Inteligencia Artificial: de ameba a T-Rex

Uno de los problemas de la inteligencia artificial es que está evolucionando a demasiada velocidad, quemando etapas de forma vertiginosa. “Entre la ameba y el Tiranosaurio Rex hubo millones de años de evolución natural”, enfatizaba Yuval Noah Harari a través de la pantalla del portátil. ¿Cuánto tiempo pasará para que la IA alcance ese nivel de desarrollo? Poco. Muy poco. ¿Demasiado poco? Es una de las muchas interrogantes planteadas por el famoso historiador y pensador en una rueda de prensa desarrollada a través de Zoom. 

 

Estoy leyendo ‘Nexus’ entre fascinado, enganchado y aterrorizado. Es el libro más reciente de Harari, lo acaba de publicar la editorial Debate y lleva como subtítulo ‘Una breve historia de las redes de la información desde la Edad de Piedra hasta la IA’. Ni que decir tiene, es EL libro del momento. Por su autor, por el tema que trata y por su publicación en plena campaña electoral norteamericana. 

Cuando termine de leerlo y procesarlo les contaré mis impresiones, pero como uno no tiene todos los días la ocasión de escuchar en vivo y en directo a un intelectual como Harari, déjenme que les desgrane algunos temas que trató.

Por ejemplo, que es naif pensar que a mayor volumen de información, así en bruto, más conocimientos tenemos y más fácil es conocer la verdad. Y no. Entre la tonelada de ‘información’ que amenaza con sepultarnos, mucha de ella es cuestionable, cuando no directamente falsa. Encontrar la verdad sobre cualquier aspecto es difícil y costoso ya que la realidad es compleja.

De ahí el problema con las redes sociales. En un medio de comunicación tradicional hay personas al mando con conocimiento, experiencia y criterio a la hora de validar la información y darle la importancia que se merece. Cuando manda un algoritmo y su función es conseguir que los usuarios pasen el mayor tiempo posible conectados a su red, prevalecen las teorías de la conspiración, por poco o nada fundadas que estén, o los mensajes de odio que tanto daño están haciendo. 

Yuval Noah Harari habló de la KBG y sus sistemas de control, de las ubicuas cámaras en Irán que controlan a las mujeres que no llevan velo, del peligro de tipos como Putin o Netanyahu y de la confianza en las instituciones y el diálogo ciudadano como fórmulas para sostener las democracias. Se me quedan muchos temas en el tintero sobre los que iré volviendo, que la inteligencia artificial no deja de deparar novedades, sustos e ilusiones, también. 

Jesús Lens

‘Cabeza de serpiente’ y tráfico de seres humanos

La editorial Reservoir Books, cuyo catálogo es apabullante, acaba de publicar en España ‘Cabeza de serpiente’, una vibrante e imprescindible historia de no ficción escrita por el periodista de investigación Patrick Radden Keefe y que lleva como subtítulo ‘Una epopeya oscura en Chinatown’. 

De este autor, una de las firmas más importantes de la prestigiosa revista The New Yorker, ya les he hablado antes, que ‘Maleantes. Historias reales de estafadores, asesinos, rebeldes y impostores’ (AQUÍ, la reseña) me encantó y ‘No digas nada’ me dejó turulato. 

En este caso, la historia arranca en una madrugada de junio de 1993, cuando un barco embarranca antes de arribar a una playa cercana a Nueva York y decenas de personas de origen chino comienzan a saltar a unas aguas turbulentas sobre las que no había ni puente ni pasarela. ¿De dónde venía el ‘Golden Venture’ y por qué, sus pasajeros, presentaban ese aspecto tan demacrado?

400 páginas después lo sabremos todo sobre el barco, la vida de algunos de sus pasajeros y, lo que es más importante, quién lo fletó y con qué intenciones. Pero eso ya se lo avanzo yo, que queda claro desde el principio de la narración: el buque transportaba inmigrantes ilegales desde China y a las personas que lo fletaron, traficantes de seres humanos, se las conoce como ‘cabeza de serpiente’. “Los orígenes del término ‘cabeza de serpiente” están envueltos en un halo de misterio. Hay quien cree que la serpiente simboliza una sinuosa ruta de contrabando por la que la cabeza de la serpiente abre camino”. 

