A mí, de Black Mirror, me gusta hasta el título.
Un título que me parece lo suficientemente atractivo, enigmático y amenazador como para lanzarme al vacío para ver lo que se oculta tras él, al otro lado de la pantalla.
O del espejo.
Yo vería algo llamado “Black Mirror” aun sin saber que a ese otro lado del espejo oscuro se encuentra un tipo tan inquietante como Charlie Brooker. De hecho, cuando vi el primer episodio, aún no sabía nada de él.
¡Qué impacto tan brutal, aquel primer encuentro con un universo extraño y onírico, pero radicalmente posible. Y real. Porque hay distopías que nos parecen no solo posibles, sino probables. Y angustiosamente cercanas.
(Sigue leyendo estas notas en esa fantástica página de Netflix en la que colaboro con mi columna La Vida en Serie)
Jesús Lens