Unas cañas con ciencia

Tengo que dejar que se aposenten los efectos de la encuesta de GAD3 para IDEAL… Mientras, la vida sigue.

Como ahora toca decir lo de que la auténtica encuesta, la definitiva, es la del próximo domingo en las urnas; hablemos de temas tangenciales. O no. Porque mientras la anodina campaña electoral —o de perfil bajo, como ustedes prefieran— encara su recta final, la vida sigue. Por ejemplo, en los bares. 

Hoy, mañana y pasado se celebra el festival Pint of Science. O sea, birras de ciencia. La cosa es juntarse en dos bares, el Lemon Rock y La Tertulia, para escuchar, ver y conversar con diversos científicos que cambian las probetas por jarras y las soluciones salinas por cerveza. (Aquí, toda la información sobre el festival).

La semana pasada estuve con sus dos organizadores, Ana Tamayo y Antonio Gómez, compartiendo unas birras, precisamente. Al calor de unas Alhambra —que felizmente ha recuperado el nombre de Especial— hablamos de la importancia de acercar la ciencia a la gente, de sacarla de los cenáculos y desacralizarla. Siendo rigurosos y científicos, por supuesto, que una cosa no está reñida con la otra. (Aquí puedes leer, ver y escuchar el contenido de esta conversación). 

Para ello, los científicos tienen que cambiar su discurso y desarrollar habilidades comunicativas que hagan la ciencia accesible. En Pint of Science tienen un manual para los ponentes con recomendaciones para sus charlas. Me encanta esta: “Presentar tu tema de manera informal animará a la gente a plantear preguntas ‘tontas’ que en un contexto formal no se atrevería a preguntar. Por nuestra experiencia, podemos asegurarte que el público te hará muchas preguntas. Sabemos que en el entorno de un bar y en un contexto de tú a tú con el científico, la gente pregunta sin miedo. Contesta lo que puedas y no tengas miedo a decir “no lo sé”. ¡Qué maravilla!

Jesús Lens

El algoritmo y el tonto del pito

Hace unos días cometí un error garrafal: compartí dos vídeos en mis stories de Instagram. No debí hacerlo. Me equivoqué. Perdón. No volverá a ocurrir. Conste en acta que lo hice con la mejor de las intenciones. El primer vídeo recordaba el triunfo de la atleta Paula Radcliffe en una maratón, récord del mundo incluido. El segundo mostraba a una persona mayor cruzando la línea de meta al terminar una carrera, feliz y contenta. 

Vídeos motivacionales, inocentes, de los que no pueden cosechar nada más que adhesiones y aplausos. Nada de odio. Terreno vedado para haters. ¿Dónde está el problema, pues? En que, desde entonces, la joía red social no hace más que mostrarme imágenes de personas corriendo. Mañana tarde y noche. Personas de todo tipo y condición. Lo mismo me encuentro a Kipchoge acelerando por debajo de los 3 minutos el kilómetro que a venerables ancianos culminando variopintas hazañas atléticas. Gente que corre por asfalto o por la naturaleza, a pleno sol o bajo la nieve. 

Y ya no puedo más, de verdad se lo digo. Me agota, a pesar de estar tumbado en el sofá, ver ese caudal de kilómetros quemados en la pantalla del móvil. Sobre todo porque parecen afearme mi inmovilismo, esa existencia entre sedentaria y contemplativa que supone estar mirando el móvil. ¡Qué cansinez de gente corriendo! ¿Conocen ustedes el dicho de que no hay nada peor que darle a un tonto un pito? Pues sí lo hay: compartir un vídeo en Instagram. Ya me pasó hace meses, cuando le di al corazoncito de Me gusta al simpático baile de una jugadora ucraniana de voleibol y la tengo más vista que a la mayor parte de mis mejores amigos.  

Me devano los sesos pensando qué nuevo vídeo compartir para que el algoritmo cese en su empeño atlético. ¿Leones cazando en la sabana? ¡No, por favor! Para eso está La2. Descarto todo lo que suponga ver a gente bailar y cantar, por supuesto. ¿Y dándose porrazos? Eso puede tener su gracia. 

Hay que afinar. No quiero ni pensar si comparto el vídeo de alguno de nuestros políticos en campaña. ¿Se imaginan la matraca 24/7, como dicen los modernos? Aunque bien mirado, lo mismo así me desengancho de las redes y termino por eliminarlas de una maldita vez… 

Jesús Lens

El asesino sin remordimientos

Terminamos una especie de apócrifa Trilogía del mal, publicada a lo largo de tres semanas, hablando de otro tebeo superlativo: los dos integrales que Norma ha publicado hasta la fecha con las andanzas de ‘El asesino’, una portentosa novela gráfica negra y criminal escrita por Matz y dibujada por Luc Jacamon, publicada por Norma Editorial. Aquí escribimos de la última novela de Víctor del Árbol, con un villano estupendo, y la semana pasada de otro cómic portentoso: ‘Contrition’.

