No sé si os pasa a vosotros también, pero hay determinados objetos que, con el transcurrir de los días, se han convertido en el reflejo mejor acabado del confinamiento.
Objetos que, cada vez que los ves, los tocas o los usas te hacen cobrar conciencia de esta suspensión de la realidad que estamos viviendo.
En mi caso se trata de una sencilla jarrita blanca en la que nunca reparé y que ahora, todas las mañanas, me recuerda este inaudito, sorprendente y estupefaciente día a día.
Prácticamente siempre solía desayunar fuera de casa. Es el rito que con mayor frecuencia y fidelidad he practicado a lo largo de mi vida: bajar a la calle, comprar el periódico y buscar una cafetería donde desayunar.
Como hace años que no tomo café después de comer, en mi casa nunca hay leche. Trato de compensar los lácteos con yogures, queso fresco y así. Pero ¿leche? ¡Quita, quita!
Cuando comenzó el confinamiento, empecé a preparar el café en una Nesspreso (¡gracias, gracias por existir!) y le añadía la leche directamente del cartón, fría. A veces tomaba así mi café con leche y, otras, le daba una pasada por el microondas.
Hasta que apareció la jarrita de leche. Blanca, elegante y sencilla. Tan cuqui. Ahora, todas las mañanas cojo la jarrita y caliento en ella la leche para el café. Y todas las mañanas, al lavarla, secarla y devolverla a su sitio pienso: ¿hasta cuándo?
Jesús Lens