El crimen en Nueva York

Como si de un Papá Noel Noir se tratara, la editorial RBA se ha marcado un libro totémico y monumental para esta Navidad: ‘El crimen en Nueva York’, subtitulado como ‘Los casos más famosos en la historia de la ciudad’.

Se trata de un elegante libro ilustrado de más de 300 páginas que hace un completo recorrido por la historia negra y criminal de una de las grandes capitales del mundo. Entre los crímenes y los delitos detallados en el libro los hay enormemente famosos, como el de John Lennon a la puerta del edificio Dakota, y otros de poca monta. Aparentemente. Por ejemplo, el de Brian Watkins.

Watkins era un joven de Utah que estaba de vacaciones en la Gran Manzana con sus padres y su hermana. Aficionados al tenis, habían estado viendo cómo John McEnroe le remontaba dos sets a Emilio Sánchez Vicario. Iban camino del Village, para cenar, cuando un grupo de jóvenes les asaltó en el metro. Querían dinero para entrar en una discoteca y atracaron a la familia empleando violencia tumultuaria. Brian se llevó una cuchillada y falleció camino del hospital.

Aquel año, 1990, Nueva York contabilizó nada menos que 2.245 asesinatos. Una media de 6,15 al día. Por contra, en 2014, se sumaron 328 asesinatos. 0,089 diarios. La absurda muerte de Brian terminó de soliviantar a la gente. Los medios estallaron, las cabeceras de los grandes periódicos se llenaron de enormes titulares exigiendo una solución y las cosas empezaron a cambiar.

Hay quien sostiene que la Nueva York de hoy es una ciudad aburrida, sosa y para niños. Como una especie de Disneylandia para turistas adultos. Que la Nueva York auténtica, la que molaba, era la peligrosa. La ciudad en la que, por ejemplo, un borracho con mal de amores se las ingeniaba para comprar un dólar de gasolina y le pegaba fuego a una discoteca con una cerilla. Como el local era clandestino y no tenía medidas de seguridad, plan de incendios o nada por el estilo, se convirtió en una ratonera donde murieron 87 personas, abrasadas y carbonizadas.

El delito tiene un indudable componente sociológico que queda perfectamente retratado en libros como ‘El crimen en Nueva York’, escrito a seis manos por Robert Mladinich, un antiguo policía con 20 años de servicio a sus espaldas; Philip Messing, acreditado periodista de investigación especializado en temas criminales y Bernard J. Whalen, teniente de la policía de Nueva York.

Como señala Whalen en la introducción, “teníamos información de primera mano sobre los delitos y entrevistamos a sus protagonistas, víctimas incluidas, para conocer su versión de los hechos”. Eso, sobre los casos más recientes. Porque otro de los puntos fuertes de ‘El crimen en Nueva York’ es que la historia criminal que nos narra arranca nada menos que en 1802.

¿Se acuerdan de la película ‘Gangs of New York’, de Martin Scorsese? Pues más o menos por aquella época arranca un libro en el que la violencia contra la mujer está muy presente. Por ejemplo, el asesinato de Helen Jewett, en 1836, a manos de su amante. O la historia del Escultor Loco, que daría para una magnífica película. Crímenes como el de la violinista del Metropolitan Opera House, que desapareció en el entreacto de un concierto, después de maravillar al público con sus interpretaciones de ‘El pájaro de fuego’ y ‘Don Quijote’. O el asesinato de Kitty Genovese, quien murió acuchillada en la puerta de su casa, frente a la indiferencia de sus vecinos. Aunque, en realidad, no hubo tanta indiferencia…

La lucha contra la Mano Negra, al principio, y contra la Mafia después; ocupa varios capítulos. Capítulos muy cortos todos ellos, aunque completos e informativos. Apuntes del natural que invitan al lector a seguir profundizando en los casos que le parezcan más interesantes.

Por ejemplo, el del teniente Joseph Petrosino, uno de los primeros infiltrados en la lucha contra la mafia. O la historia de Asesinato S.A., la multinacional del crimen montada por la Cosa Nostra. Conoceremos de cerca la muerte de Anastasia y la suerte de su sucesor, el polémico John Gotti. ¡Y descubriremos a la auténtica French Connection!

En paralelo, iremos sabiendo de la modernización de la policía, desde los primeros programas de clasificación de delincuentes y el ‘descubrimiento’ de las huellas dactilares a los modernos procesos de detección de ADN.

También hay robos y atracos de película. Literalmente hablando. Desde el famoso atraco a la Lufthansa que sirvió a Scorsese —¿quién si no?— como argumento de su mítica ‘Uno de los nuestros’ al robo de las joyas de Tiffany’s, pasando por el golpe del Museo de Historia Natural donde se guardaban piedras preciosas como la Estrella de la India, el zafiro tallado más grande del mundo, o un rubí estrellado llamado DeLong, de más de 100 quilates.

