“Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. Así ha pasado a la historia Boabdil, conocido como el último rey moro, ése que, a la altura de dónde hoy se ubica Otura, marchando al sur, exiliado, hundido por el peso de ocho siglos de una historia que llegaba a su fin, giró la cabeza sobre sus hombros y exhaló el famoso suspiro que sirvió para bautizar uno de los más conocidos parajes granadinos.
Ahora, un proyecto ha vuelto a poner en candelero la figura del último rey nazarí de Granada. Se trata de la película que Antonio Banderas pretende poner en marcha y de la que ha hablado estos días en Granada, haciendo que el nombre de Boabdil vuelva a protagonizar las conversaciones de las personas de nuestro entorno.
El actor malagueño, que ya tiene escrito un guión para su película y anda buscando financiación para poder rodar la misma en árabe y español, en vez de en ese inglés universal que parece abrir todas las puertas, ha visitado diferentes escenarios históricos de la Alhambra como, por ejemplo, la famosa Puerta de los Siete Suelos en cuyo exterior, Boabdil rindió la Alhambra a los Reyes Católicos.
Pero ¿quién fue realmente Boabdil? ¿Fue el llorica melancólico que ha terminado pasando a la historia o, quizá, hay que estarle agradecido por rendir Granada y la Alhambra de forma pacífica, evitando un innecesario baño de sangre y la hipotética destrucción de los palacios nazaríes en una postrer contienda sinsentido?
Posiblemente, Boabdil fue ambos, pero también fue ninguno.
Porque la historia es, siempre, mucho más compleja de lo que se acostumbra a recordar a través de los tópicos y las leyendas. Así, por ejemplo, todo el tema de la supuesta Invasión de España por parte de los musulmanes y la consiguiente Reconquista por parte de los españoles no fue, ni mucho menos, esa sucesión de heroicas batallas que nos cuentan los cantares de gesta, los romances y las leyendas transmitidas de padres a hijos desde tiempos inmemoriales.
Ocho siglos de historia dan para mucho más que para contiendas, escaramuzas y guerras. Las fronteras de los distintos reinos fueron cambiantes, móviles y, por supuesto, permeables. Las relaciones entre los teóricos invasores y los supuestos oriundos fueron, evidentemente abundantes, feraces, habituales y, en muchos casos, difíciles y contradictorias.
La realidad de la biografía de Boabdil, el Rey Chico, nos puede servir como inmejorable ejemplo de la complejidad de esas relaciones. Aunque no sea momento ni lugar para trazar una completa, ni mucho menos compleja biografía del personaje, hay determinados pasajes de su vida que nos pueden servir para ilustrar la realidad política, personal y familiar de los protagonistas de la historia en los años del final del Al Andalus.
Comenzaremos por reseñar una interesante paradoja: en realidad, las luchas en las que Boabdil puso más empeño y en las que tuvo más éxito fueron, precisamente, las que sostuvo contra su padre, Muley-Hacén, y contra su tío, conocido como El Zagal. Boabdil derrocó a su padre del trono de Granada, aprovechando el descontento de los vecinos del Albaycín por las cargas impositivas con que les gravaba el monarca, contando para ello con el apoyo de los Abencerrajes, por instigación de su madre.
En la historia del Rey Chico, más allá de su famosa frase, Fátima tuvo una enorme importancia. Esposa de Mulay-Hacén, Fátima fue una mujer despechada que nunca pudo soportar que su marido la relegara de su lado, en favor de Isabel de Solís, una hermosa cristiana conversa que adoptó el nombre de Soraya. Aprovechando que el rey tenía la cabeza más en el disfrute de los placeres sensoriales que en la política de estado, Fátima estimuló el descontento popular de los nobles granadinos e instigó a su hijo a derrocar a Mulay-Hacén.
Una vez en el trono, Boabdil luchó con escasa fortuna contra los cristianos, quienes le obligarían a enfrentarse con El Zagal, su tío carnal, y contra los zegríes, enemigos acérrimos, a su vez, de aquellos Abencerrajes. Estas guerras civiles e intestinas fueron parte de la célebre política de los Reyes Católicos, basada en una máxima de probada eficacia a lo largo de la historia: divide y vencerás.