He leído el libro de forma compulsiva, tratando de no despegarme del sofá nada más que para lo imprescindible. Y es que Chinatown, como Little Italy, es un nombre esencial para los ‘mordidos’ por el género negro-criminal. 

Patrick Radden Keefe nos contó en rueda de prensa que, para romper el muro socio-cultural y lingüístico que le separaba de la comunidad chino-norteamericana, además de mostrar todo el respeto posible, contó con la ayuda de una persona de confianza que le abrió puertas que para él estaban radicalmente cerradas, además de servirle de traductor tanto en la propia Nueva York como en China. Y no era fácil conseguir que las fuentes hablaran: en el centro de esta trama se sitúa una sencilla y anodina mujer de mediana edad llamada Cheng Chui Ping a la que toda la comunidad consideraba una heroína y una lideresa sin parangón.

En este libro se cuenta la historia de bandas violentas que operaban en Chinatown, asesinos sin escrúpulos, sicarios implacables y gángsteres de todo tipo de pelaje. Pero, sobre todo, se detalla con toda precisión cómo funcionaban las redes de tráfico ilegal de personas que introdujeron a cientos de miles de personas de origen chino en Estados Unidos. Y que lo siguen haciendo, ojo. Porque mientras haya gente desesperada por huir del hambre, la pobreza, la falta de expectativas, la represión y la guerra, no habrá muros ni vallas que la detengan y, en su camino, siempre encontrarán redes mafiosas dispuestas a aprovecharse de su situación para lucrarse a su costa. 

Lean ‘Cabeza de serpiente’. Como buena obra de no ficción que es, escrita por un periodista de investigación tan profesional como Patrick Radden Keefe, además de ser adictiva y devorarse como la mejor de las novelas, se abstiene de hacer cualquier tipo de juicio de valor moral, dejando que seamos los lectores quienes saquemos nuestras propias conclusiones. 

Version 1.0.0

Si es usted valiente y desprejuiciado, lea ‘Cabeza de serpiente’, insisto. La disfrutará y le dará mucho que pensar y debatir, con usted mismo y con los demás. 

Jesús Lens

Liternatura y autoaflicción

Pregunta seria. ¿Es usted de los que dicen aprovechar las vacaciones para leer lo que no tienen tiempo durante el resto del año o de quienes leen de verdad? Desconfío del lector veraniego. Obviamente, con más tiempo libre, los lectores leemos más y mejor. Pero, insisto, qué poca confianza tengo en ese que, de septiembre a junio, el único libro que pide es el de reclamaciones. 

Así las cosas, y dado que es viernes, ¿hablamos de leer? Les confieso que estoy que muerdo por volver a juntarme con la gente de nuestro club de lectura en la Librería Picasso. Porque, como ya les he dicho otras veces, comentar los últimos libros leídos prolonga y amplifica el placer. También me servirá para volver al vivo y al directo, que desde el regreso al Zaidín sólo me dejo ver en bares y cafeterías. Que no está mal, pero no es suficiente.

Este verano, además de al policíaco, me he entregado a un género, la ‘nature writing’ o ‘liternatura’, que me fascina desde tiempos inmemoriales, los de AGNADEN, el FAPAS y los gallipatos en las lagunas de Padul. De cuando leía Quercus y Natura, además de Gigantes del Básket, y Félix Rodríguez de la Fuente era mi ídolo y referente. Un género al que me he rendido incondicionalmente desde la pandemia. Creo que es algo generalizado. Hemos reconectado con la naturaleza y le prestamos más atención a todo lo relacionado con árboles, bosques, mares, ríos y rocas. Y, en el entorno urbano, empezamos a valorar en su justa medida el papel que los jardines, los parques y las fuentes desempeñan en nuestras vidas.

Es de esa pulsión que nace ‘Biotopías. La naturaleza cuenta’, un nuevo festival que ponemos en marcha mi compañero y amigo Gustavo Gómez y un servidor con la complicidad y el patrocinio de Fundación Unicaja, cuyo compromiso con la cultura en Granada es cada vez mayor. Pero ya tendremos ocasión de hablar de todo ello. 

