Los mete-ruido de fondo

El ruido de fondo es un fenómeno no solo acústico y cada vez más presente en nuestro día a día. Técnicamente, el ruido de fondo es cualquier sonido indeseado que se produce de forma simultánea a la realización de una medida acústica y que, por tanto, puede afectar al resultado de la misma.

Si extrapolamos el concepto a la vida diaria, el ruido de fondo es todo ese barullo que se forma en torno a cualquier tema importante, ese runrún que trata de desviar la atención de lo realmente significativo, introduciendo elementos distorsionadores que complican el sereno análisis y la tranquila reflexión.

Lo hemos visto estos días, por ejemplo, con la cuestión del feminismo. En las conversaciones, hilos y discusiones, siempre aparece un comentario, una anécdota, una cifra o una captura de pantalla que, fuera de contexto, trata de desviar el objeto del debate.

Cada vez hay más polemistas convertidos en expertos mete-ruido de fondo cuyo único fin es dinamitar una productiva confrontación de ideas con sus boutades, chascarrillos y salidas por la tangente. Da lo mismo el tema que se trate, siempre tienen un arsenal de lugares comunes, expresiones hechas e insultos más o menos resultones para condicionar el debate. Al que no aportan nada, en realidad.

El fin último de los generadores de ruido de fondo es doble: por un lado, repetir hasta la saciedad los mismos mantras, el argumentario habitual de sus líderes. Por otro, reventar los debates por la vía de aburrir y cansar a cualquier persona que tenga dos dedos de frente… y algo más que hacer que responder a lo que antes llamábamos trolls.

No alimentar al troll era, y sigue siendo, la única consigna válida para evitar que el ruido de fondo nos ensordezca a todos. Por desgracia, la radical polarización ideológica en que nos encontramos, con su exigencia de adhesión inquebrantable a los postulados del líder de turno, cada vez les da más voz, eco y amplificación a los mete-ruido de fondo.

Vivimos en tiempos de ángeles y demonios, de cielo e infierno. La banda sonora de nuestra vida es el incesante son de los tambores y las vuvucelas que, antes, solo era propio de los enfrentamientos futbolísticos.

Jesús Lens

Humor e Inteligencia Artificial

Hace unos años, cuando se empezó a hablar seriamente del proyecto del acelerador de partículas, no pude evitar la tentación de escribir una columna de corte sarcástico en la que ironizaba con la paradoja de que se fuera a instalar algo llamado ‘acelerador’ en una tierra donde los proyectos y las ideas, o no se mueven, o lo hacen a la velocidad de un caracol artrítico de la tercera edad y media.

Al compartir la columna en las redes sociales, el economista Santiago Carbó me reconvino cariñosamente, dándome un tirón de orejas: el del acelerador era un proyecto lo suficientemente importante como para que ciertas bromas no aplicaran.

Reconozco que no supe cómo tomármelo. Para mí, la ironía y el sarcasmo; la burla y la sátira, son sacrosantos: apelando a la inteligencia del lector, el humor es la mejor herramienta crítica con que la evolución nos ha dotado. Y, sin embargo, qué riesgo encierra…

El pasado lunes, Granada dio un paso más en su consolidación como centro neurálgico de la realidad artificial en España, convertida en capital oficiosa de una disciplina científica de inmensa proyección de futuro: nuestra ciudad acogió la presentación del Plan Nacional de Inteligencia Artificial, durante la que se hicieron necesarios llamamientos a su dimensión ética.

Francisco Herrera, máxima autoridad en el campo de la Inteligencia Artificial

La tentación era muy fuerte. Jugar con el concepto de inteligencia artificial en los robots en contraposición a la burricie natural de los seres humanos de andar por casa. No faltaron chascarrillos alusivos en las redes sociales, faltaría más.

Confieso que, más allá de lo ingenioso o no de los chistecitos de marras, entendí a la perfección a Santiago Carbó: en este caso, el pretendido humor no le aportaba nada al debate ni funcionaba como crítica o llamada de atención. Se agotaba en sí mismo, sin ir más allá de la chanza. Chanza con ribetes políticos, en casos interesados, dado que el Plan Nacional de Inteligencia Artificial fue presentado por el presidente del Gobierno.

No. El humor no debe tener límites. Pero hay que saber manejarlo sabiamente, eligiendo el cómo y el cuándo. El porqué y el para qué. Y, sobre todo, el contra quién. No caer en el chiste fácil y evidente, de trazo grueso, también es un arte.

Jesús Lens

Un museo en la Merced

Hace unos días, cuando el PP presentaba su programa electoral, los comentaristas pusimos el acento en algunas de sus propuestas más llamativas y pintorescas, de las escaleras mecánicas para subir a la Alhambra y al Albaicín -¡al cielo con ellas!- al Gran Túnel por los bajos de nuestra ciudad. (Leer AQUÍ)

Había una, sin embargo, a la que apenas le prestamos atención: convertir el convento de la Merced en el tantas veces requerido Gran Museo de la ciudad. O Museo, a secas. Que de tan granaínos que somos, a todos los proyectos les añadimos el ‘gran’ cuando son ideas y después, si se materializan, corren el riesgo de quedarse en nada, verbigracia, el Gran Espacio Escénico.

