Muchas veces, hasta que no me siento a escribir, no sé qué pienso exactamente de un tema. Me hace falta intentar explicarlo, poniéndolo negro sobre blanco, para afinar los argumentos y afilar sus aristas más cortantes. Necesito condensarlo en 400 palabras con lógica y sentido. De hecho, en ocasiones reescribo tantas veces estas columnas que el resultado final apenas se parece al texto original. Las ideas y opiniones, o están bien fundadas y expuestas, o carecen de valor.
Por eso adoro esas palabras con fuerza y poderío que te invitan a escribir sobre ellas. Palabras que son fogonazos. Por cómo suenan. Por su polisemia. Por su capacidad para convertirse en concepto. Por sus infinitas posibilidades.
La semana pasada, durante el devastador y cruel incendio forestal de Sierra Bermeja, mi cómplice Gustavo Gómez me puso en la pista de los pirocúmulos. Me los dejé anotados a la espera de que concluyera la extinción del fuego para usarlos en alguna columna. Ha querido la fatalidad que, con los restos aún humeantes del incendio de sexta generación, el volcán de la Palma nos tenga en vilo y aprendiendo toda una nueva terminología. Como lo de los flujos piroclásticos.
También me he dado el gustazo de escribir sobre uno de esos neo-conceptos que surgen de las nuevas tecnologías: dejar en visto. Me lo pasé pipa reflexionando sobre lo molesto e insultante que resulta ese gesto. De paso, aproveché para repasar todo mi güasap en busca de conversaciones interrumpidas abruptamente por mi desidia silenciosa.
Tengo otro título para una columna: Generación Ramdom. Dado que todo el mundo se inventa nombres generacionales, de la X a la Z, pasando por la Millenial e incluso la Pandémica, a mí me gusta lo de Random. Prometo explicarme otro día.
También hay palabras a las que les cojo inquina. Tóxico, por ejemplo. Igual que antes todo era fascismo y/o ETA, ahora todo es tóxico o susceptible de serlo: personas tóxicas, relaciones tóxicas, ambiente tóxico… y lo peor es que al oír el epíteto de marras no sabes exactamente si se trata de una persona abandonada por Rexona o de un exceso de amianto en un edificio. Ojito también al odio. Hemos empezado con los delitos odiosos y de aquí nada tendremos el odio hasta en la sopa. Ojalá que solo metafóricamente hablando.
Las palabras nos definen y nos califican incluso en la edad de la imagen. Hagamos el mejor uso posible de ellas.
Jesús Lens