No sabía si escribir ahora o esperar a verano, que el tercer y último tomo con las andanzas del killer francés se publica el 23 de junio, pero he disfrutado tanto con su lectura que paso de ser paciente. Sobre todo porque la publicación espaciada de cada álbum permite relecturas sosegadas de los anteriores. Como les he dicho otras veces, sólo releer tus tebeos favoritos, con calma, sosiego y delectación, es mejor que leerlos por primera vez. 

Además, a final de año se estrena la versión cinematográfica, con el monstruoso David Fincher en la dirección y el no menos colosal Michael Fassbender como protagonista absoluto. Así las cosas, cuanto antes entremos en el turbio universo creado por Matz y Jacamon, mejor.  

Comprobemos su nivel de atención y perspicacia, estimado lector. ¿Cuál piensa usted que es la profesión, la ocupación principal del protagonista de esta historia? ¡Efectivamente! Asesino a sueldo. De los que cobran mucho y bien gracias a su reconocimiento profesional, años de acreditada experiencia y comprobada satisfacción de la clientela.

En el arranque de la historia le descubrimos en un piso, esperando. Esperando a que su ‘encargo’ se ponga a tiro. Pero se hace de rogar y el protagonista tiene tiempo para pensar. Mucho. Mucho tiempo y mucho en qué pensar. Por ejemplo, en cómo ha llegado a ese punto. En sus inicios como killer. En su formación y en su trayectoria profesional hasta el momento. 

Como trabaja solo, el asesino piensa más que habla y el guionista, Matz, nos hace partícipes de sus cavilaciones. Todo está narrado en primera persona y el lector ve, oye y siente a través de un personaje que, desde la primera página, muestra sus cartas abiertamente, sin guardarse ningún as en la manga. 

El asesino no trata de justificar su profesión apelando a traumas del pasado o a ningún tipo de justicia romántica y/o vindicativa. Mata porque se le da bien. Muy bien, de hecho. Y porque le pagan mucha pasta por hacerlo. No hay subterfugios morales, aunque sí bastante filosofía, de lo más nihilista, en su forma de afrontar una vida fuera de los límites convencionales. 

Asómense a ‘El asesino’ y pónganse en su piel. Miren el mundo desde su perspectiva. Verán que no es tan disparatado lo que plantea mientras va dando cuenta de un trabajo detrás del otro. 

Por supuesto, hay un hilo narrativo. Traiciones y venganzas. Necesidad de explicaciones, viejos socios y nuevos aliados. Asesinatos políticos y financieros. Cárteles de la droga y procesos revolucionarios en marcha. O por arrancar. Incluso por despachar. ¿Y vida privada? También. Que los asesinos profesionales tienen asuntos domésticos a los que atender. Y la conciliación, en muchas ocasiones, no será fácil: viajes largos, reuniones a horas intempestivas, jornadas de trabajo que se sabe cuándo empiezan pero no cuándo terminan… ¡Un sinvivir, oigan, esto de matar por encargo!

Si la narración es portentosa —no odiar al protagonista desde el principio tiene su mérito; empatizar con un asesino, incluso simpatizar con él— ojo al dibujo de Luc Jacamon, a sus perspectivas y a sus caimanes. Máxima atención, sobre todo, a las soberbias páginas impregnadas de violencia. Van a flipar.

¡Larga vida al cómic noir!

Jesús Lens

 

Tarde de perros andaluces

Aunque la campaña no ha hecho más que empezar, ya estoy cansado, así que ayer por la tarde practiqué un poco de escapismo y me refugié en un palacete. En concreto, en la casa señorial del siglo XVII que, primorosamente restaurada, alberga el Lemon Rock. Se lo he dicho otras veces: allí dentro siempre pasan cosas de lo más sugestivo e interesante.

En concreto, ayer se celebraba una fiesta de pre-presentación del disco más reciente de Lagartija Nick, ‘El perro andaluz’. La mítica banda actúa el próximo sábado en el Teatro CajaGranada (compra AQUÍ las entradas, que va a ser algo muy grande y especial) y, una semana antes, sus miembros pincharon música y compartieron tragos y charla con la fanaticada. Llegamos justo cuando Eric terminó su sesión y le daba el relevo a Juan, que se entregó a la mesa de mezclas con pasión y emoción. Como decía Antonio, “lo dio todo”.

