Aquí, las entradas anteriores de «Barras y Estrellas», de la más nueva a la más antigua.
Y justo mientras Fernando recogía sus manos, se abrió la puerta del “Café-Bar Cinema” e hizo su triunfal aparición en escena alguien a quiénes todos llevaban esperando mucho, mucho tiempo.
– ¡Isabel, cabrona, ya te vale! Lo tuyo no ha sido una baja maternal. Ha sido una desaparición en toda regla.
Y, todos a una, en un alarde de originalidad sin precedentes, entonaron el cántico con que celebraban la presencia en la cocina del local de una mujer con mano de seda en los fogones:
– ¡Qué bien, qué bien; hoy cenamos con Isabel!
– Hoy todavía no –contestó la interfecta, sin hacer lo más mínimo por reprimir la inmensa sonrisa que le iluminaba su expresivo rostro. – Pero el lunes que viene me tenéis de vuelta. He venido a echarle un vistazo a esto. Y a vosotros. Y a ver cómo seguís.
– Pues ya ves. ¡Hartos! Estamos hartos de las tapas de mierda que nos pone Estrellita, desde que te fuiste. Y de los bocatas.
– Mira que le dije que yo misma le buscaba a alguien que me sustituyera durante de estos meses…
– Ya. Pero ya sabes cómo es Estrellita. Luego le coge cariño a la gente y ponerla de patitas en la calle, le cuesta la misma vida. Pero bueno. Agua pasada no mueve molinos así que, dinos, ¿qué va a ser lo primero que cocines el lunes, para celebrar tu vuelta a casa?
– ¿Qué os parecen unos buenos callos?
– ¡Así habla una mujer como es debido!
Y todos los clientes del “Café-Bar Cinema” brindaron al unísono.
– ¿Y a ti que te pasa, chaval? Que nunca has sido muy hablador, pero que hoy te noto especialmente mustio.
Isabel se dirigía a un Fernando que, lógica y efectivamente, tenía más pinta de poeta nostálgico y venido a menos que nunca.
– Hay algo que no os he contado.
No hizo falta que Estrellita hiciera callar a todo el mundo a través de los enérgicos ademanes que le caracterizaban cuando algo le importaba o le llamaba especialmente la atención.
– En realidad, Rosa no era nada mío.
– ¿De qué habla este muchacho? –quiso saber Isabel.
– Luego te lo explicamos. Rosa es, en teoría, su novia. O ligue. O amiga.
– Ni ligue ni amiga. Y no digamos ya novia… No. Como os decía, Rosa no es nada mío.
– Pues hombre, algo tuyo sería, aunque la cuestión de la propiedad esté cuestionada, en lo referente al amor y a las relaciones. Algo habría, que no veas los arrumacos y los cariñitos que os hacíais. Con tanto almíbar, ya no necesitábamos azúcar para el café.
– Siento decepcionaros, pero no. Nada mío. A Rosa la saqué de una agencia de contactos.
– ¡No me jodas! ¿Qué Rosa era una puta?
– ¡Puta, tu madre!
La voz, estridente, tronante y vociferante, venía de junto a la puerta del “Café-Bar Cinema”. Y pertenecía a una chica que, hasta entonces, se había mostrado encantadora, mimosa y cariñosa con todos.
Rosa había aparecido.