Por la Alcazaba de Almería

No piensen que ya he terminado con Jaén, que les quiero hablar de sus portentosos baños árabes y de Vandelvira, cuya figura es necesario reivindicar hasta el infinito y más allá. Pero como ahora ando por Almería, voy a ir alternando narraciones, que el cuerpo me pide comentar nuestra visita a su estupenda Alcazaba. 

La del jueves fue una mañana soleada, claro. Pero fresquita y agradable. Y como la pertinaz ola de calor amenaza con aplastarnos de nuevo, prefiero rememorar hoy el viento fresco y la suave brisa del aire libre antes de meternos otra vez bajo tierra o al amparo de los climatizadores. 

A la Alcazaba de Almería se entra, también, por una elegante y señorial Puerta de la Justicia, aunque no encontramos rastro de mano y llave con las que alimentar la leyenda. Y es que el ‘granaíno’ que llevamos dentro salta a las primeras de cambio. Una visita, gratuita, que comienza por una zona ajardinada al modo de la Alhambra. 

Los paneles informativos que jalonan el recorrido lo explican de forma contundente: Prieto-Moreno hizo una restauración historicista en la que primaba el ‘bonitiquismo’ por encima de lo científico y lo arqueológico. Y aunque trabajos posteriores han tratado de ser más respetuosos con la realidad constructiva del entorno, parte del aspecto actual de la Alcazaba se debe a ese afán de belleza a toda costa, aunque sea impostada. 

El paseo por el Primer Recinto, todo ajardinado y salpicado de fuentes y estanques, es grato y amable. Las vistas son espectaculares. Y una curiosidad: como el acceso a todas las torres está vedado, no corres el riesgo de contraer agujetas, como nos pasó tras triscar por los pronunciados desniveles de los monumentos jienenses. Aun así, subir a la Alcazaba con unas sandalias de cerca de 10 cm de plataforma, como hacía alguna turista, tampoco es plan. 

Me gustaron más el Segundo Recinto y el Castillo Cristiano, más despojado, más auténtico y realista. Y ojo al gran aljibe. Ahora que estamos en tiempos de sequía, se contempla con arrobo y adoración. La vista desde la Alcazaba permite disfrutar del puerto de Almería y del mar. De las vistas al barrio de La Chanca y de una curiosa Estación Experimental de Zonas Áridas en la que hay gacelas africanas. ¡Hasta unas cabras montesas amenizaron nuestro paseo, saltando entre almenas!

Al bajar, paramos en un garito que ofrecía zumos y batidos. La limonada helada con hierbabuena tenía buena pinta, pero opté por medio litro de un mejunje que incluía remolacha, zumo de naranja, jengibre y alguna cosa más.

Menos mal que un rato después estábamos en una mesa alta del Chele, recomendación de la imprescindible Ana María Gutiérrez, tomando un verdejo muy fresquito y dando buena cuenta de unas coquinas sin parangón. Y de unas sardinas, navajas, gambas, bacalaíllas, atún, aguja, calamares y, sobre todo, de unos salmonetes que quitaban el sentido. Y de un pescado raro emparentado con las pirañas de cuyo nombre no puedo acordarme. Rico, rico. 

Jesús Lens

La espada y la cruz

Hablábamos ayer de la catedral de Jaén. En realidad, la primera vez que sus torres gemelas te saltan a la vista es cuando llegas en coche desde Granada. Y por encima de ellas, el castillo de Santa Catalina y la enorme Cruz Blanca desde la que disfrutar de una perspectiva aérea inconmensurable de la ciudad y sus alrededores. Una vista icónica que, como dice nuestro compañero Jorge Pastor, hay que contemplar al menos una vez en la vida. 

Antes de entrar en la ciudad propiamente dicha, subimos al castillo, que también alberga al Parador jienense. A ese lugar le tengo un cariño especial, que acogió durante muchos años el acto de entrega de los Premios Literarios Jaén de CajaGranada. Y, sin embargo, nunca había visitado el castillo como tal. Las incongruencias de la vida acelerada. 