Y es que Boabdil, como estratega y comandante en jefe de los ejércitos nazaríes, demostró ser un auténtico desastre. El 21 de marzo de 1483, los musulmanes habían infligido a los cristianos una severa derrota en la Axarquía malagueña lo que condujo al joven e inexperto Rey Chico, que apenas llevaba un año en el trono de Granada, a intentar ganarse el honor y la gloria a través de una campaña bélica en territorio cristiano.
El objetivo: Lucena, una plaza mal defendida, cuyo comandante en jefe era un joven de diecinueve años llamado Diego Fernández de Córdoba. El 20 de abril de 1483, un muy bien pertrechado ejército nazarí chocó con las sorpresivamente reforzadas murallas de la ciudad cordobesa. La delación de un musulmán granadino hizo que se perdiera el efecto sorpresa del ataque de Boabdil, cuyo ejército agonizante terminó de ser diezmado por las tropas del Conde de Cabra, advertido de las intenciones de los nazaríes.
No sólo se quedó sin su ejército sino que, en la batalla, Boabdil perdió al célebre capitán de Loja, Alí al-Attar, que además era su suegro. Pereció, igualmente, buena parte de la aristocracia granadina y el propio monarca granadino fue hecho prisionero. Aquí es dónde comenzó la total y definitiva caída de Granada.
Porque, para ser liberado, Boabdil aceptó unas condiciones no sólo humillantes por la cantidad de riquezas que tuvo que entregar a los cristianos, sino que, sobre todo, fueron demoledoras para el destino del reino nazarí de Granada: en 1486, el Rey Chico aceptó volver a gobernar, Granada ocupada por su padre en el interín, en calidad de vasallo de Fernando el Católico, pasando Granada a ser reino tributario de una Castilla que se quedó con todos los dominios que correspondían a Muley-Hacén. Además, como ya dijimos antes, Boabdil tuvo que luchar contra su tío Al Zagal y los zegríes.
En los meses siguientes, los Reyes Católicos aprovecharon para avanzar sus posiciones y preparar su cerco contra Granada. En la primavera de 1491 se instalaron los campamentos junto a la vera del río Genil, en lo que poco después se llamaría Santa Fe, y la reina Isabel juró no lavarse hasta que cayera Granada. La suerte estaba echada y aunque las conversaciones con Boabdil hacían presagiar la rendición de la ciudad para la primavera de 1492, los acontecimientos se precipitaron y, al amanecer del día 2 de enero de 1492, Boabdil entregó las llaves de la Alhambra a Don Gutiérrez de Cárdenas, ondeando en la Torre de la Vela, desde entonces, ese pendón de Castilla que simbolizaba el sayón sanguinolento de la Reina Isabel, motivo que inspiraría, tiempo después, el grana y oro de la bandera de España.
Boabdil inició su exilio a las Alpujarras, cuyo señorío le había sido concedido por los Reyes Católicos. Posteriormente, se trasladaría a la ciudad de Fez, donde mandaría erigir castillos de inspiración andalusí y donde fallecería en torno a 1530.
Hasta aquí, las dimensiones bélica y política de la biografía de Boabdil. Sinceramente, no sabemos el tratamiento que Antonio Banderas le ha dado a las mismas en su guión para la película que quiere filmar sobre el último rey musulmán de Granada. De hecho, el único tono posible y razonable para esta historia tendría que ser necesariamente crepuscular. Una visión heroica o elegíaca de la vida de Boabdil resultaría altamente improbable e históricamente de lo más dudoso.