¡Qué discazo se han vuelto a marcar los Antonio Arias, Eric Jiménez, Juan Codorniú y JJ Machuca! Se trata de un soberbio homenaje a Luis Buñuel, cuya poesía rescatan para este trabajo. Porque antes de que ‘Un perro andaluz’ fuera película, el monstruo de Calanda había escrito un poemario (casi) con el mismo título: ‘El perro andaluz’. Si tienen curiosidad, lo pueden leer en un libro esencial que se merece toda nuestra atención: ‘Obra literaria reunida’, publicada por Cátedra, con un sinnúmero de obras en prosa y en verso de uno de nuestros grandes genios.

El nuevo disco de Lagartija Nick tiene letras complejas repletas de imágenes. Hay mucho surrealismo, enorme tormenta sonora y se escucha la voz profunda y cavernosa del mismísimo Buñuel en varios momentos.

Una nueva obra de arte de un grupo colosal que no se termina nunca. Vicente de Luna tiene un rinconcito especial para ellos en su corazón musiquero y por eso, tardes como la de ayer son tan especiales para él en su Lemon Rock. ¡Salud y música!

Jesús Lens

‘Contrition’: oscura luminosidad enfrentada al mal

Hace unos días, Mercedes Gallego, la corresponsal de nuestro periódico en EE.UU., se hacía eco de una noticia espeluznante que les resumo de la forma más fría y aséptica posible. Tiffany, una joven de un pueblo de Oklahoma, invitó a dos amigas adolescentes a pasar el fin de semana en su casa. Como el domingo por la tarde aún no habían dado señales de vida, la policía fue a la finca en cuestión. “Todos están muertos”, informó el sheriff. 

La actual pareja de la madre de Tiffany resultó ser un violador convicto y confeso que había salido de la cárcel hacía tres años, después de haber pasado dieciséis entre rejas. El lunes tenía que pasar por los tribunales para responder por nuevos cargos relacionados con mensajes de contenido sexual enviados a una menor y, antes de que llegara la hora señalada, mató a su mujer, a las tres hijas de ésta y a las dos chicas invitadas a su propiedad. Después, se suicidó. 

Me quedé conmocionado al leer la noticia. Y se me vino a la cabeza, con toda su crudeza, el cómic que ya les anticipaba la semana pasada y que, a pesar de lo contado hasta aquí, usted debe leer sí o también. De verdad de la buena. Es un tebeo en absoluto sensacionalista que debería llevar impreso el marchamo de ‘Imprescindible’ y ‘De lectura obligatoria’. Se trata de ‘Contrition’, con guion de Carlos Portela y dibujo de Keko y lo ha publicado Norma Editorial, que ya anticipábamos la semana pasada al hablar del mal en estado puro AQUÍ.

La portada es escalofriante, sin necesidad de mostrar nada particularmente tremendista, efectista o sanguinolento. Como el resto del cómic. El famoso menos es más. Échenle un detenido vistazo y verán. 

Contrition es una pequeña localidad de Florida en la que, por razones que descubrirán al leer el cómic —permítanme que insista: ¡han de leerlo!— se concentra un amplio número de antiguos convictos condenados por delitos sexuales. Viven allí en una especie de estado de suspensión. Algo parecido al limbo. Sin expectativas. Sin posibilidades. ¿Sin futuro?

Se incendia una casa y muere uno de esos antiguos convictos. Se abre una rutinaria investigación y una periodista empieza a hacer preguntas. Lo que sigue, y no le cuento a usted más, le dejará la mandíbula cada vez más desencajada. Hasta llegar al final. Y no. No es por lo que usted está (o podría estar) pensando. O tal vez sí. ¿Quién sabe?

 

‘Contrition’ es un artefacto narrativo y visual muy poderoso. El guion de Carlos Portela te agarra por la pechera y no te suelta, llevándote por sendas insospechadas, con quiebros en el camino que te sacuden y zarandean, pero sin un gramo de efectismo, carnaza o mal gusto, insisto. 

Y está el dibujo de Keko, al que una vez definí como ‘el Caravaggio del cómic español’ por su brutalísima utilización de un radical blanco y negro en el que las sombras y la oscuridad ofrecen viñetas de una fuerza arrebatadora. Recuerden la Trilogía del Yo, mano a mano con el gran Antonio Altarriba. AQUÍ, más información.

No quiero seguir contándoles nada más sobre ‘Contrition’. Sólo invitarles, una vez más, a disfrutar de una de esas lecturas que te hacen pensar y darle vueltas al coco, preguntándote qué harías tú si te vieras enfrentado a según qué situaciones. —“¿Disfrutar, con lo que has dejado caer hasta aquí, Lens?”—. Sí. Háganme caso. ‘Contrition’ te remueve, te interpela, te provoca. Pero su lectura se disfruta hondamente, desde la primera hasta esa última página que, al pasarla, te obliga a coger el móvil y escribirle a tus mejores amigos: “¿Lo habéis leído ya? Necesito hablar de ello”.

Jesús Lens