Ya se lo he contado otras veces. Jaén es tierra de castillos, fortalezas y torreones. La historia del enriscado castillo de Santa Catalina es buen ejemplo de lo azaroso de la Reconquista. Asentado sobre roca viva, el cerro estuvo habitado desde la Edad del Bronce y los íberos elevaron uno de sus oppidum. De ahí que los musulmanes aprovecharan para hacerse fuertes allí arriba desde el siglo VIII hasta 1246, cuando Fernando III, apodado el Santo, consiguió doblegar a Al-Ahmar. 

No les cuento más batallitas sobre el castillo de Santa Catalina. Solo recordar, eso sí, que las tropas de Napoleón se aposentaron y acomodaron en su interior, donde estuvieron tan a gustito. Lo visitamos el pasado martes, un día de viento fresco, afortunadamente. La visita al castillo podríamos describirla como ruidosa. A la entrada, una máquina se encarga de abrir y cerrar el torno, pero falla bastante, por lo que no deja de sonar un incómodo pitido.

Y luego, desde mitad del patio y al acercarte a una de las torres, se oye el runrún incesante de un documental que, en bucle y en alta voz, no sé si con prisas pero desde luego sin pausas, cuenta una historieta de guerra, peleas y broncas. Oírse, se oye. Escucharlo, no lo escuchaba nadie. Pero qué ruidazo. En la zona de la prisión, por lo visto, hay un maniquí parlante que te cuenta sus desdichas, pero afortunadamente estaba bien calladito.

Salimos huyendo de allí, como si un ejército enemigo nos acechara el lontananza, y subimos a otro espacio elevado, más alejado, desde el que se divisaban tanto la ciudad como la campiña de Jaén y algunos de sus picos más conocidos, como Jabalcuz. En otras torres del castillo también hay multimedias, audiovisuales, cartelones, pantallas táctiles y otros ‘adelantos’ técnicos. ¡Menos mal que estaban apagados! 

Siempre es un gusto visitar un castillo. Más, si tiene la historia y las vistas del de Santa Catalina. Eché de menos, eso sí, una sencilla audioguía que ponga en situación a quien esté interesado, en vez de tanto barullo. Rematamos la visita tomando una Milnoh en el Parador, que es parte del propio castillo y donde se está en la gloria. 

Jesús Lens

Catedral de Jaén, amor a primera vista

Fue un flechazo que, al terminar la visita física, se vio refrendado con la novedosa, pionera e inédita visita virtual. ¿Sabían ustedes que la catedral de Jaén es la primera de España en ofrecer un vuelo de cerca de cinco minutos a través de un casco con gafas de realidad virtual? Un viaje alucinante, emocionante y vertiginoso, créanme. 

 

Pero vamos a empezar por el principio. Y al principio fue el fresco. Era la frase más comentada el miércoles por la mañana en el Zaidín. “Pues esta noche, yo me he tenido que tapar”. Es justo que, tras varias semanas echando pestes de la infame ola de calor, saludemos a las bajas temperaturas de estos días como se merece. ¡Albricias!  

Y es que nuestra larga, intensa y prolija visita a la catedral de Jaén comenzó precisamente en mi quiosco de la zaidinera Avenida de Cádiz. Quiso la casualidad que, justo antes de salir de viaje, me saltara a la vista un especial de la revista Muy Interesante íntegramente dedicado al templo renacentista. ‘Un bello relicario para el rostro de Cristo’, lleva como subtítulo y cuenta con 200 páginas escritas por diferentes especialista de la Universidad de Jaén. 

Cambio de escenario. Nos situamos en lo alto del castillo de Santa Catalina. A nuestros pies, Jaén entero. O casi. ¿Y la catedral? ¿Dónde está la catedral? No la vemos. Vamos paseando por un camino habilitado hasta llegar al mirador de la Cruz Blanca. ¡Ahora sí! Ahí abajo está, tan recoleta. 