Sin embargo, un tratamiento crepuscular sí que serviría para reflejar el final de una cultura, Al Andalus, que daría paso a otra totalmente distinta. La reivindicación de la dimensión trágica de la figura de Boabdil, uno de los grandes perdedores de la historia de España, sí que haría ganar muchos enteros al proyecto de Banderas. Pero, por lo general, los tópicos del cine histórico, van por otros derroteros…
Ahora bien, ¿qué sería de una película histórica sin una bonita historia de amor? En la vida de Boabdil sólo hubo lugar para una mujer: Morayma, hija de Aliatar, a la que conoció en Loja, de la que se enamoró locamente, a la que convirtió en su esposa y sultana y con la que convivió hasta su fallecimiento, en Láujar de Andarax, durante su exilio forzoso de Granada.
No fue, sin embargo, una relación sencilla. Entre batalla y batalla, Morayma se consumía en soledad. Máxime cuando los Reyes Católicos secuestraron a los hijos de la pareja para forzar a Boabdil a luchar contra su tío y, después, rendir la ciudad de Granada. Así describe el Conde de Benalúa uno de los momentos en los que la pareja se separaba, cuando el monarca partía para la guerra: “Es tradición que Morayma, anegada en lágrimas, vióle partir desde el alto de un torreón, inmóvil, como la imagen del dolor, y no apartó su vista de aquel ejército hasta que los torbellinos de polvo desaparecieron en el horizonte de la vega».
Paradójicamente, cuando el Rey Chico marchó a su exilio alpujarreño, su vida familiar debió ser especialmente feliz. La familia pudo reunirse y la pareja de monarcas destronados consiguió recuperar a sus hijos. Sin embargo, no duró mucho la alegría. Apenas pasados unos meses de la marcha hacia sus dominios alpujarreños, no sólo falleció Morayma sino que Boabdil se vio obligado a enterrar a uno de sus hijos.
Es más que posible que, devastado por el dolor, el Rey Chico decidiese marcharse a Marruecos e instalarse en Fez, intentando sepultar a base de kilómetros y distancia el sufrimiento provocado por el recuerdo de su mujer fallecida. De hecho, aunque volvió a guerrear y batallar, recuperando un cierto impulso vital en su existencia, jamás volvió a contraer matrimonio con mujer alguna.
Hasta aquí, un breve resumen de la vida de Boabdil. ¿Hay o no hay una historia que contar? Por supuesto que sí. Aunque, para saber si el proyecto es solvente, habrá que atender, sobre todo, al tono que el guión conceda a la figura del Rey Chico. Antonio Malpica, Director del Departamento de Historia, Toponimia y Arqueología del Reino de Granada, considera que el proyecto de Banderas será un acierto siempre y cuando se centre en el declive del reino de Granada y en el final de una época, más que en los avatares de la figura de un personaje que no es sino un gran perdedor. Si el guión presta atención a la realidad social y política del momento, puede resultar una película de lo más atractiva. Si se basa en la mitología sobre Boabdil y nos presenta a un monarca lloroso en las lomas de Otura, el resultado sería mucho menos interesante. Un guión, además, que será examinado con lupa, más allá de lo políticamente correcto. Por ejemplo, ¿estarán bien utilizados los gentilicios que distinguen a los árabes, de los moros y los granadinos nazaríes? ¿Estaremos ante un ejercicio de reivindicación de la Alianza de Civilizaciones, cinco siglos antes de su propuesta ante la ONU? Interesantes dudas e incógnitas que, esperamos, se vayan despejando en los próximos meses.
Hay quién piensa, sin embargo, que la figura de Boabdil no tiene la dimensión humana e histórica de otros personajes que, como León el Africano, serían merecedores de un proyecto de la enjundia del que está preparando Antonio Banderas. El Rey Chico, ni fue un militar brillante que permita reivindicar la dimensión épica de su biografía, ni un ilustrado hombre de letras o ciencias que aportara nada perdurable a la historia de la humanidad. Sencillamente, le tocó vivir una coyuntura compleja, de la que terminó escapando con más pena que gloria.
La sabiduría popular atribuye a los chinos la invención de una célebre maldición: “Te deseo que vivas tiempos interesantes”. Parece que, en el caso de Boabdil, la misma se cumplió a rajatabla.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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