Cambio de sentido. Hablemos de una expresión popular que, ahora, significa otra cosa. ¡Que corra el aire! Lo que era una bromilla dedicada a los tocones con pasión desmedida por el sobeteo se ha convertido en toda una filosofía de vida, en una declaración de principios en tiempos de pandemia.
Aunque resulte complicado conocer qué está permitido y qué está prohibido hacer en cada momento y situación, sí sabemos que lo importante es que corra el aire. Que entre a raudales en nuestra vida. Que ventilemos los interiores. ¡Ventilación! ¡Ventilación! Qué necesario es que mantengamos las ventanas abiertas. De ahí que nuestros mejores amigos para los próximos meses van a ser el forro polar, el plumas y la bufanda. La mantita sobre los hombros. El poncho para cubrir los riñones. La braga en la garganta. Hasta el chaleco acolchado sin mangas, si me apuran, se convertirá en una prenda transversal y universalmente aceptada. ¡Todo por la lana!
Por bonitas que sean las vistas desde San Nicolás, hay mil y un paseos por Granada capital y sus pueblos, caminos y montañas que nos permiten un caminar solitario, al margen de grupos y aglomeraciones. ¡Que corra el aire en las calles y los senderos! No es obligatorio tirar siempre por la Carrera del Darro, por bonita que sea. Si algo nos enseñó el confinamiento es lo importante de poder dar un paseo aunque sea al lado de casa.
Las mesas en las terrazas seguirán siendo pieza cotizada. Lo decíamos hace unos días: las estufas serán aliadas imprescindibles para la hostelería en los próximos meses. Tiene que correr el aire, también, a la hora de disfrutar de las cañas y las tapas, de los vinos y las raciones.
Paradójicamente, se han cerrado parques y jardines, lugares donde habitualmente corre el aire. Será que cuesta trabajo mantener su vigilancia. Será, también, que no generan beneficios. Y que no tienen quien los defienda ni quien hable por ellos. Será, en fin, que las autoridades quieren que nos quedemos en casa a toda costa, pero en vez de confinarnos por las bravas, nos mandan sutiles indirectas.
Techos altos. Muy altos. Altísimos. Que corra el aire, también, en los interiores. Que no se acumulen las miasmas y los malos humores. Más escaleras y menos ascensores. Más caminar y más pedalear y menos conducir. O ser conducidos. Más alpargata y menos neumático.
Llegados a este punto, reivindiquemos el ejemplo de Aristóteles y su escuela peripatética, así llamada por encontrarse junto a un templo que albergaba un frondoso jardín. El maestro paseaba con sus discípulos entre las plantas, los árboles y las flores, reflexionando sobre la vida. Lo mismo hacía Epicuro, otro filósofo de jardín empeñado en buscar la felicidad extramuros.
¡Qué corra el aire! En la medida de lo posible, el tiempo que pasen ahí fuera, procuren disfrutarlo al aire libre. Por lo que pueda pasar.
Jesús Lens