Escribo esta columna en la terraza de un bar de mi barrio. Antes, al leer la prensa del día, la de papel y la digital para no perder comba, la mandíbula se me quedó descolgada. Aun así, disfruto de estas temperaturas pre-primaverales y cargo las baterías de sol y luz ante la amenaza de una hipotética nevada para el próximo fin de semana.
Se me hace raro estar en mangas de camiseta, tan a gustico, y saber que en un par de días volveré a sacar el forro polar del armario. Una sensación que me sirve para ponerme en la piel de un Ciudadano cualquiera… con cargo orgánico. ¡El frío que le espera!
Es una terraza tranquila, alejada del mundanal ruido de coches y motos. Está en una plaza sin tráfico. Se oye el piar de los pajaritos… y las conversaciones de los vecinos de mesa. Hay uno que no deja de hablar por el móvil y cada dos frases suelta un “a ver si me entiendes”.
Lo diré alto y claro: los odio. Odio a los ‘A ver si me entiendes’ como los buenos aficionados al balompié profesan odio eterno al fútbol moderno. Odio su tonillo de superioridad y la condescendencia de la muletilla. Odio que me tomen por tonto. Odio que se tomen por listos.
Que un profesor, un especialista o un sabio en su materia se preocupe por saber si sigo su razonamiento es lógico, permisible y hasta de agradecer. Que me estén dando la brasa con cualquier banalidad y, además, duden de mi capacidad cognitiva, me subleva.
Los ‘A ver si me entiendes’ meten la morcilla de marras una y otra vez, de forma cruel y despiadada. Da lo mismo lo que te estén contando, a ver si me entiendes. O si me comprendes. Lo mismo da que te hablen de Iglesias y Ayuso o que te den su opinión sobre un libro o una película. Que te expliquen una receta o cómo llegar a cualquier sitio, de forma directa o dando un rodeo, a ver si me entiendes.
Lo paradójico es que cuando un interlocutor comienza con la consabida letanía, solo tengo oídos para la morcilla, desconectando del resto del puchero, de forma que la conversación —o lo que sea— se reduce a un balbuceo incomprensible del que solo comprendo los “a ver si me comprendes”. O si me entiendes, que no sé si me estoy explicando.
Jesús Lens