Déjenme que comience reconociendo que, al principio, me dio bajón. ¿Un campo de concentración? ¿En serio? ¡Pero Pepo, tío! ¿Por qué nos haces esto? Espero que no me mate esta tarde, a eso de las 19 horas, cuando nos veamos en la Biblioteca de Andalucía para la presentación de su libro. He sido cobarde como una rata, esperando a hoy para soltarlo, no fuera a ser que Alejandro Pedregosa se mosqueara y me borrara de la presentación. No me quise arriesgar porque, una vez leída ‘Comadrejas’, publicada por la editorial Cuatro Lunas, ardo por conversar con su autor.
—¿A pesar de que comienza en un campo de concentración alemán durante la II Guerra Mundial?
—¡No! ¡A pesar de ello, no! ¡Precisamente por eso! Porque hay que ser muy osado y tener muy clara una historia para centrarla en un momento y en un espacio tan concretos y significativos.
“Perderlo todo. No es fácil perderlo todo”. Así comienza ‘Comadrejas’, con una frase que nos pone en situación, sin llamarnos a engaño. El narrador es un auténtico perdedor, aunque no por naturaleza, sino por las circunstancias. Y es que la ética y la estética del perdedor molan mucho en el cine y en la literatura, pero la realidad es más prosaica, menos romántica. “Ahora sé que se trata solo de una forma de hablar”. Porque, efectivamente, al leer esta novela sabremos lo que es perder. Pero perder de verdad.
La primera parte de ‘Comadrejas’ se titula ‘La cantera’ y es un homenaje a Sísifo, que estamos ante una novela con diferentes referencias a la mitología griega. Sísifo, ya lo saben ustedes, es el símbolo del trabajo extenuante hasta el reventón, repetitivo hasta el hartazgo y sin fin en el horizonte. Por poner un ejemplo cinematográfico diferente a los habituales, recuerden ‘La colina’, de Sidney Lumet.
En la cantera trabajan los prisioneros de un campo de concentración, entre los que se encuentra un escritor de origen español. Aunque hablar de ‘trabajo’ es injusto. “El infierno es un lugar común, un tópico. Muchas veces he asegurado estar en el infierno a lo largo de mi vida. Pero no ha sido hasta ahora, que bajo y subo por sus escaleras cada día, cuando sé que lo habito realmente”. ¿Por qué acabó allí? Esa es la cuestión…
Demos un salto en el espacio-tiempo para conocer a Juana la Churra. O, al menos, para presentársela a usted; lectora, lector. Porque para conocerla como está mandado deben ponerse en manos de Pedregosa y seguir con ‘Elegía’, las segundas cien páginas de ‘Comadrejas’, en las que conoceremos a personas diferentes que no se amoldan a lo esperado y desbordan los márgenes de lo tradicional. Juana, esa portentosa mujer, vive en un pequeño pueblo de Málaga donde, por suerte o por desgracia, también pasan cosas. Y es que pueblo chico…
Pasemos, pues, a la ‘Fábula’ que conforma la tercera parte de ‘Comadrejas’. ¿No le ha parecido curioso el título del libro, por cierto? De hecho, ¿qué sabe usted de las comadrejas? El autor habla así de ellas, casi al comienzo de la novela: “un ser retraído que habita en los límites del bosque y se oculta en la maleza… Es el más pequeño de los seres carnívoros. Sobrevive solo porque es rápido y extremadamente ágil. Sabe perderse de vista, esfumarse. De lo contrario, lo liquidarían”.
Hay muchas más cosas en ‘Comadrejas’ que usted descubrirá cuando lea la novela. Repare en que digo ‘cuando’, no ‘si’. Porque usted y yo tenemos un pacto no escrito. Y ese pacto le obliga a hacerse con un ejemplar y a leerlo con pasión furibunda. No se arrepentirá.
Jesús Lens