¿Y usted? ¿Qué ha leído? Otra confesión: cada vez puedo menos con un género al que jocosamente he bautizado como ‘Autoaflicción’. Sería la modalidad doliente, quejumbrosa y sufriente de la autoficción y, por lo general, me resulta un tostón de lo más… insufrible. 

Jesús Lens

‘Jazz blanco’ o vuelta a la esencia de Ellroy

He leído un libro que me ha dejado muy tocado. Se titula ‘Aún no se lo he dicho a mi jardín’, es de Pia Pera, lo publica Errata Naturae y no es policíaco. Por razones que les contaré en otra ocasión, la autora necesita desprenderse de su biblioteca y reflexiona con una cierta melancolía sobre los libros que ya no le dará tiempo a leer. La versión libresca del tempus fugit. 

Este verano he saldado una deuda lectora que tenía conmigo mismo desde hará 25 o 30 años. Porque este verano he leído, por fin, ‘Jazz blanco’, de James Ellroy, el desenlace (¡y qué desenlace!) de su famoso Cuarteto de Los Ángeles. Y no he leído una edición cualquier del libro, sino la versión mazacote y en bolsillo con letra ‘apretá’ que me llevaba esperando pacientemente en las estanterías de mi biblioteca desde hace lustros. 

Hace muchos años, antes de que internet fuera una prolongación natural de nosotros mismos y tuviéramos tanto acceso a la información, nos dejábamos guiar mucho más por la intuición. Así me hice con una edición barata de ‘El gran desierto’. Ni tenía idea de quién era Ellroy ni sabía nada de su literatura. (Aquí escribí de ella).

La lectura de aquella novela me conmocionó del tal manera —es uno de los momentos fundacionales para mi yo negro-criminal— que la recuerdo como si fuera ayer. Después leí ‘La dalia negra’, aunque cronológicamente iba antes. Y, cuando se anunció su versión cinematográfica, devoré ‘L.A. Confidencial’. Majestuosas las tres. Imprescindibles. Necesarias. Incontestables. 

¿Por qué no leí ‘Jazz blanco’? Porque me la guardaba para un momento especial. Podría ser para superar un bajonazo o para mitigar algún virulento acceso de soledad y melancolía. O para celebrar algo importante y singular. O para leer en algún sitio original y diferente. En la mismísima Los Ángeles, por ejemplo. ¿Por qué no? El caso es que el tiempo pasó y mi viejo ejemplar de Ediciones B fue amarilleando sus páginas hasta acabar sepultado y olvidado entre otros muchos libros. 

En el Club de lectura de Granada Noir, Penguin y Librería Picasso aprovechamos las vacaciones para enfrentarnos a tochos clásicos. A Ellroy, por ejemplo, y su mítico Cuarteto. Me hice con las nuevas y flamantes ediciones publicadas por Literatura Random House y las llené de anotaciones para comentar en nuestras charlas.

Quiso la casualidad —o no— que este año le diera un repaso a fondo a mis libros. Y me reencontré con mi antiguo ejemplar de ‘Jazz blanco’. Olía a viejo, la letra parecía haber menguado y las páginas corrían el riesgo de salir volando en cualquier momento. Se lo comenté a una buena amiga y lectora y me preguntó: “¿no estarás pensando en comprarte la edición nueva para tener los cuatro libros emparejados y relucientes, verdad?”.

“¡No, no!”, me apresté a responder con aplomo y seguridad, aunque disimulando, que me había cogido en ostensible falta. Porque eso era precisamente lo que pensaba hacer. Así las cosas, he leído mi versión ‘viejuna’ de ‘Jazz blanco’. ¡Y qué disfrute, oigan! Fue como reencontrarme con mi yo lector de hace lustros, reconectar con él. Todo un viaje en el tiempo con un viejo libro como pasaporte.  

La novela es la quintaesencia del estilo más depurado de Ellroy, pero sin llegar a lo críptico y casi manierista de algunas de sus novelas posteriores. AQUÍ, más de ESE Ellroy) ¡Ritmo, ritmo, ritmo! La pluma convertida en metralleta. Frases cortas y cortantes como navajazos. Personajes desmadrados y al límite, amorales y, sin embargo, atesoradores de una personal ética sin parangón. ¡Qué gusto, qué placer y qué satisfacción haber saldado esta deuda lectora con el maestro… y conmigo mismo!