De ‘Crimen en Nueva York’ se pueden sacar, en fin, argumentos para varias decenas de novelas y películas policíacas. Una auténtica gozada para regalar a los amantes del Noir en estas fechas tan señaladas.

Jesús Lens

Se acabó la Navidad

Hubo una época en la que viajaba en Navidad. Era terminar el 25D y, todavía indigestado de mantecados, cogía las de Villadiego y me largaba al quinto pino. O al sexto, si estaba más lejos. Aprovechaba para visitar lugares que, en otras fechas, eran climáticamente complicados. Al menos, para quienes renegamos del calor. Muchos de ellos, países musulmanes. Así, me he comido las uvas —o un simulacro de ellas— en Egipto, Yemen, Siria, Líbano o Jordania. Eso sí: siempre volvía para la noche de Reyes, una de la más especiales en nuestra familia.

Sanaa, capital de Yemen

Me acuerdo de aquellos viajes hoy, 26 de diciembre. En muchos hogares, Papá Noel ya ha dejado su impronta y a los Reyes no se les espera. Teniendo en cuenta que la Nochevieja puede llegar a ser un engorro, concluimos que, para alguna gente, la Navidad ya ha terminado.

Les confieso que si me iba tan contento en estas fechas era porque, al volver, a la Navidad le pasaba como al dinosaurio de Monterroso: seguía allí. Tiene que ser duro haber rematado ya las Pascuas y, sin embargo, tener que seguir soportando el empacho de villancicos, polvorones y luces estridentes por doquier.

Así las cosas, mejor seguir creyendo en los Reyes. En los Magos. Que también son majos. O deberían serlo. Es la mejor manera de mantener algo parecido al espíritu navideño: pensar un poquito en los demás y tratar de sorprenderles con un bonito regalo. Algo que les vaya a gustar de verdad, no un ‘pongo’ cualquiera, comprado en Amazon por salir del paso.

Vale, vale. Es complicado pesar en regalos y fiestas cuando nos quedan menos de siete días para rematar el año, cumplir con los objetivos y cerrar el ejercicio de la mejor manera posible. Pero eso también es parte del espíritu navideño: mostrarle la mejor de nuestras sonrisas al caos de estos vertiginosos días.

Aquella tensa Navidad en Líbano…

Pero si usted es primo hermano del Grinch y ansía la cuesta de Enero con las mismas ganas con que los escaladores esperan los grandes puertos de montaña de la Vuelta Ciclista a España, no desespere. En apenas un par de semanas estamos ya pensando… en los disfraces del Carnaval.

Jesús Lens

Cuento de Navidad

24 de diciembre. Una de esas tres fechas del año en las que, al día siguiente, no salía el periódico impreso. Laura e Ismael eran los encargados de la edición digital, por lo que se encontraban completamente solos en la redacción. De hecho, no deberían estar allí. Y, sin embargo…

Ismael y Laura estaban de guardia aquella Tardebuena. Una tarde tranquila, informativamente hablando, por lo que decidieron entregarse al ejercicio del tardeo, en conciencia y con empeño. Nadie les esperaba en casa esa noche. Por eso estaban de guardia. Sin padres a los que abrazar, sin hijos a los que ilusionar con Papá Noel y sin cuñados con los que discutir en la cena, vieron las horas pasar, hablando más de lo humano que de lo divino, entre la transparencia del gintónic y la turbiedad del ron Montero, que lo había petado en las redes con su anuncio navideño.

Periodistas de raza, en tres copas pasaron de la melancolía por lo complicada que está la cosa a la euforia por todo lo que significa su profesión. Reivindicaron el papel que la prensa debe desempeñar en la sociedad y brindaron por mantener siempre viva la ilusión que les había llevado a embarcarse en el mejor trabajo del mundo.

La tarde había resultado tan, tan buena, que, sin necesidad de hablar, decidieron que la noche sería mejor. La cosa surgió con una de esas tópicas preguntas que, regadas de alcohol, no sonaban del todo mal: ¿qué noticia sería la que más te gustaría publicar? Y como era 24 de diciembre y llovía afuera, pero más llovía adentro, cuando chaparon el bar pusieron rumbo al periódico.

Con la redacción en semipenumbra y rodeados de un extraño silencio, Laura e Ismael se afanaron con una portada fantástica e imposible para el 25 de diciembre, ese día en que no se publicaba el periódico en papel y en el que, por tanto, todo podía ocurrir.