Nuevo cambio de rumbo. Caminamos por una calle estrecha del centro de Jaén al borde del mediodía. Al fondo se deja ver una de sus torres gemelas. Pero como en una calle perpendicular vemos una casa con fachada molona, giramos a la izquierda para retratar ese umbral, que a saber si luego seríamos capaces de volver a encontrarlo. 

Y así fue como, al fondo de otra calle estrecha, aparece la segunda torre. Y cuando llegamos al final para desembocar en la plaza de Santa María, ese amor a primera vista. ¡Qué maravilla! ¡Qué fachada! ¡Qué joya! ¡Qué preciosidad! ¡Qué simetría y elegancia! ¡Qué estatuaria! ¡Y esa balconada! Lo decía mi amigo Luis G. Chacón: “La de Jaén es una de las grandes catedrales de España. Lamentablemente, muy desconocida”.

Estoy muy contento por haber enmendado esa falta. Miren que he ido veces a Jaén, pero nunca había visitado su catedral como se merece. Hasta ahora. No me voy a extender en sus tesoros artísticos o arquitectónicos. Eso sí, como había tan pocos visitantes en el templo, pasé un largo rato a solas en la soberbia y racionalista sacristía diseñada por Vandelvira. ¡Qué sensación más portentosa! Me puse estupendo e hice un vídeo con un movimiento de cámara tan complicado que ríanse ustedes de Spielberg. 

Y no nos olvidamos de la famosa mona de la fachada gótica. ¿Conocen su leyenda? ¡Da miedito!

De hecho, nosotros apenas si la miramos para enfocar la cámara y hacerle una rápida foto, vayamos a pollillas…

Jesús Lens

Un paseo por la Cuenca abstracta

De repente, volvía a cruzar el espectacular Puente de San Pablo sobre el río Huécar que, en Cuenca, te lleva a las famosas Casas Colgadas. En la más espectacular, volante y llamativa se sitúa el Museo de Arte Abstracto Español, definido ‘el pequeño museo más bello del mundo’. 

Hace unos años, en el marco del festival negro-criminal Las Casas Ahorcadas, hicimos una exquisita visita guiada por una colección en la que contenido y continente se hablan de tú a tú, dándose la mano en íntima comunión. 

Aprovechando el cierre parcial y temporal del Museo de Cuenca, que afronta unas necesarias obras de climatización, nuestro Centro José Guerrero acoge una selección de algunas de sus piezas más emblemáticas, comenzando por el descomunal ‘Brigitte Bardot’ de Antonio Saura que se encuentra justo a la entrada. 

La Brilli según Saura

Ojo, que hablamos de arte abstracto. Esto no es pintura figurativa en la que la mítica actriz se presenta en toda su lozanía. Ni siquiera Pop Art serigrafiada al estilo de las Marilyn o Audrey de Andy Warhol. Para Saura, ese cuadro es “una ferviente prueba de amor”. 

—Si eso es amor, ¿cómo sería si la odiara?— podría decir algún malpensado. Y Saura le respondería: “Para realizar un retrato, la presencia del modelo cuenta menos que el fantasma mental por él forjado”. Y ahí la tienen, “una figura descoyuntadamente sexual”, de acuerdo a la ficha técnica del Museo.

Una observadora observa la foto en la que Geraldine Chaplin observa el cuadro de Saura

¿Qué quieren que les diga del arte abstracto? Que no hay que tratar de entenderlo. Solo dejarse llevar. Algunas piezas les dirán cosas. Otras, poco. Nada, incluso. Y siempre nos quedará el célebre aforismo de la ancestral crítica de arte confuciana: “esto lo podría haber hecho mi hijo de diez años”. O de siete. De cinco, incluso.

El Centro Guerrero también está arquitectónicamente concebido para hablarse con las grandes obras del pintor granadino que le da nombre. De ahí que alguna de sus Fosforescencias luzca tan bien en las paredes. Y no digamos ya los grandes ventanales que dan a la Catedral y que ofrecen una perspectiva inédita de sus partes más altas. El mirador de la tercera planta es una gozada, al margen de las obras expuestas. 