Por cierto, si no han leído la novela, siempre pueden tratar de ver su versión cinematográfica, como contamos AQUÍ.

Jesús Lens

‘Chicas brillantes’, uno de los libros del año

Permítanme que comience el curso de forma imperativa: ‘Chicas brillantes’, la novela de Jessica Knoll recién publicada por RBA, es obligatoria, perentoria e imprescindible. La tienen que leer, sí o también. Estamos en plena ‘rentrée’ literaria y, en el momento de pasar por su librería de referencia deben hacerse con ella. Y leerla, claro. 

Tengo dudas sobre si hablarles del contexto de la novela, ése que la hace tan especial. Pienso que, sin conocerlo, su lectura sigue siendo igualmente atractiva y poderosa. Pero conociéndolo… lo dejo en sus manos.

‘Chicas brillantes’ tiene varios hilos narrativos que en realidad son uno. Su acción transcurre en diferentes momentos, pero lo que cuenta, insisto, es la misma historia, que transcurre entre 1974 y 2021. Una historia terrible, pero tratada de una forma exquisita gracias a los puntos de vista utilizados por Knoll. 

Voy a ser muy prudente al contarles de qué va ‘Chicas brillantes’. Parte de su gracia es ponerse en manos de la autora y dejarse llevar por su prosa detallista y morosa, que va mostrando capas de verdad en el momento justo y necesario para revelarnos qué les pasó a Pamela Schumacher y a sus compañeras de sororidad universitaria aquella noche de enero de 1978 en que se despertó al oír un ruido extraño en el edificio donde vivían. Y lo que ocurrió a partir de ahí no fue nada de agradable. Sobre todo porque dos de sus compañeras terminaron asesinadas.  

Cuatro años antes y a muchos kilómetros de distancia tenemos a Ruth, una mujer con una vida complicada. ¿Hay relación entre ambas historias? Es posible que sí, como la otra co-protagonista de la novela, Tina Cannon, tratará de demostrar. 

Desde el principio de la novela sabremos que el asesino de Denise terminará en la silla eléctrica. Fue ejecutado el 23 de enero de 1989 —búscalo—. Fue el mismo día en que murió Dalí, por lo que la noticia no tuvo tanta repercusión como pudo, ¿como debió tener? Jessica Knoll se referirá a ese sujeto como el Acusado, sin más. Y hay razones para ello. La más importante: la tendencia a convertir en ‘héroes’ a tipos tan repugnantes como los asesinos en serie. Casi en ídolos pop. ¡Que se lo digan a Jane’s Addiction! Y por ahí no pasan ni Pamela, la protagonista; ni Jessica, la autora. ¡Qué importante y necesario era, es, plantarse así! 

“Desde el cartel de ‘Se busca’ el Acusado me devolvía la mirada con unos ojos oscuros y vacíos. No me malinterpretes, eran unos ojos que daban miedo, pero lo que realmente me aterroriza aún hoy en día, lo que me enfurece, es que no había nada excepcionalmente inteligente detrás de ellos. Una serie de ineptitudes a escala nacional y una actitud indolente hacia los crímenes contra las mujeres…”. Ahí lo dejo.

Deben leer ‘Chicas brillantes’ para enfrentarse a otra forma de contar lo que ya se ha contado diez, cien, mil veces antes. Una forma de narrar una historia que nos enfrenta a nuestras propias contradicciones como aficionados al género negro y que, desde la primera página, nos hace reflexionar a medida que acompañamos a Pamela, Tina y Ruth en su peregrinar. 

No es una novela trepidante, en el sentido clásico del término, por mucho que la caza del asesino sea parte del argumento. Pero no es la clave ni lo esencial. O sí, pero por otras razones diferentes a las habituales, algo que ya hemos apuntado. Insisto: vayan a su librería de cabecera y llévense ‘Chicas brillantes’. Es una decisión literariamente irreprochable y moral e intelectualmente imprescindible.  

Jesús Lens