Terminado su trabajo, emocionados como criaturas e imbuidos por la magia de aquellas horas de soledad y etílica conspiración, empezaron a fantasear con la posibilidad de volcar aquel monumental fake en el universo virtual. A fin de cuentas, ya era Navidad y, bien pensado, ¿quién iba a creerse tanta buena noticia junta?

Jesús Lens

 

Solsticio de invierno

Se ha puesto de moda, entre los más progres de los progres, sustituir la celebración de la Navidad por la del solsticio de invierno. Otros, más proclives a la fiesta y al cachondeo, no tienen empacho en disfrutar de ambas efemérides, una seguida de la otra. Esto es como lo de Halloween, los Santos y los Difuntos: mientras de trate de festejar… ¿dónde está el problema? Que en España somos mucho de Fiestas Sin Fronteras.

En esto de celebrar los solsticios concurre una apasionante mezcla de ciencia y paganismo. Les confieso que este tema me ha interesado desde siempre: al tener sangre gallega y apellido raro, un buen día me dio por pensar que lo mismo era celta, a pesar de ser moreno y tirando a renegrío. Como soy perezoso, jamás investigué tal posibilidad, pero sí me tomé en serio lo de las celebraciones de mis supuestos antepasados.

En concreto, durante la noche más larga del año, los celtas celebran la festividad de Yule dejando arder un gran tronco mientras se decoran los árboles de los bosquecillos cercanos y los de las propias casas, a cuyos pies se depositan regalos para compartirlos con la comunidad. ¿Les suena?

Granada ha tratado de sumarse a la celebración del solsticio de invierno a través del festival Granadahenge, cuyas actividades de calle tuvieron que ser suspendidas el pasado sábado por la amenaza de lluvias. Sí se impartieron las conferencias científicas, con el sol como protagonista.

El domingo, sin embargo, el tiempo atmosférico sí se apuntó a la fiesta. A partir de ahora, las horas de luz empiezan a alargarse un poquito más cada día. Ayer amaneció soleado y luminoso y pudimos disfrutar de una gozosa mañana primaveral. Tras varios días de lluvia, era una gozada vernos actuar como los caracoles de la célebre canción infantil, sacando nuestros cuernos al sol. Lo de los cuernos, sin segundas, háganme el favor.

De forma morosa y tranquila, gozando de la calma que precede a la tormenta de los días que están por venir, nos echamos a pasear por las aceras, a trotar por los caminos y a cervecear por las terrazas. Y mañana —por hoy— será otro día.

Jesús Lens

Lotería, salud y alegría

Dependiendo de la hora a la que lea usted esta columna, querido lector, todavía es potencial ganador de la lotería de Navidad o, si pasan de las 12 del mediodía, andará usted brindando… porque lo importante es tener salud. O quizá no. Quizá le haya tocado. El Gordo. O alguno de los rollizos. ¿Sabe? En ese caso me alegraré, nos solazaremos sobremanera. Nada de envidias. Que no hay sorteo más feliz y festivo que el del 22 de diciembre, comienzo oficial de la Navidad.

Digan lo que digan los cada vez más tempraneros encendidos de las desmesuradas iluminaciones navideñas, la Navidad arranca con el cantarín sonsonete de las niñas y los niños de San Ildefonso, desgranando números y cifras.

Lo tengo muy escrito: la lotería de Navidad es la más democrática de todas. No toca mucho, cuando toca, pero la cantidad de alegría y optimismo que desprende es extensiva y contagiosa. Sobre todo, cuando los premios están muy repartidos.

La Primitiva es más espectacular, pero resulta sosa, solipsista y onanista. La de hoy es otra cosa. También porque, con independencia de que toque o no, su venta ayuda a cuadrar las cuentas de infinidad de asociaciones, clubes, colegios, hermandades, comercios, agrupaciones y demás colectivos de la sociedad civil.

En ese sentido, echo de menos las antiguas papeletas, una especie tan en peligro de extinción como el lince ibérico. Aquellas papeletas que, por 5 euros, te permitían colaborar con infinidad de personas de tu entorno. Ahora, con los décimos, hay que ser más mirados: si te despistas y eres de cartera fácil, te encuentras con una inversión de 200 o 300 euros en lotería. Y eso, la verdad, ya es pasarse. Al menos, para las economías normales y corrientes. Las de andar por casa.

Acabo de comprobar que este año llevo 6 décimos. El que más me mola termina en 22. Y empieza por 00. Un número así, tan simétrico, excita a mi yo más Géminis. Pero me gusta, sobre todo, porque es el número que ha vendido mi quiosquero, Paquito, al grito de: ¡cómo voy a poner al Zaidín, si nos toca! Y justo esa es la filosofía.

Jesús Lens