En estos últimos meses hemos tenido oportunidad de disfrutar con películas como “Rocky Balboa”, “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” o “La jungla 2.0”, protagonizadas todas ellas por actores maduros que, en su juventud, pusieron su atractivo careto al servicio de héroes de acción de las más diversas condiciones, orígenes, pelajes y cataduras morales.
En “Asesinato justo” se reúnen, por fin, Al Pacino y Robert de Niro, compartiendo plano tras plano, en una película. Los dos mejores. Los dos monstruos. Los dos cracks. Por fin juntos. La pareja más anhelada, posiblemente, desde los tiempos en que Paul Newman y Robert Redford filmaran “El golpe” y “Dos hombres y un destino”.
Cuando están juntos en pantalla, no transmiten sino un cierto embarazo por compartir fotogramas. Como si fueran demasiado grandes para entrar a la vez en el mismo plano. Y por eso, el final de la película, resulta hasta cierto punto patético.
Al pobre Al, de la cara de pajarico que se le ha quedado, da la sensación de que en cualquier momento se le va a caer la mandíbula postiza. Y al diseñador de producción que ha vestido a Robert de Niro con ese chándal gris, que ya no se vende ni en el mercadillo más cutre del pueblo más remoto de Kazajistán… habría que colgarlo por los pies. ¿Es que no ven a los Soprano, hombres de Dios, para saber cómo son los chándales del siglo XXI.
Vale que el guionista introduce un par de chistes a costa de la edad de los personajes, pero suenan tan forzados como el resto de la ¿historia? que cuenta “Asesinato justo”. Porque, más allá del execrable discurso moral que transmite la película (y que está superado desde los tiempos de Harry el Sucio y Bronson el Justiciero) el problema de la película es que aburre hasta a las ovejas, es terriblemente previsible y, sencillamente, no aporta nada interesante. Total, que no es que me arrepienta de haber ido al cine a ver “Asesinato justo”, pero sí me queda el sabor agridulce de contemplar a mis dos actores favoritos haciendo el ridículo en una película sin chicha, sin contenido y sin aliciente alguno.
El signo de los tiempos, seguramente. Valoración: 3. |
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