¿Qué puede llevar a un hombre a alquilar una de las habitaciones más altas de un hotel, entrar de buena mañana, desayunar una langosta con champagne y, acto seguido, abrir la ventana y salir a la cornisa del edificio, justo en mitad de la Avenida Madison de New York City?
La respuesta en una película muy, muy interesante, que acabamos de ver: