Cerrar el rebrote

En baloncesto, los entrenadores tienen una máxima cuando trabajan la defensa: cerrar el rebote. Los rebotes no se cogen por saltar más alto, sino por expulsar a los rivales de la zona antes de que caiga el balón. Digamos que es más una cuestión de culo que de piernas.

Una vez pasado lo peor de la pandemia, el gran temor es el rebrote. Brotes de contagio de coronavirus se están dando, puntuales y localizados. Y se están controlando. El miedo es a un rebrote de la enfermedad que nos devuelva al peor escenario posible: el confinamiento general.

Para evitarlo, hay que hacer caso a las autoridades sanitarias y trabajar en lo de cerrar el rebrote, si me permiten el juego de palabras. Si son aficionados al baloncesto, estarán a acostumbrados a ver a esos pívots que cogen rebotes casi sin esforzarse. Pudiera parecer que el balón les cae en las manos por casualidad, como si tuvieran un imán. O un sexto sentido que les llevara, siempre, a estar situados en el punto exacto de la zona donde caerá el rechace.

Nada de todo ello es casual. Se entrena. Para cerrar el rebote, tiene que trabajar todo el equipo a la vez, bloqueando a los atacantes e impidiéndoles que entren en la zona. Además, los buenos pívots estudian a los rivales antes de los partidos y analizan su forma de lanzar para saber hacia donde hay más probabilidades que salga el balón rebotado, si no anota. Son inteligentes. Y decididos: tienen instinto reboteador. Hambre de balón.

Si han visto ustedes el documental sobre Jordan, sabrán de lo que hablo: Dennis Rodman era una máquina reboteadora porque, más allá de sus excentricidades, estudiaba a los rivales con precisión matemática. Después, se lanzaba por los balones con el cuchillo entre los dientes.

Para ser un buen reboteador también son necesarias unas buenas condiciones atléticas y medir el timing de salto. Y está la suerte, claro. Pero las claves para cerrar el rebote son: el trabajo en equipo, el estudio estadístico, la inteligencia y la actitud. A partir de esas premisas básicas entran en juego el resto de factores, pero siempre tendrán una incidencia mucho menor en el cómputo global de un partido que el trabajo bien hecho.

Si queremos evitar un rebrote de la pandemia, jugamos todos: mascarillas, distanciamiento social, manos limpias y comunicación de los síntomas en tiempo real. Afortunadamente, no se nos exige ser Dennis Rodman para cerrar este rebrote.

Jesús Lens

Presupuesto sin público

Veo analogías entre el acuerdo para la aprobación de un presupuesto municipal, por primera vez en cinco años, y la decisión de reanudar sin público las competiciones deportivas de alto nivel.

Hablemos de baloncesto, que sobre el fútbol ya está todo dicho. La NBA ha aprobado, con un discordante voto en contra, volver a la competición en unas condiciones extrañas: solo participarán 22 equipos, concentrados en Disneyworld. Disputarán ocho partidos de temporada regular, un play-in para resolver la octava plaza en juego y los play-off de toda la vida. En plena canícula y en pabellones sin público, por supuesto.

Ante este acuerdo, cabe adoptar tres actitudes: renegar de él y no seguir la competición, aceptarlo a regañadientes y pasarse los próximos meses quejándose y rezongando, o adaptarse a las circunstancias y disfrutar del juego lo máximo posible. Hay razones fundamentadas y sólidos argumentos para mantener y defender las tres actitudes. Ya depende de cada uno.

En Granada, fruto de la negociación y la transacción, se ha consensuado, ¡por fin!, un presupuesto municipal. Seguro que no es el mejor posible, aunque ponerse de acuerdo en algo tan subjetivo resulta imposible. No hay más que ver las críticas vertidas por Unidas Podemos, formación para la que el presupuesto no es lo suficientemente progresista ni socialmente comprometido; y por Vox, que lo tacha de presupuesto socialista.

Entre lo óptimo y lo mejor, noble aspiración del ser humano en todos y cada uno de sus desempeños, está lo sencillamente bueno, que suele ser lo posible… y lo ejecutable.

He leído con sumo interés las entrevistas de Pablo Rodríguez a los muñidores del acuerdo para el futuro presupuesto municipal. En las respuestas de Paco Cuenca, César Díaz y Manuel Olivares había tanta cautela como mesura y sentido común. Justo lo que se espera de los políticos encargados de gestionar la res publica y lo que tanto se echa de menos en la política contemporánea. (Sobre ese tema escribí esta columna en IDEAL hace unos días)

Al margen de los codazos para estar —o no— en la foto; me ha gustado la alusión de los portavoces al ímprobo trabajo en equipo de los técnicos municipales en este proceso y a la labor en la sombra y fuera de foco de Luis González, el concejal encargado de los números en el Ayuntamiento de Granada.

El 31 de julio vuelve la NBA. La afición no rugirá en las gradas ni lucirá los colores de sus equipos y ya no veremos a Stephen Curry este año. Una pena. Pero la vida sigue. Afortunadamente.

Jesús Lens

Por fin vuelve el fútbol

Qué bueno que vuelva el fútbol. Si por mí fuera, y con permiso de la musculatura de los jugadores, empezaría el próximo fin de semana: de todas las medidas de la desescalada, esta es trascendental.

Desde que se paralizaron la Liga, Champion’s y demás competiciones futbolísticas, esto es un no vivir, con miles de vocacionales entrenadores de barra de bar mutados en epidemiólogos, sociólogos y politólogos.

Los kilovatios de energía diariamente empleados en discutir de fútbol se canalizaron hacia temas como el control de la pandemia, la gestión del estado de alarma y las fases de desescalada. Lo que hubiera estado muy bien… si no se estuvieran tratando con el incendiario forofismo partidista con el que habitualmente se habla de deporte.

A mí, el fútbol, me trae al pairo. Me resulta indiferente desde hace años. Sin embargo, cada vez que un intelectual (o aspirante a) suelta lo de que es el opio del pueblo, me sale sarpullido. Nunca he entendido la supuesta superioridad moral del que invierte dos horas en ver una película rumana en VOS sobre el que disfruta de un partido del Granada C.F. Esa necesidad permanente de descalificar al otro. ¡Cómo si fuese incompatible ver deporte con ser un buen lector!

“Es que hay mucha gente para la que lo único importante en la vida es el fútbol, que le tiene el seso sorbido”. ¡Pues muy bien! ¡Allá ella! Mejor que esa encendida pasión forofista se canalice a través del balón en vez de derivarse hacia cuestiones sanitarias o científicas. Mejor que se cuestionen las alineaciones, tácticas y cambios realizados por el entrenador del Real Madrid que las actuaciones y recomendaciones del secretario general de la OMS.

Y no porque considere infalible a la OMS o al doctor Simón, sino porque las opiniones de Fulano, Mengano y Zutano sobre cómo afectan las mutaciones del virus a la gestión de la pandemia tienen tanto fundamento y utilidad práctica como mis pronósticos para la Quiniela.

Sostenía Von Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Consideraba la guerra moderna como un acto político, confiriéndole un preocupante elemento racional. Además, los otros dos elementos de la guerra serían el odio, la enemistad y la violencia primitiva por una parte; y el juego del azar y las probabilidades, por otro.

¿No es mucho mejor que la continuación de la política por otros medios acabe en el fútbol, absorbiendo el atávico primitivismo del ser humano y la excitante aleatoriedad nerviosa que provoca el juego?

Jesús Lens

Deportes de Navidad

Hablemos de deportes de Navidad, que no necesariamente de deportes de invierno. En realidad, como deporte de invierno apenas tenemos el esquí, que la pista de hielo del Zaidín no se pudo abrir este año, una pérdida más para la ciudad… Están alpinismo y el montañismo. Y lo de correr, que en Navidad, la gente también corre. Por afición, por vicio o por costumbre. Correr para huir. Del caos y del estrés, pero también de los kilos de más y de los estragos de los polvorones, cuya proverbial costumbre de pegarse al lomo está más asentada cada año.

