El eterno retorno del maestro Juan Madrid

No leemos bien. Ni suficiente. Es un hecho. Y tengo pruebas: que se haya publicado una nueva novela del maestro Juan Madrid sin que la fanaticada negra y criminal esté hablando de ella con furibunda pasión es buena prueba de que andamos muy, pero que muy despistados. Y perezosos. 

Máxime porque ‘Cuando llegue la mañana’ está protagonizada por dos de sus personajes de cabecera: Antonio Carpintero —o Toni Romano— y Juan del Foro, ahí es nada. Publicada por Alianza Editorial, la novela lleva unas semanas en las librerías y la podríamos definir como la quintaesencia de la narrativa de Juan Madrid, que en ella están todos los temas que le ocupan, le preocupan y le interesan.

Pero empecemos por el principio. Y el principio fue ‘Un beso de amigo’, la novela con la que Juan Madrid debutara allá por 1980. El protagonista era el citado Carpintero, un antiguo boxeador que fue policía durante 20 largos años y que lo dejó, hastiado de perseguir a robagallinas de poca monta mientras los grandes delincuentes hacían y deshacían a su antojo. Se gana la vida como cobrador de impagos en la agencia Draper e investigando por su cuenta temillas como la desaparición del socio de un promotor inmobiliario. 

Carpintero se mueve por los bajos fondos de Madrid como cucaracha por el inframundo de nuestros barrios más sucios y descuidados. Sabe qué teclas tocar, a qué puertas llamar y, llegado el caso, a quién acariciar su bello rostro con sus puños de hierro.

A lo largo de diferentes novelas, Juan Madrid nos cuenta la historia de Carpintero a la vez que éste va encadenando encargos de poca monta que, al final, terminan por ser de altos vuelos. Porque si algo hay en la narrativa de Juan Madrid, I Premio Granada Noir por toda su brillante trayectoria; es denuncia y compromiso social. Unas veces le encontramos como vigilante de una sala de baile por el entorno de Montera, cuando era zona de prostitución. O de fisonomista en el Casino, para detectar a los posibles estafadores. Trabajos poco o nada glamurosos, pero que le permiten a Carpintero dormir con la conciencia tranquila y caminar por las calles con la cabeza alta. 

Hacia la mitad de ‘Cuando llegue la mañana’, por volver al aquí y al ahora, nuestro protagonista, al que es todo un placer y un auténtico lujazo reencontrar en una nueva novela, dice lo siguiente:

“—María, voy a encontrar a tu sobrinita. Es posible que sea mi último trabajo”. 

¡Uf! ¿Hay cierto tono de despedida, ahí? No lo quiero creer. Pero es una frase con tantos significados como posibilidades. 

¿Quién es esa sobrinita y por qué la buscan? Se trata de una niña recién nacida que ha desaparecido en una prestigiosa clínica privada de maternidad. Su madre, una joven y problemática toxicómana, se ha suicidado después de dar a luz. Al menos eso dicen los informes oficiales. Pero hay cosas que no cuadran. Y Toni Romano será el encargado de meter su nariz, tantas veces partida, en el asunto. 

Y sí. También aparece en ‘Cuando llegue la mañana’ ese escritor afincado en nuestra Salobreña llamado Juan del Foro, cuyo humor cínico y vitriólico trufa sus teorías literarias. Es otro de los personajes clásicos e imprescindibles de la narrativa de Juan Madrid, que sigue siendo tan antisistema y poco complaciente como en él es habitual. Afortunadamente para los lectores. 

Háganse un favor: vuelen a su librería más cercana y compren el libro más reciente de uno de los padres fundadores de la novela negra española. Juan Madrid, un clásico imperecedero en sí mismo.

Jesús Lens

Ser la voz de otro. Yasmina Khadra, por ejemplo

Tomo prestado (o robo lisa y llanamente, que para algo estamos en un espacio negro-criminal) el título del discurso de Wenceslao Carlos Lozano pronunciado en la Academia de Buenas Letras. Y es que la semana pasada tuvo mucho que ver con la traducción. 

Me encanta ese título, ‘Ser la voz de otro’, que tan bien define qué es traducir, un arte sin cuyo concurso no podríamos leer una gran parte de esas novelas policíacas que tanto nos gustan. Una voz que, por desgracia, suele estar silenciada y pasar de rondón, como si no tuviera importancia o fuese algo menor. Y no es baladí ese “crear recreando” del que nos habló Lozano.

Al salir del Paraninfo de la Facultad de Derecho nos fuimos al Botánico a tomar unas cervezas. Hablando con Carmen Montes, traductora de autores nórdicos ‘noir’ como Jo Nesbo, me explicaba su método de trabajo, dejándose sorprender por los giros de la trama, riendo con el buen humor y emocionándose con los momentos más dramáticos. ¿Influirá en el lector el estado de ánimo del traductor a la hora de trabajar? ¿Será más fácil que brinquemos en el sillón si, al traducir, la propia Carmen se encuentra boquiabierta por el texto original?

