Me preguntaba el escritor Rafael Sarmentero que qué me estaba pareciendo “Bloody Miami”, la última novela de Tom Wolfe que, paradójicamente, se interpuso en mi lectura de su reciente “Malasaña Chai Tea”.
Y le contestaba que, aunque los personajes protagonistas no tenían el carisma ni la arrolladora fuerza de los de la mítica “La hoguera de las vanidades”, me había reconciliado con un autor cuya “Todo un hombre” me decepcionó profundamente, sin que llegara siquiera a comprar la tercera de sus novelas, la del campus universitario de cuyo nombre no quiero acordarme.
– “¡No mi malhablada puta gorda, ahora estamos enn Mi-ah-mii! ¡Ahora tú estás en Mi-ah-mi!”
Así le responde una joven latina cubana a una WASP de mediana edad que le afea, durante una bronca, que hable en español, encontrándose en Estados Unidos.
Estamos al comienzo de la nueva y abrasadora novela de Tom Wolfe que, a estas alturas ya sabe todo el mundo, transcurre en Miami. Los protagonistas: un joven policía cubano-norteamericano de segunda generación, un periodista perfectamente White-Anglo-Saxon-Protestant que responde al inequívoco nombre de John Smith y Magdalena, una hermosa enfermera latina.
A su alrededor, decenas y decenas de personajes, entre los secundarios y los más secundarios aún, aunque todos ellos imprescindibles para dar cuerpo a las más de 600 páginas de letras chiquitilla y apretada de una de las novelas imprescindibles del año.
No sé si leíste “La hoguera de las vanidades” ni que te pareció la singular forma de escribir de Wolfe, aquellas interjecciones guturales y aquellas minuciosas descripciones de los personajes, los escenarios y las situaciones. Yo lo flipé, en su momento. Pero ya sabemos que uno no es el mismo lector a los 20 que a los 40 y…
Reconozco una cierta fijación fetichista con las portadas radicalmente amarillas de Anagrama y, posiblemente, si Wolfe hubiera publicado con otra editorial, habría pasado de leerle. Otra vez. Pero el retorno a los orígenes del padre del Nuevo Periodismo… me ponía.
¡Y bien que me alegro de haber leído “Bloody Miami”! Reconozco que ha habido momentos en que Wolfe me ha exasperado, pero han sido escasos y, desde luego, han sido muchos más aquellos en los que he disfrutado como un enano, sobre todo, con las machadas de Néstor Camacho y las cuitas de Magdalena y su psiquiatra.
Porque Norman es un tipo de cuidado y, solo por conocer su teoría del Mono Meón, ya vale la pena leer “Bloody Miami”. Y los momentos de reivindicación periodística de un Wolfe que, no lo olvidemos, fue reportero durante muchos años. Sui generis, pero reportero. Por ejemplo, me encanta esta descripción, tan visual, tan física, como buena parte de sus metáforas, hablando de cómo John Smith redactó una noticia, en la redacción del Miami Herald:
“Nosotros le hicimos pasar por una buena hemorragia nasal::::::: Así se llama cuando todo el mundo se inclina sobre el hombro del periodista mientras escribe su artículo. Si alza de golpe la cabeza, hará sangrar a alguien por la nariz”.
Y tenemos una visita a la inauguración de la Art Basel de Miami que hará las delicias de los aficionados al arte contemporáneo y, sobre todo, a sus críticos más feroces. Y están la Telerrealidad, las Redes Sociales y el Youtube, los cambios tecnológicos que afectan a los periódicos, los oligarcas rusos que pululan por todo el mundo globalizado y, siempre, la pornografía. Aunque la parte de la regata sea, con mucho, la más sosa, premiosa y aburrida del libro.
Me estoy dejando cosas. Como la tensión racial que preside una ciudad latina como Miami en la que los norteamericanos (los blancos) son una minoría distinta a la de los negros y los haitianos. Pero minoría, al fin y a la postre.
Y están los politonos de los móviles, con ese Bulldog que no es más que una copia barata de Pitbull. Y, por supuesto, están los clásicos de Wolfe: el contoneo de chuloputas y ese momento decisivo en que un hombre demuestra (o no) que tiene lo que hay que tener.
Y yo creo que con esto ya tienes elementos más que suficientes para saber si lanzarte o no sobre “Bloody Miami”.
Mi consejo: que no lo dudes.
Jesús Lens