La columna de hoy de IDEAL, tras la Serie Santa de estos días, conformada por la Trilogía del Silencio, la Soledad y la Paciencia, supone un cambio de registro que, espero, os resulte igualmente estimulante.
Querido Luis García Berlanga: como gran aficionado al cine, he visto buena parte de sus películas, teniendo en mi altar particular su trilogía sobre la Transición, que comenzara con aquella gloriosa «La escopeta nacional». Acordándome de ella, quería contarle una anécdota que pasó hace unos días en Granada, la Granada del siglo XXI, tan moderna ella, a ver qué le parece, por si quisiera escribir un guión, o algo.
No sé si es usted aficionado a la montaña, pero una de las vías más populares de acceso al Parque Nacional de Sierra Nevada es la conocida como Vereda de la Estrella, meca de excursionistas de toda España y parte del extranjero. Una gozada de Vereda que aparece reseñada en guías montañeras y de viajes. Encontrándose la misma un tanto deteriorada, al calor del Plan E impulsado por ZP, un puñado de currantes fuimos contratados para trabajar en su rehabilitación, teniendo que pegarnos unas caminatas de aúpa, bien temprano por la mañana. A veces, eso sí, hemos usado reatas de mulas para subir material y útiles de trabajo.
El caso es que un buen día estábamos sudando la gota gorda, que no vea usted el calor que está haciendo este mes de septiembre, cuando vimos llegar una mula cargada de cosas ricas para comer. ¿Se imagina? Pensamos que era un detallazo, eso de subirnos unos embutidos allá arriba. Hasta que Pérez se acordó de que ese día venían de visita unos «encorbataos» de la Junta, a ver cómo iban las obras.
Y, claro, cuando comprobamos que en un anchurón de la Vereda empezaban a montar una especie de chiringuito playero, aunque a 2.000 metros de altura, para proteger las viandas del sol… supimos que aquello nada tenía que ver con nosotros, lo que corroboramos cuando escuchamos un helicóptero y, al rato, presenciamos la llegada de doce «encorbataos»… aunque sin encorbatar, eso sí. En plan MacGyver, estuvieron dando varias vueltas por buena parte de la Vereda, aterrizando y volviendo a despegar, un hartón de veces. Después, le encargaron a uno de nuestros colegas, artista del fogón él, que hiciera una pipirrana y, sin más, comieron, bebieron y se piraron. Volando, como habían venido.
Y luego, se montó la gorda, cuando al día siguiente subieron otros «encorbataos» a ver las obras, pero en el cochechito de San Fernando, un pasito a pie y otro andando. ¡Un dispendio lo del helicóptero!, clamaban. Y fíjese que a mí, sabiendo la de cosas importantes que tiene que hacer esa gente, no me pareció mal que llegaran volando, que su tiempo seguro que es mucho más importante que el mío. A mí, lo que me supo realmente mal, es que no tuvieran ni el detalle de preguntar si nos apetecía probar la pipirrana. Que lo mismo no había tenedores y platos para todos y con lo de la Gripe A iba a ser un foco de infección, todos pinchando de la misma fuente. Pero que hubiera sido un detallazo, ¿no cree usted, Don Luis? Un fuerte abrazo.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.