Ayer tuvimos la suerte de disfrutar en las páginas de Ideal y en la web del periódico del portentoso reportaje de Jorge Pastor sobre la restauración de la bóveda del convento. ¡Qué maravilla! No les cuento nada sobre su riqueza artística. ¡Lean a Jorge y deléitense con la espectacular foto de Pepe Marín!

El problema, o mejor dicho, el efecto colateral de tanta belleza es que tengo la necesidad compulsiva, no ya de ver esa bóveda restaurada, sino de que el edificio albergue el inexistente Gran Museo de la ciudad. O el Museo, como hemos convenido para no incurrir en peligrosas gran-dilocuencias.

Sebastián Pérez insistió ayer en ello. Además, propuso convertir el Centro Cultural de Gran Capitán en Museo de Arte Contemporáneo. Dos propuestas muy interesantes que vendrían a enriquecer nuestra vida cultural, a ampliar los recursos museísticos del centro urbano de cara a viajeros y turistas y a dar empaque a la candidatura a la Capitalidad Cultural del 2031.

Una idea mucho más sensata y factible que aquellos siete museos inventados por el grupo de trabajo de la citada Capitalidad, más llamados a contentar a los poderes fácticos del entorno -¡ay, los roalillos!- que a convertirse en realidad. (AQUÍ escribí sobre ello)

El Gran Espacio Invisible

La sabiduría popular reza que el que da primero da dos veces. Con esta propuesta, el PP acierta de pleno, presuponiendo que hayan sondeado al Madoc, propietario y diligente custodio del edificio, y que no pondrá impedimentos. ¿Qué nos propondrán el resto de partidos? Aún queda mucho tiempo, cierto, pero empezamos a tener curiosidad.

Jesús Lens

Ceniza, lluvia y viento

Ayer fue Miércoles de Ceniza. Comenzó la Cuaresma, por tanto. No sé a ustedes, pero a mí me sobresaltó el viento cuando todavía era de noche. El día amaneció gris y, a medida que pasaban las horas, se encapotó más y más. Las nubes cubrieron Sierra Nevada -no hay metáfora, malicia ni doble sentido en esta aseveración- y, por fin, llovió. ¡Por fin!

Más allá de lo puramente religioso, una tarde como la de ayer invita al recogimiento y a la reflexión. Máxime porque este año, el Miércoles de Ceniza ha caído muy tarde y, entrados en marzo, es buen momento para hacer balance de estas primeras semanas del año.

Los propósitos de Año Nuevo, por ejemplo. ¿Qué tal van ustedes con su cumplimiento? Imagino que depende de lo ambiciosos que fueron al plantearse sus objetivos… Yo estoy razonablemente contento. En mi lucha diaria contra la tiranía del tiempo, aún no he sido devorado por las manecillas del reloj. Estoy controlando los horarios desbocados, he visto diez películas en las salas de cine y otras veinte en casa.

He sacado tiempo para leer diez libros y otros tantos tebeos y, según el controlador del móvil, paso menos tiempo conectado. He vuelto a correr y a jugar al baloncesto con regularidad -no sé para qué hablo, que me acabo de fastidiar un pie tras un descuidado tropezón- y he cambiado ciertas pautas alimenticias: mi nevera es homenaje a la bandera andaluza, repleta de cosas verdes -sic- y blancas, por la amenaza de la osteoporosis.

Laboralmente, las cosas marchan razonablemente bien: hemos sacado adelante con éxito notable un nuevo festival, el Gravite, y ya estamos embarcados en la preparación de la quinta edición de Granada Noir. Y aquí me tienen, un día tras otro, compartiendo mis cuitas con ustedes.

Diluvia en el Zaidín mientras escribo estas líneas. Y, sinceramente, no se me ocurre otra noticia mejor, más necesaria ni positiva. Llueve, finalmente. Con alegría y generosidad. ¡Ya era hora de que entrara el buen tiempo en Granada!

Ojalá que la Cuaresma esté pasada por agua. Que llueva mucho y bien. A ver si bajan los niveles de polen y de contaminación, y por extensión, los de crispación, nervios y mala follá.

Jesús Lens

Don Winslow remata su Trilogía del Narco con ‘La frontera’

Es uno de los monumentos literarios del siglo XXI. Don Winslow ha invertido nada menos que veinte años en terminarlo, ¡pero cómo lo ha rematado! De forma espectacular y esplendorosa.

Tras cinco días de lectura compulsiva, dedicado en cuerpo y alma, he terminado de leer ‘La frontera’, recién publicada por la editorial Harper Collins, y todavía me tiembla el pulso. Y no porque el libro de Winslow sea un tocho de casi mil páginas, precisamente… Al menos, no solo por eso.

Teniendo en cuenta que ‘La frontera’ es un libro que denuncia el tráfico de drogas, me parece de mal gusto utilizar expresiones como novela adictiva o que su lectura engancha. Sin embargo, la narrativa de Don Winsow provoca ese efecto en el lector: cada una de sus páginas es una papelina de droga dura. Droga literaria, pero droga, al fin y al cabo.