En Navidad, el fútbol para, En España, que en Inglaterra tienen claro que, lo mejor para silenciar a los cuñaos, es un buen partido de fuerte rivalidad local. Y cuando el fútbol para, el resto de deportes aprovechan para sacar mínimamente la cabeza. El baloncesto, por ejemplo, convertido en deporte rey durante 10 días y que, desde hace años, programa duelos tan interesantes como el Real Madrid-Barça en lo más caliente de la Navidad.

¿No echan ustedes de menos aquel mítico Torneo de Navidad del Real Madrid? Las gambas y el rape sabían mejor tras pasar la tarde escuchando la voz de Héctor Quiroga, permítaseme el viejunismo.

El relevo de aquel torneo lo ha tomado la mismísima NBA, que desde tiempos inmemoriales celebra algunos de sus mejores partidos el día de Navidad. Este año, pudimos ver a los dos equipos de Los Ángeles enfrentándose entre sí. O el duelo entre Philadelphia y Milwaukee, a una hora tan estupenda como nuestras ocho y media de la tarde, que el público no duda en celebrar el almuerzo del 25 de diciembre en los pabellones, apoyando a su equipo.

Las televisiones prueban osados recursos técnicos, como los fascinantes máster en movimiento del pasado miércoles. Los jugadores estrenan sus nuevos modelos de zapatillas personalizadas y los espectadores lucen esos inenarrables jerséis de lana que, con los colores de sus equipos favoritos, hacen presagiar una nueva glaciación.

El sábado hay baloncesto en Granada. La entrada tiene un precio muy especial: un peluche en buen estado, para que lluevan muñecotes en el descanso y, la próxima festividad de Reyes, ningún niño se quede sin su juguete. Aprovechemos que no hay fútbol. ¡Vayamos al básket!

Jesús Lens

 

Lecciones de baloncesto

En el fin de semana en que se disputa la Copa del Rey de baloncesto, una de las competiciones más apasionantes del deporte español, la NBA celebra su fiesta particular: el Partido de las Estrellas.

A mí me gusta mucho más la competición que el deporte de exhibición, pero los concursos de triples, mates y habilidades sí me parecen apasionantes, que los piques entre los jugadores son parte del show. Y cada uno de ellos nos ha dejado lecciones extrapolables a la vida cotidiana.

Por ejemplo, lo de Diallo saltando a Shaquille O’Neill y quedándose colgado del aro por el codo, después de un mate inverosímil y espectacular. Lo de saltar por encima de jugadores es habitual en los concursos de mates, pero Shaq mide nada menos que 2,16, lo más parecido a una montaña humana que se pueda imaginar. Sobrevolarle y acabar con un mate brutal, metiendo hasta el codo en el aro, es una perfecta metáfora sobre la posibilidad de superar los obstáculos de la vida, por grandes que sean. Eso sí: además de tener condiciones, hay que entrenar, esforzarse y… mejor lo dejamos, que se me va la pinza con la verborrea de la autoayuda más facilona.

Pasemos a los triples. A la final llegaron esa bestia parda que es Stephen Curry, megaestrella de los campeonísimos Golden State Warriors; y Joe Harris, discreto jugador de los Brooklyn Nets. ¿Cómo consiguió ganar Harris al mejor tirador de la historia del baloncesto? Haciendo un notable ejercicio de concentración para meter todas las canastas que valían doble, las llamadas Moneyball, y dejar los fallos para los lanzamientos sencillos. ¡Impresionante, su seguridad y su clarividencia, dando lo mejor de sí mismo en cada uno de los lanzamientos que más valían!

Y nos quedan las habilidades. En la final, Trae Young iba bastante por delante de Tatum, más alto y más lento. Solo les faltaba por meter el triple. Young llegó antes a la línea de tres, se cuadró para lanzar… ¡y se encontró con que Tatum encestaba su tiro antes que él! ¿Cómo?

El alero de Boston, viendo que iba a perder, lanzó desde el centro del campo. Quizá lo hizo para entorpecer el tiro del propio Young, más que para anotar. Quizá fue una casualidad. Una chufla. El hecho es que, con su osadía y su arrojada decisión, ganó el concurso.

Jesús Lens