Vamos a escuchar mucho el término ‘inteligencia artificial’ en los próximos meses, especialmente en Granada, que en marzo acogerá un congreso internacional dedicado a una disciplina científica en permanente evolución.
Cuando escuchamos hablar de inteligencia artificial, lo primero que se nos viene a la cabeza es un robot, sea con forma humana o como androide. Entre CP3O y R2D2 estaría la cosa, más o menos. Pero la inteligencia artificial va mucho más allá de la forma y el formato en que la representemos. Está en los algoritmos de búsqueda de nuestros ordenadores o en los asistentes virtuales de nuestros móviles, sin ir más lejos.
¿Sabían ustedes que los algoritmos informáticos con los que trabajamos diariamente están cargados de prejuicios? Racistas y machistas, para empezar. La inteligencia artificial representa a sus creadores, programadores y usuarios. Y les/nos saca los colores. De ahí que la Comisión Europea haya constituido un grupo de alto nivel compuesto por científicos, ingenieros, ejecutivos de empresas tecnológicas y filósofos para que preparen un informe sobre la preocupante situación y tratar de revertirla.
Así las cosas, la próxima edición del festival Gravite que, patrocinado por Bankia, se celebrará en la última semana de enero, ha distinguido este año a Rosa Montero con el premio ‘Viajera en el tiempo’, entre otras razones, por su trilogía dedicada a Bruna Husky, una tecnohumana que actualiza a los míticos replicantes de ‘Blade Runner”.
En el Teatrillo del hotel Alhambra Palace, Rosa Montero conversará con Francisco Herrera, catedrático de ETS de Ingenierías Informática y de Telecomunicación de la UGR y reconocido especialista en inteligencia artificial. El de la humanización de la inteligencia artificial será uno de los temas que saldrán a colación, a buen seguro, en dicho encuentro.
Hace unos meses escribíamos sobre ‘Lágrimas en la lluvia’, la primera novela de la trilogía de Bruna Husky: “Para que fueran lo más parecidos posibles a los humanos, a los replicantes se les implantaban recuerdos. Se les construían biografías ficticias que, aunque fueran falsas, tenían que ser creíbles. De ahí que el trabajo de los memorialistas fuera tan importante. Y de ahí, también, que existan redes de tráfico de memorias pirata, de calidad discutible”.
La memoria se convierte en uno de los elementos clave a la hora de humanizar a los robots. Por regla general, a los tecnohumanos se les instalan memorias agradables compuestas por 500 imágenes, más que suficientes para construir una biografía de 25 años: cumpleaños, fiestas de fin de curso, graduaciones, celebraciones varias, cariño familiar, actividades con amigos, etc. El memorialista de Bruna, sin embargo, se empleó a fondo con ella, insertándole todas sus vivencias personales, muchas de ellas duras y traumáticas. De ahí que Bruna sea una replicante tan, tan especial.
Si el racismo estaba en el núcleo duro de la primera entrega de su trilogía, en ‘El peso del corazón’, Rosa Montero se centra en el machismo recalcitrante impulsado por los regímenes teocráticos más integristas e intransigentes, construyendo un universo paralelo con referencias a ISIS y al mismísimo ‘El cuento de la criada’, además de abrir una apasionante investigación sobre los peligros de la energía nuclear.
En la segunda entrega de la trilogía de Bruna Husky conocemos más y mejor a la tecnohumana y nos adentramos en la complejidad de la psique de un robot con memoria humana que vive y trabaja en una sociedad que la sigue considerando un bicho raro, diferente y extraño.
Es justo lo que le pasa a Adán, uno de los primeros seres humanos sintéticos creados a partir del trabajo de Alan Turing en la novela distópica ‘Máquinas como yo’, de Ian McEwan. Porque en esta historia, Turing no se suicidó tras el juicio que tuvo que soportar por su homosexualidad. Y sus investigaciones ayudaron al alumbramiento de 12 adanes y 12 evas.
Charlie, un tipo normal y corriente, compra un Adán con el dinero de una herencia y se lo lleva a vivir con él y con Miranda, su vecina y amante. Las funciones primordiales de Adán son ayudar en casa y hacer compañía. Y todo parece ir bien. Hasta que el robot siente una emoción muy humana: el amor. Y de su mano, los celos.
“Al entrar vi a Adán de pie. Cuando me vio el brazo en cabestrillo soltó un leve grito de asombro, o de horror. Y vino hacia mí con los brazos abiertos.
—¡Charlie! Lo siento. Lo siento tanto. Qué cosa más horrible te he hecho… No era mi intención, de verdad. Por favor, por favor, acepta mis más sinceras disculpas”.
Llegados a este punto, Charlie trata de pulsar el botón de apagado de Adán. El robot no lo permitió. Y le espetó la siguiente amenaza a su dueño: “Tú y Miranda sois mis amigos más antiguos. Os quiero a los dos. Mi deber para contigo es ser claro y franco. Soy totalmente sincero al decirte lo mucho que siento haber roto una pequeña parte de ti anoche. Prometo de no volverá a pasar. Pero la próxima vez que intentes pulsar el botón de apagado me sentiré más que feliz arrancándote el brazo entero, desde la articulación del hombro”.
¿Ven ustedes como hay mucho que hablar sobre la inteligencia artificial y los riesgos de su humanización? Pronto, en el festival Gravite.
Jesús Lens