Mi idilio con Winslow y con Art Keller, su personaje de cabecera, comenzó a comienzos de 2010, cuando el llorado y siempre recordado Paco Camarasa me recomendó ‘El poder del perro’ durante una visita a su librería de la Barceloneta.

Comienzo a leer: “El Sauzal. Estado de Baja California. México. 1997. 

El bebé está muerto en los brazos de su madre. 

A juzgar por la forma en que yacen los cuerpos (ella encima, el bebé debajo), Art Keller deduce que la mujer intentó proteger al niño. Debía de saber, piensa Art, que su cuerpo no podría detener las balas (de rifles automáticos, desde esa distancia), pero el movimiento debió de ser instintivo. Una madre interpone el cuerpo entre su hijo y quien quiera hacerle daño. Así que se dio la vuelta, se retorció cuando las balas le alcanzaron, y después cayó sobre su hijo.

¿De veras creía que podría salvar al niño? Tal vez no, piensa Art. Tal vez no quería que el niño viera surgir la muerte del cañón del arma.

Tal vez quería que la última sensación del niño en este mundo fuera la de su pecho. Envuelto en amor”.

A partir de ahí, 700 páginas de adrenalina pura. Esto fue lo que escribí en su momento, enfervorecido tras la lectura: “Para no ser reduccionistas, ¿cómo contamos de qué va ‘El poder del perro’ en un puñado de palabras? Va de todas esas noticias que, día a día, leemos en la prensa, sobre lo que pasa en países como México, Colombia y alrededores: drogas, muertes, capos, venganzas, decapitaciones, masacres indiscriminadas, la DEA, la CIA, la Contra nicaragüense, el tráfico de armas, las FARC, la mafia irlandesa, la frontera y el Río Grande, las fidelidades, traiciones, vendettas, amores y desamores…”.

Ha sido uno de los libros que con más pasión he recomendado. Con acierto, casi siempre. Una amiga, sin embargo, me dijo que no pudo con él. Que era demasiado violento, sangriento y truculento. Le recordé las palabras del propio Winslow, respondiendo a esa crítica: “hay personajes ficticios y en más de una ocasión he fundido y mezclado acontecimientos; pero hay muy poco en el libro que no haya realmente sucedido. Eso es lo que da miedo. Mi editor se la pasaba diciéndome “Don, esto es demasiado”, y yo le respondía: “De acuerdo, yo pienso lo mismo. Pero es verdad”.

En el año 2015, Winslow se alzaba con el Premio RBA de Novela Negra con ‘El cártel’, continuación de su anterior novela. Su lectura no me conmocionó de la misma manera. Seguí los pasos de los protagonistas y volví a vibrar con ellos, pero el factor sorpresa se había diluido. Entre una y otra lectura habían ocurrido demasiadas cosas: la brutalidad de la película ‘Sicario’, por ejemplo. O el impacto de la serie ‘Breaking Bad’ y las narrativas transmedia de David Simon, Dennis Lehane y George Pelecanos.

¿Por qué, entonces, me ha subyugado de tal manera la lectura de ‘La frontera’ con la que Winslow cierra su Trilogía del Narco? Por supuesto, por el ritmo. Eso es lo primero y más importante. ¡Increíble la cantidad de hilos narrativos que mantiene en tensión, a lo largo de 1.000 páginas! Para conseguirlo, el autor utiliza un recurso estilístico interesantísimo: escribe en una falsa tercera persona que, en cada capítulo, se convierte en monólogo interior de un personaje. Esto permite al lector ponerse en la piel de todos y cada uno de los protagonistas, de sentir como propios e interiorizar sus anhelos, dudas, miedos y zozobras.

También es importante que, tal y como nos han acostumbrado las series contemporáneas, cualquier personaje es susceptible de morir en cualquier momento de la novela. Y, pueden creerme: la Boda Roja de ‘Juego de tronos’ se queda en comunión de tercera categoría cuando los cárteles comienzan a matar.

La trama, además, cabalga a lomos de la realidad de más rabiosa actualidad. De hecho, estos días estamos leyendo en la prensa noticias sobre el posible impeachment al presidente de los Estados Unidos y precisamente ese es uno de los hilos argumentales de ‘La frontera’, yerno incluido. Y está la terrible y dolorosa historia de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, México, en 2014.

Y están esos periodistas que se enfrentan al Narco y se empecinan en contar la verdad, aunque se jueguen la vida en el intento. De hecho, Winslow les dedica sus libros a ellos, a los periodistas muertos en acto de servicio. Y a los periodistas de todas partes.

 

Termino con una analogía que ha hecho fortuna: la Trilogía del Narco es ‘El Padrino’ del siglo XXI. Yo mismo la he utilizado en más de una ocasión. Tras leer ‘La frontera’, me reafirmo en la misma, aunque también la pongo en sordina. Mientras leen la novela, déjenme que me cargue de argumentos, en uno y otro sentido, y lo comentamos próximamente.

Jesús Lens