ÁFRICA ¿EL FRACASO DE LA HUMANIDAD?

Hace unos meses, a la vuelta del Malí, publicamos este artículo en IDEAL. Ahora, a la vuelta de Senegal, me apetece rescatarlo. En su momento ya suscito comentarios y controversia. No sé si los nuevos amigos de Pateando el Mundo, o icluso los veteranos, quieren volver sobre el tema…

Tengo un amigo que, hará un par de años, se fue a Kenia. Cuando volvió, antes de preguntarle por lo que le había parecido el viaje, comencé a glosar las maravillas de esa parte del mundo. Al terminar de exponer mis razones, mi amigo, muy serio, me espetó un demoledor “permíteme que disienta” que me dejó sin palabras. Entonces recordé sus ojos, alegres y vivaces, cuando caminábamos por París, ciudad a la que mi amigo definía como la capital del mundo y donde, decía, podríamos buscarlo si alguna vez decidía cambiar de aires y perderse del mundanal ruido.

Mi amigo, que es un racionalista, humanista, enciclopedista y convencido defensor de la leyenda “Libertad, igualdad, fraternidad”, no consiguió disfrutar de un África que, para él, representa el fracaso de la humanidad, contemplada desde un punto de vista económico-desarrollista. ¿Cómo comparar Nairobi con París, la ciudad perfecta, la capital de las vanguardias artísticas y gastronómicas, faro de una revolución en que conviven Notre Dame, la torre Eiffel y el Arco de la Defense? París es una ciudad hecha por el hombre, a la medida del hombre y para disfrute del hombre.

En África, sin embargo, el hombre se siente pequeño y sigue estando a merced de una naturaleza indómita y salvaje que, cuando quiere, juega con él. Así, lo primero que los europeos tenemos que hacer, antes incluso de poner un pie en el vecino continente, es vacunarnos contra un montón de enfermedades que, por suerte, hace decenios que fueron erradicadas de nuestra tierra, de la fiebre amarilla y la polio a la profilaxis de la terrible malaria.

Y, después, en cuanto arribamos al continente negro, los europeos retrocedemos otro puñado de décadas en nuestro estándar vital. En África todo es difícil y complicado, duro y, en muchos casos, absurdo, caótico y surrealista. Desde los interminables trámites burocráticos para entrar en cualquiera de sus países al ruido, el humo de los coches, el estruendo y el caos generalizado. Entrar en África es dar un salto atrás en el tiempo. Es volver al origen primigenio del ser humano. Porque en el principio estuvo África.


El calor, la humedad, los insectos, los mosquitos, las incomodidades y la mala comida contrastan con el colorido de una vitalidad sin límites, con el sonido una explosión de vida sin parangón en nuestras sociedades frías y liofilizadas, reglamentadas y racionalizadas.

Los caminos de África, rojos, hechos de tierra, sirven para que centenares de persones los transiten en coche, pero mayoritariamente, en autobuses cochambrosos, en burro, en bicicleta y, por su puesto, caminando. Carreteras, pistas y caminos de dimensión todavía humana, previa al desarrollo tecnológico de nuestras autovías y autopistas.

En África todo es desmedido y extremo. E imperfecto. Desde sus democracias corruptas a sus aires acondicionados inservibles. El tiempo pasa más despacio y la noche sucede al día sin solución de continuidad. Se trabaja de sol a sol y de noche, se descansa. O no. Pero la ausencia generalizada de luz eléctrica hace que la vida de paralice. La vida, como la entendemos nosotros.

Porque en África, la vida es diferente. Y los europeos que viajamos allí es precisamente eso lo que vamos buscando: sentir experiencias sensoriales diferentes. De la inmensa soledad y el vacío de los desiertos a la magnificencia de los grandes mamíferos en libertad pasando, por su puesto, por unas relaciones humanas que en nada se parecen a las de nuestros países de origen. En África la gente se toca, se abraza, se habla, se canta y se devora con la vista, sin disimulos o vergüenzas. Porque todo es primitivo, todo el primigenio, simple y básico. En África se ama, se odia, se quiere y se mata con una fuerza, pasión o saña que nosotros ya no conocemos. Y esa vida sencilla: un trozo de carne en las brasas de un fuego, un té caliente al atardecer, una cerveza a mediodía. La charla nocturna, el saludo de un niño o una partida de Awalé después de comer.

Cuando en nuestro mundo hemos procurado reducir la naturaleza a límites tolerablemente humanos, mecanizando las sierras, dibujando los senderos de las montañas, balizando las playas, reconduciendo los cauces de los ríos y reglamentando hasta el comportamiento humano más sencillo; África supone un soplo de libertad en que no hay cinturones de seguridad, controles de alcoholemia o legislación antitabaco.

No vamos a África a regodearnos en la miseria de los demás. No. Vamos a África en busca de una libertad que hemos perdido en nuestra vida, de unos horizontes impensables en nuestra vista cotidiana, de unos sonidos que ya no somos capaces de escuchar en nuestras sociedades, de unos colores tan fuertes que hieren la vista, de unos olores tan profundos que apabullan nuestros sentidos. Buscamos la pureza, la luz y la esencia de unas relaciones hombre-hombre y hombre-naturaleza que, a lo largo de diversas generaciones, hemos sepultado bajo toneladas de cemento, asfalto, humo y legislación.

Por eso, cuanto menos desarrollado está un país en África, más auténtico lo encontramos, más fuerte es el impacto, más calado tiene la conmoción y mejor nos sentimos allí. Sobre todo porque, pasados unos días, unas semanas o unos meses, volveremos a la comodidad de nuestros hogares y podremos narrar nuestra gran aventura africana a los amigos en torno a un buen vino, en la calidez de un bar debidamente acondicionado y que cumple todas las normas higiénicas que aquí son felizmente exigibles.


Es el contrasentido de África. Intelectualmente, queremos que mejore, que crezca y se desarrolle. Sensorialmente, no. Hoy por hoy, el hecho de que buena parte del continente africano se encuentre sumido en el subdesarrollo hace que allí podamos encontrar muchas de las cosas que aquí hemos perdido y que echamos de menos. Porque África es el fracaso de una humanidad basada en el desarrollo científico, técnico, arquitectónico y sanitario. Y, sin embargo, África es la celebración de una humanidad primordial en la que prima una forma alegre, festiva, lenta, colorista, apasionada, cálida, feraz y bulliciosa de entender la existencia.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.