Visitante se tapa los ojos con el móvil para no quedar cegado por la Fosforescencia

Me han gustado, en fin, las arboledas granadinas en honor a Manuel de Falla, de cuyo autor he olvidado el nombre, las tersas superficies de Zóbel, los vientos del escultor canario Martín Chirino y los bloques de piedra de Oteiza. 

Vientos

Pero lo mejor ha sido recuperar las sensaciones de aquella tarde compartida con buenos amigos en Cuenca. Un viaje en el tiempo y en el espacio gracias al arte que nos permite asomarnos al interior de una de las más bellas Casas Colgadas desde el corazón de Granada. Hace unos años, por cierto, en Alhama, escuché a un guía voluntarioso, aunque escasamente profesional, menospreciar las Casas conquenses. Y todo por alabar las de su pueblo. ¿Qué falta hará?

Y ojo a lo que se viene a final de septiembre al Guerrero: Andrés Rábago, El Roto. ¡Exitazo seguro!        

Jesús Lens

De visita a las Grandes Damas

Era otra deuda pendiente. Creo que se lo he contado alguna otra vez. ¿Se pueden creer que no conocía, en persona, a la Dama de Baza? Era algo intolerable y el pasado domingo, por fin, fui a cumplimentarla. A ella y también a su prima, la Dama de Elche, ya que estábamos. Y de paso, a esa auténtica hermosura que es la Dama de Galera. 

El domingo por la mañana fuimos al MAN, el Museo Arqueológico Nacional. Me hace gracia el acrónimo, por cierto, tan de vaquero del Far West. Es directo y contundente. Y fácil de recordar. El caso es que entramos como elefante en cacharrería. 

—¿Los íberos? ¿Dónde están los íberos? ¿Por dónde quedan?

Éramos granaínos en una misión que, cinco minutos después, ya andábamos por la protohistoria. Pasé olímpicamente de las demás figuras, por mucho que unos grandes verracos parecieran guiñarme el ojo, y me fui directamente donde la señora bastetana. 

La encontré mayor. Ajada. Delicada. Casi en telerengue. 

No me extraña que los profesionales del ramo se nieguen a moverla de sitio. Su comadre, la de Elche, presenta mucho mejor aspecto, más lozana y juvenil. Aun así, cuando escuché a una visitante decir que la del palmeral era más guapa, me dolió. ¡Oiga usted! ¡Cómo se atreve! 

¡Qué dignidad, oigan! Qué porte. Qué hermosura y qué saber estar la de nuestra Dama de Baza, sentada en su trono alado con esos pendientes cúbicos, su mantón y su collar. Y los restos de policromía, viendo pasar el tiempo. 

Pasé rato junto a ella. A la gente le gustaba. No se detenía demasiado en la información sobre su descubrimiento, su simbología y el ajuar funerario situado a sus pies. Le echaban un vistazo, una foto y, en algunos casos, se hacían un selfi. Pero se ha ganado el afecto de la peña. 

La Dama de Galera, sin embargo, pasa más inadvertida en la gran sala del MAN dedicada a los íberos. Está en un lugar menos visible y como es más chiquitica, menos vistosa, no acumula tantos fans. Es posible que Astarté sea menos instagrameable. En una competición, conseguiría menos likes que las Grandes Damas. ¡Pero qué bonita es, demonios! La amo. La amo desde que conocí a su clon en la propia Galera. 

Se trata de una diosa entronizada oferente de origen sirio-fenicio, está flanqueada por sendas criaturas aladas y es una cucada. Igualmente atractivas son las urnas funerarias de la necrópolis de  Tútugi que se encuentran en las vitrinas del MAN. 

¡Qué gran paseo por el norte de la provincia de Granada nos hemos dado en Madrid! Y por la campiña jiennense, que hay piezas íberas muy interesantes de diferentes yacimientos, como la cámara de Toya. 

Como les decía, me dio mucha alegría contemplar la serena majestuosidad de la Dama de Baza. Si hace mucho que no le presentan sus respetos, recuerden lo de Mahoma y la montaña cuando estén por la capital y déjense caer por el MAN. La vieja señora lo agradecerá. 

Jesús Lens