón. En público. A la vista de millones de espectadores. Porque eso es en realidad la última película de Clint: una confesión de culpabilidad, sin atenuantes, y un personalísimo acto de contrición.

Padre e hija en la ficción… y en la realidad.

En el plano final de ‘Mula’, el personaje interpretado por Eastwood aparece cultivando flores, la pasión-profesión por la que dejó de lado a su familia. Pero lo hace encerrado en una cárcel, cercado por concertinas y alambre de espino. Levanta la vista, sonríe y, mientras la cámara se aleja, él camina despacio, como el achacoso anciano que en realidad es. Desaparece de la pantalla por el ángulo inferior izquierdo. Despacio. Con discreción. Sin ruido ni aspavientos. Mientras, la vida continúa.

Es posible -y ojalá me equivoque- que hayamos sido privilegiados testigos de la despedida de un coloso del cine. Solo por eso, no deberían perderse ‘Mula’.

Jesús Lens