Me lo confirmaba Daniel Cortés, traductor especializado en cómics, cuando me decía que se identificaba con el protagonista de ‘El mundo sin fin’, sintiéndose perdido cuando tocaba, desfalleciendo con él y perdiendo la esperanza por un posible colapso energético… antes de volver a recuperarla. ¡Qué arte tan maravilloso, ser la voz de otro!

El cuerpo me pide hablar de la otredad y el ensayo ‘La expulsión de lo distinto’, el clarividente ensayo de Byung-Chul Han. Sobre todo porque también estuvimos con Alfonso Salazar, que acaba de publicar su traducción de ‘Consejos a los jóvenes escritores’, del ‘maldito’ Charles Baudelaire, el poeta de la ciudad, el arrabal, la mugre, la noche, el dolor y la muerte. Y mientras escuchaba su erudita conversación con Alejandro Pedregosa, no dejaba de recordar el ‘Je est un autre’; el ‘Yo es otro’ de uno de sus ‘discípulos’, mi amado Rimbaud. El otro. Siempre el otro. Como voz, pero también como presencia. O ausencia. 

Me disperso. Volvamos a Wenceslao Carlos Lozano, cuando parafraseó a Flaubert y señaló que su discurso se podría haber titulado perfectamente ‘Yasmina Khadra c’est moi’, dado que le ha prestado su voz en veinte de sus novelas, ahí es nada.

El profundo repaso que Lozano hizo de la narrativa de uno de los autores capitales del noir contemporáneo me retrotrajo a horas y horas de lectura compulsiva. Y es que Khadra es uno de mis autores de cabecera, ejemplar modelo del género negro que más me gusta y arrebata. Su ‘Trilogía de Argel’, protagonizada por el icónico comisario Llob, me sacudió como un electrochoque y ‘Lo que sueñan los lobos’ es un espeluznante descenso a los infiernos del terrorismo islamista que te permite entender y comprender… si lees sin prejuicios ni maniqueísmos. 

Decía Lozano en su discurso que tanto ‘Lo que sueñan los lobos’ como ‘Los corderos del Señor’ son “dos auténticos manuales de referencia hoy en toda academia militar del mundo, sobre cómo se convierte en terroristas suicidas a jóvenes desnortados que han renunciado a sus sueños”. ¡Telita!

Al terminar su alocución, me quedé pensando que hace mucho tiempo, demasiado, que no leo a Yasmina Khadra. Como tantas veces ocurre en nuestro universo lector, dejamos que lo urgente y lo perentorio se imponga a lo verdaderamente importante. Y les aseguro que leer las novelas del autor argelino es de vital importancia y trascendencia. 

Jesús Lens

‘Furiosa’ nos conduce al futuro más negro

Suena la música. “Dámele, dámele todo el poder… Dámele, dámele todo el power… Porque no nacimos donde no hay que comer, no hay porque preguntarnos ¿cómo lo vamos a hacer?”. Les pongo en situación. Acabo de terminar de leer ‘Hot sur’ el magno novelón de Laura Restrepo sobre la inmigración y el sueño americano que felizmente ha reeditado Alfaguara, y en un momento dado, la banda sonora que suena en sus páginas la pone Molotov, un grupazo mexicano que cantaba alto y claro. 

Estoy loco por hablar de las 600 paginacas de ‘Hot sur’ y su prosa enfebrecida. Por ejemplo, este párrafo, en el que una presa latina encerrada en una cárcel yanqui habla del curso de escritura creativa que imparte un voluntarioso profesor igualmente yanqui. Y concienciado.

“En la siguiente clase nos puso a hacer otra lista, esta vez de adjetivos, anotando enfrente la definición. Uno de los diez míos fue ‘paniqueado’, y le puse enfrente, ‘comido por el pánico’. Usted me preguntó si acaso estar paniqueado no era igual a ‘sentir pánico’, y yo le contesté, una persona como usted tal vez ‘sienta pánico’, una como yo está jodida y ‘paniqueada’. Eso quiere decir que el miedo se le metió a uno adentro para no salir más, quiere decir que uno y su pánico ya se volvieron la misma cosa”. ¡Foh!

Pero la actualidad manda y como también salí muy trastornado del cine después de ver ‘Furiosa’, aparco de momento la novela de Restrepo, recomendándoles encarecidamente que la lean, eso sí. Igual que, si aún no la han visto, les animo a darse un salto a la sala que les pille más cerca para sumergirse en el ruido y la furia de la película más reciente de George Miller, perteneciente a la saga de ‘Mad Max’, uno de esos hitos de la historia del cine que, quienes peinamos canas, estamos disfrutando en tiempo real y de manera desaforada. 

