Caía la noche cuando me topé con un enorme montón de tierra que cortaba el camino. Apenas me quedaban 300 metros para salir a los aledaños de Los Cármenes y no me apetecía dar la vuelta, que me suponía un rodeo bastante considerable. Bordeé el montículo como pude y seguí mi marcha.
Como iba sin gafas y apenas quedaba luz, a punto estuve de estamparme con la valla que bordeaba la calle Torre de Comares. ¿Valla? ¿Qué valla? ¡Si allí nunca había habido valla! Entonces me fijé en que el suelo estaba repleto de mojones y señalizaciones trazadas con cintas blancas y rojas… que no tenían pinta de ser por el Granada C.F.
También caí en la cuenta de que no había un alma en una zona habitualmente transitada por perros variopintos acompañados de sus humanos, ciclistas, paseantes y patinadores. ¿Qué pasaba allí? Tiré por el camino transversal que sale a la calle de la Sultana buscando un punto de fuga, pero no hubo manera. Aquella valla no dejaba un resquicio.
Por un momento y amparado por la nocturnidad, pensé saltarla alevosamente, imitando a los mozos del Rocío. Pero me entró el canguelo. Por el ridículo. ¿Y si no lo conseguía? La sensación de fracaso me haría reparar de una forma demasiado cruda en la acumulación de años, kilos y sedentarismo. ¿Y si, peor aún, terminaba rompiéndome la crisma? Menuda estampa.
Con el rabo entre las piernas, retrocedí hasta el montón de tierra, volví a rodearlo iluminándome con la luz del móvil, desanduve el camino hasta la carretera de La Zubia y regresé al Zaidín por la otra margen del río Monachil.
Y fue entonces y solo entonces cuando me acordé de que hacía unos días, Luis González, concejal de Urbanismo, había dado la paletada de salida a las obras de un nuevo parque. 34.000 metros cuadrados (a mí me parecieron más), una inversión de 1.750.000 euros y un plazo de ejecución de diez meses.
Se va a quedar muy bonita toda esa parte de Granada. Verde que te quiero verde. Haría falta, eso sí, intervenir en el cauce del Monachil y trabajar en una renaturalización sensata, junto a la del Genil. ¡Qué risas me voy a echar el próximo febrero, cuando pasee por el recién inaugurado parque y me acuerde de aquella imprevista excursión nocturna, ataviado con mi mascarilla! Porque una valla, en nuestro entorno, es algo sin mayor trascendencia.
Jesús Lens