Terminé de atar cabos al ver un antiguo póster de la película. “¡Grupo salvaje es Río Bravo más Bonnie y Clyde!”, rezaba el reclamo publicitario del cartel, con las sombras de los protagonistas dirigiéndose a su incierto destino, difuminadas en un intenso fondo azuloscurocasinegro.
Hay que reconocer que el autor del lema estuvo fino al vincular tres obras maestras de la historia del cine. Tres películas que, para mí, atesoran una significación especial, además. Pero, ¿qué tiene ‘Grupo salvaje’, un western de libro, para asomarse a esta sección, dedicada al género negro?
En primer lugar, es una película killer, como defendí en mi ensayo ‘Muerte, asesinato y funeral del western’, tesis de la que también participa Javier Márquez Sánchez, uno de los grandes especialistas en Peckinpah, cuando escribe en el número de verano de Tinta Libre que se trata de: “un western aparentemente clásico, protagonizado por actores de toda la vida que, sin embargo, habría de remover para siempre los cimientos del género y de Hollywood… Nadie podía pensar por aquel entonces que Sam Peckinpah iba a convertirse en el hombre que mató (conceptualmente) a John Ford”. Efectivamente, después de ‘Grupo salvaje’, el western jamás fue volvió a ser igual. Ni el cine negro tampoco.
La época a la que hace referencia Márquez Sánchez es otro dato básico para comprender el impacto que tuvo ‘Grupo salvaje’. Nos encontramos en 1969, hace exactamente 50 años. Estados Unidos estaba en plena efervescencia, dividida entre los movimientos por los derechos civiles, los hippies y la guerra del Vietnam. Y el cine, férreamente controlado hasta entonces por el sistema de estudios, empezaba a reventar sus costuras.
El mejor ejemplo lo encontramos en ‘Bonnie and Clyde’, otra película disruptiva que, en 1967, convirtió a dos gángsteres en héroes románticos, imprimiéndole a la historia unas dosis de violencia nunca vistas en el mainstream. Y esa era una espinita que Peckinpah tenía clavada muy adentro: en ‘Mayor Dundee’ ya quiso imprimir una brutal fisicidad a las secuencias de acción, haciéndolas lo más explícitas posible, pero la censura se cebó con ella y el montaje que se exhibió en las salas era muy diferente del previsto por el irascible director, que terminó orinando sobre la pantalla tras un pase privado con sus productores.
En ‘Grupo salvaje’, Peckinpah sí pudo explayarse, convirtiendo la famosa secuencia del paseíllo de los protagonistas en un baño de sangre. La cámara lenta se recrea en la muerte, mostrando los cuerpos en escorzos imposibles y las balas desgarrando las vísceras. Sin embargo, no es una violencia exhibicionista, como no tardaríamos en ver en infinidad de émulos de Peckinpah. Es una violencia trágica y dolorosa que trata de llamar la atención del espectador sobre sus brutales efectos.
Tal y como escribe Ramón Alfonso en uno de los artículos que forman parte del libro del 50 aniversario de ‘Grupo salvaje’, publicado por Notorius ediciones: “El fin de ‘Bonnie and Clyde’ representa en definitiva un inmejorable anuncio-boceto de la batalla de ‘Grupo salvaje’”.
Una violencia que también impresionó a Martin Scorsese, que recuerda así su primer visionado de la película: “La violencia era estimulante, pero te sentías avergonzado por estar estimulado, principalmente porque reflejaba lo que estábamos haciendo en la realidad en Vietnam, lo que veíamos en las noticias de las seis”. Y ya sabemos lo importante que fueron tanto la violencia como Vietnam para el director de ‘Taxi Driver’.
Y está el determinismo planteado por la historia, otro tema clásico tanto del western como del cine negro. Así lo reflejaba el crítico de la revista Sight & Sound, en 1969: “Pike Bishop, como el pistolero de ‘El silencio de un hombre’, de Melville, arregla la ceremonia de su propia muerte; es un hombre muerto desde el principio”. Como el mismísimo Tony Montana interpretado por Al Pacino. ¿Hubiera sido posible el final de ‘El precio del poder’ sin la secuencia de la ametralladora de ‘Grupo salvaje’?
Y ahora que hablamos de locos y descerebrados, no podemos olvidar el corto, pero intenso papel de Bo Hopkins, un psicópata de manual que anticipa lo que estaba por venir, con villanos más retorcidos que los cables de los antiguos auriculares. Un zumbado al que sus propios compañeros dejan abandonado a su suerte sin tener siquiera un pensamiento para él.
‘Grupo salvaje’ también sentó las bases para la filmación de las secuencias de atracos en el cine del futuro. En este sentido, por ejemplo, Michal Mann siempre ha reivindicado la influencia de la película de Peckinpah en su forma de afrontar las secuencias de acción de ‘Heat’… sin necesidad de acudir a la ralentización de las imágenes. La influencia de ‘Grupo salvaje’ es perfectamente reconocible, en fin, en guionistas y directores de películas policíacas como Paul Schrader, John Millius y, sobre todo, Walter Hill. De hecho, ‘Traición sin límites’, protagonizada por Nick Nolte, se sitúa en la estrecha franja que separa el homenaje del plagio.
Celebren como se merece el 50 aniversario de una película mítica de la historia del cine y entréguense al rastreo de las influencias de ‘Grupo salvaje’ en el cine policíaco de este medio siglo. Verán qué cantidad de sorpresas les aguardan.
Jesús Lens