Hace unas semanas estuve en Kinépolis viendo en pantalla grande el primer ‘Mad Max’, el de 1979, subtitulado ‘Salvajes de la autopista’, con coloquio incluido gracias al buen hacer de mi querido Manolo Oña. Aquella era una película bien negro-criminal con la venganza como leit motiv. Y precisamente la venganza es el motor que mueve a Furiosa, la aguerrida protagonista de la precuela de la secuela del Loco Max.

Contar de qué va una película como ésta no tiene mucho sentido. Estamos en un futuro distópico en el que, tras la III Guerra Mundial, el mundo ha quedado reducido a piedra y arena. El agua y la gasolina son los bienes más preciados. La primera sacia la sed de los pocos humanos supervivientes. La segunda les permite seguir matándose, como llevamos haciendo desde el origen de los tiempos.

—El agua, la gasolina… y las balas— me dice una atenta lectora que, además, ha visto la película—. No olvides las balas. 

Y las balas. Porque el agua es vida, la gasolina es movilidad y desarrollo y las balas son la muerte. Aunque lo de gasolina y desarrollo podíamos ponerlo entre paréntesis, que al final lo que provoca es más muerte y destrucción. Como (casi) siempre ocurre con los recursos energéticos. 

Las nuevas entregas de la saga ‘Mad Max’, como la música de Molotov, no se andan con sutilezas. Aunque en ‘Furiosa’ tenemos algo parecido al viaje del héroe, heroína en este caso; lo que nos regala George Miller es adrenalina a tope, persecuciones sin fin, espectaculares vistas de los diferentes desiertos australianos y su poquito de crítica social, claro. ¿Es ese el futuro que nos espera? A la vista de lo que pasa en el mundo, de los preocupantes resultados de las últimas elecciones europeas y a la espera de las yanquis, en noviembre; lo mismo sí. Para nuestra desgracia.  

Con homenajes a ‘Ben Hur’ y a los westerns con atracos a trenes, ‘Furiosa’ es un brutalísimo espectáculo visual, auditivo y sensorial de primer orden que, si pueden ver en una sala de cine, insisto, no deberían perderse.

—Oye, vale, muy bien. ¿Pero cómo conecta exactamente lo de ‘Hot sur’ con ‘Furiosa’?— me dice la voz amiga—. Porque esa última frase olía a final y se me queda un tanto difuso el texto. 

—Pues… lo que había pensado era conectar lo que “no nacimos donde no hay que comer” de los incendiarios Molotov con el universo hambriento de ‘Furiosa’…

—Un poquito cogido por los pelos, ¿no te parece?— Me responde esa acerada voz amiga—. Además que esa canción de Molotov no tiene nada de furioso, precisamente. Que más bien en una baladita enciende-mecheros. Esa obsesión con los grupos de los años 90 del siglo pasado…

—Visto, así, claro, la verdad es que sí. Lo que pasa es que ese personaje del que escribo no es particularmente furioso.

—Había pensado más bien que ibas a conectarlo por el párrafo de la mujer ‘paniqueada’. No he leído la novela, pero Furiosa empieza siendo una niña paniqueada, tal y como la describe Laura Restrepo, ¿no te parece?

—¡Claro, claro! Si es justo lo que iba a decir y a escribir, lo que pasa es que el espacio es limitado y…

—¡Claro, claro! Faltaría más.

—Pues eso. Que ‘Hot sur’, ‘Furiosa’, dos chicas paniqueadas que, sin embargo…

—¡Calla, calla! A ver si ahora haces spoiler.

—¡Ays! Es verdad. Bueno, pues que lean a Laura Restrepo, vayan al cine a ver ‘Furiosa’ y que MUCHAS GRACIAS. 

Jesús Lens

Una semana muy energética

Balance de una semana movida y agitada en la que el concierto-fiesta de cumpleaños de Miguel Ríos supuso un viaje musical en el tiempo por la historia del mejor rock granadino. También incluyó parada en el Teatro del Generalife para disfrutar de ‘Reyerta’, un valiente proyecto de aliento lorquiano de largo recorrido, amplísimas posibilidades y brillante futuro. 

Les tengo que hablar del músico Darío Tamayo, que se me quedaron cosas que contar de la conversación en La Brujidera, y de un lugar mágico y enigmático, siempre sorprendente y cargado de posibilidades: el carmen de la Fundación Rodríguez Acosta. 

Una semana muy literaria, como no puede ser de otra manera en Granada, entre nuestro club de lectura negro-criminal, una conversación a pecho descubierto sobre la revolución del leer y la firma, que veinte años no es nada, del acuerdo final sobre el legado lorquiano, tema sobre el que también me gustaría volver. 

