Ayer por la mañana estábamos sentados en una terraza, tomando un desayuno tardío antes de subir caminando a la Alhambra, cuando me enteré de que había muerto Javier Reverte, uno de mis maestros, de mis faros, de mis guías literarios y vitales.
La última vez que estuve con él fue hace un par de años, en ese maravilloso festival dedicado a los viajes que es Periplo, en el Puerto de la Cruz. En aquella ocasión no charlamos demasiado: él se iba unas horas después de mi llegada y apenas tuvimos ocasión de comer juntos y alargar la sobremesa entre cafés y tónicas.
Escuchar a Javier siempre era un placer. Era un contador de historias nato y su sentido del humor, ácido y sarcástico, no dejaba títere con cabeza. Pero también tenía su vena sentimental. Recuerdo que una vez le pregunté si bajaba mucho a Garrucha, donde le gustaba salir a pescar, y me dijo que cada vez menos. Que se le iban muriendo los amigos y le daba tristeza y melancolía.
Hace unos años, con ocasión de un ciclo de conferencias sobre literatura de viajes que organizamos en CajaGranada Fundación, nuestra compañera Ángeles Peñalver le entrevistó para IDEAL. Reverte le decía que era halagador y maravilloso que hubiera gente que le dijera “Yo viajo con usted” cuando estaba firmando libros. (Leer AQUÍ esa entrevista)
A mí me pasaba. En mi fascinación por el continente africano, la mítica trilogía de Javier Reverte desempeña un papel tan importante como Hemingway, Conrad, Isak Dinesen o el cine de aventuras. ‘El sueño de África. En busca de los mitos blancos del continente negro’ siempre ha sido uno de mis libros de cabecera. Tanto que no recuerdo la cantidad de veces que lo he comprado para regalarlo.
O ‘Corazón de Ulises. Un viaje griego’, que usamos a modo de guía en el periplo organizado por Manuel Villar Raso por la costa turca de inspiración helena. Yo también he navegado por el desmesurado Amazonas con Reverte, he sufrido los rigores del río Congo y he descendido el Yukon de su mano.
Cuando me animé a escribir mis libros de viajes, lo hice siguiendo su estela, tirando más del cine que de la literatura. Y estos últimos tres veranos, relatando los periplos por nuestra tierra, siempre tenía a Javier Reverte como referente. Ayer pasamos el día paseando por los bosques de la Alhambra y el Albaycín. Un paseo dedicado a ese gran maestro que fue Javier Reverte. ¡Buen viaje, Maestro!
Jesús Lens