Terminado enero, podemos decir que hemos superado los doceavos de final de este 2021, que está resultando más exigente y complicado que la mismísima Champion’s League. En estas cuatro semanas hemos vivido la toma del Capitolio por parte de búfalos y chamanes. Filomena nos dejó helados y catastróficos. La Cosa está desmadrada tras la Navidad y el enjambre sísmico nos tiene locos perdidos. Para empezar el año, ya va bien.
Estar tan expuestos a lo que pasa ahí fuera, sentirnos a merced de los elementos y los acontecimientos, hace que resulte más fácil despreocuparnos y olvidarnos de nuestros propósitos para el 2021. ¿Fueron muy exigentes con ustedes mismos con el cambio de año o se mostraron indulgentes y posibilistas?
Por ejemplo, el clásico ‘viajar más’ se ha complicado notablemente. Si pensábamos que 2020 había sido el culmen de la inmovilidad y el estatismo, la primera parte de este año va a conseguir que visitar cualquier comarca de Granada sea tanto o más exótico que un safari por los grandes parques africanos. Remontar el Genil se nos antoja tan atractivo como recorrer el Amazonas y subir al Mulhacén, una empresa homérica, comparable a ascender el K2 en invierno.
Tampoco va a ser fácil recuperarle el pulso a las actividades presenciales, mínimo, hasta bien entrada la primavera. Y de las multitudinarias, mejor olvidarse sine die, para no deprimirnos.
Yo fui prudente. Leer más lo llevo relativamente bien. Cinco novelas, cuatro ensayos y un buen número de tebeos. Ver más películas y documentales, también. Estoy saliendo a un visionado por día, de promedio, en detrimento de las series, que era otro de mis propósitos: dejarlas en un segundo plano.
Pero estoy especialmente orgulloso de haber sido capaz de caminar y/o trotar 10 kilómetros diarios de promedio. No es fácil. Nuestro día a día, las rutinas y las circunstancias, hacen que caminar sea un lujo. Hay que invertir tiempo en ello. Algunos días perezosos, sin ganas, me he obligado a despegar del sofá para salir a dar un largo paseo por el barrio.
Se trata de un ejercicio reconfortante en lo físico, pero también en lo mental. Y en lo espiritual. Andando o trotando te fijas en aspectos de tu entorno habitual en los que no sueles reparar. Escuchas a la gente cascar y piensas. Piensas mucho. No hay como caminar para que las neuronas se pongan a cavilar: los estímulos externos provocan sinapsis de lo más enriquecedoras.
Jesús Lens