Pero hoy es un día entregado al cómic, que la Alianza Francesa de Granada, con la colaboración del festival Gravite, inaugura una espectacular exposición en la Biblioteca de Andalucía sobre la obra ‘El mundo sin fin’, publicada en España por Norma Editorial y de la que ya les hablé meses. 

“Una vez más, un cómic me pone a cavilar. En este caso, ‘El mundo sin fin’, en el que el talento visual de Christophe Blain se combina con las tesis científicas del experto climatólogo Jean-Marc Jancovici”, les contaba entonces. (AQUÍ se puede leer). 

Jancovici defiende que el despegue económico va ligado al uso de la energía, con las desigualdades sociales que eso conlleva. Sobre todo porque, cuanto más desarrollo experimenta una comunidad, más energía consume, lo que contribuye a ahondar las diferencias entre países ricos y pobres. 

Si a todo ello le sumamos que los recursos energéticos son finitos, y que el abuso de su consumo está contribuyendo a acelerar el cambio climático, nos encontramos en uno de esos momentos decisivos en la historia de la humanidad. Lo dejo aquí, de momento. Pásense por la exposición, lean el cómic, que defiende tesis polémicas, y comentamos.

Jesús Lens

 

Louise Penny y ‘El reino de los ciegos’

Sagas. Todo un concepto, ahí. Y un (potencial) problema. Hasta hace (relativamente) poco tiempo, sólo leía las sagas policíacas en su debido orden. Lo que, de facto, suponía dejar de leer a algunos de mis autores de cabecera. Porque una vez que me perdía una o dos entregas, desistía. ¿Ya para qué, si no iba a ser capaz de ponerme al día? 

Mi renuncia libresca más sangrante ha sido John Connolly y su serie protagonizada por Charlie Parker. Me flipaba esa mezcla entre el noir más desopilado y el terror puro y duro. Pero como su prosa es densa y morosa y exige mucha atención, empecé a aplazar lecturas. “Cuando tenga menos jaleo”, me decía al publicarse una nueva novela, que compraba con fervor religioso, eso sí. “Cuando disponga de más tiempo seguido para leer me pongo al día”, me prometía con la siguiente. Y así se me pasa la vida lectora. Una vida sin Connolly.

Con Louise Penny me ocurría algo por el estilo. Su saga protagonizada por Armand Gamache, la obra de una vida, está conformada por cerca de 20 novelas. ¿Qué hacer? ¿Apretar los dientes y empezar por la primera, descubriéndolo todo sobre la gélida localidad canadiense de Three Pines y sus vecinos, o lanzarme a leer la última publicada, sin más, a ver qué tal?

En esta ocasión, y creo que servirá de precedente, me he tirado sin red y en el Club de lectura y cine de Granada Noir y Librería Picasso hemos leído ‘El reino de los ciegos’, la novela más reciente de Penny, publicada por la editorial Salamandra. Está protagonizada por el que, a estas alturas de su vida, es un gran jefazo de la policía canadiense. Pero algo le tuvo que pasar en la novela anterior, que nos lo encontramos suspendido de empleo, incurso en una investigación interna para dirimir si actuó bien o mal, si tomó las mejores decisiones en un caso muy controvertido. 

Cuando una autora es buena, y Louise Penny es de las mejores, no en vano ha ganado mil y un prestigiosos premios literarios; no tiene problema en arrancar cada novela poniendo en situación a los lectores recién llegados sin cansar a los veteranos. Le bastan unas pinceladas para situarnos, presentarnos a los personajes principales y secundarios, recopilar lo esencial de sus vidas y sus carreras profesionales y, a partir de ahí, construir una nueva y atrapadora trama.  

En el caso de ‘El reino de los ciegos’, la lectura de un extraño testamento y una gran tormenta de nieve nos sitúan en un escenario muy acogedor, una especie de ese ‘cozy noir’ del que otras veces les he hablado, cálido y hogareño. Pero no. Cuando un hilo argumental tiene como protagonista a una letal y amenazadora modalidad de fentanilo, no hay ‘cozy’ que valga, que hablamos de una droga que está haciendo estragos en Estados Unidos y Canadá y que empieza a distribuirse por todo el mundo. 

En este mi primer contacto con el universo narrativo de Louise Penny —puedo garantizar que no será el último, que me han encantado tanto sus tramas como sus personajes, ambientación y forma de escribir; ese clásico procedural que me disloca— he encontrado una narrativa de cocción lenta en la que los diferentes hilos argumentales avanzan en paralelo tejiendo una tela de araña que te enreda sin remedio. 

Por cierto, si quieren ponerse al día con las aventuras de Gamache antes o después de leer las novelas más recientes de Louise Penny, hay una adaptación televisiva con muy buenas críticas en Amazon. De nada. 

Jesús Lens