LOS ÁRBOLES MUEREN DE PIE

Dedicado a esas personas

que te ayudan

a tener amplitud de miras

y a ensanchar el alma. 

 

Todavía no tengo claro la razón última de que me regalaran este teatrito tan sencillo como cargado de sentido. «Los árboles mueren de pie», de Alejandro Casona. No entendí nada del principio y, despistado, a punto estuve de leer el prólogo, algo que afortunadamente no hice ya que el espabilao de turno, Mauro Armiño, fusila la obra de teatro enterita en las ocho páginas de su clarividente introducción.

 

Poco a poco, las piezas fueron encajando. Estamos ante una obra de teatro muy sencilla, que se basa en una premisa básica: todos tenemos derecho a ser felices. Y si para la consecución de la felicidad hay que cometer algunos pecadillos veniales, pues no pasa nada. Y si es necesario reclamar la participación de expertos en conseguir la dicha ajena, pues se hace. Sin problemas.

 

El caso es que me sonaba el título. «Los árboles mueren de pie». Pero no lo ubicaba. ¿De qué podíamos hablar? Máxima sonoridad y contundencia. ¿Una historia de guerra, sufrimiento, dignidad?

 

Podría ser.

 

Pero no.

 

La cosa es mucho más sencilla, como decíamos, pero también mucho más interesante. Se trata de contar una anécdota casi intrascendente que, sin embargo, te reconcilia con lo mejor del ser humano. Porque si una señora echa de menos a su nieto, un tarambana que desperdició su vida decenas de años ha, ¿qué tiene de malo que su familia le fabrique una biografía a medida al pánfilo y desnortado muchacho? Lo malo es que, de repente, el chaval dice de volver a personarse en la tranquila vida de nuestra señora… y algo hay que hacer.

 

Cuando uno lee «Los árboles mueren de pie» entiende dónde radica el origen de películas como «Familia», el debut cinematográfico de Fernando León de Aranoa, sin ir más lejos. ¿Pueden la simulación y el engaño, por otra parte, terminar afectando a la realidad, influyéndola, cambiándola? Ahí radica el quid de la cuestión. Porque, a fin de cuentas, la fantasía, el deseo y la imaginación son unas hermosas y arrebatadoras herramientas, capaces de transformar la más gris de las realidades en una colorista fiesta para los sentidos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- Me estoy empezando a malacostumbrar a este tipo de regalos que, alejados de mi habitual círculo de lecturas negro-criminales o aventureras, me van a abriendo distintas ventanas a paisajes insospechados, atractivos y atrayentes. Ventanas que, dejando pasar la luz del exterior, demuestran que, efectivamente, la verdad está ahí fuera. Y que hay que salir a buscarla.         

CUAVERSOS VIAJEROS

Lo sé. Ustedes están esperando los versos de Ignacio, en esta entrega de los Cuaversos de Bitácora. Pero resulta que estoy de viaje y que el correo de Yahoo no funciona. Así que no puedo ponerles esos versos. Ni otros de Nicolás Guillén que una buena amiga quería compartir con todos nosotros. Podrían esperar más Cuaversos Visuales o ripios propios o incluso cánticos de fútbol… pero…

 

Estando de viaje, a orillas del Mediterráneo, permítanme un cambio, con que celebramos el viaje, la aventura, el descubrimiento y el ir siempre un poco más allá.

 

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

 

debes rogar que el viaje sea largo,

 

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

 

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

 

ni la cólera del airado Posidón.

 

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

 

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

 

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

 

Los lestrigones y los cíclopes

 

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

 

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

 

si tu alma no los conjura ante ti.

 

Debes rogar que el viaje sea largo,

 

que sean muchos los días de verano;

 

que te vean arribar con gozo, alegremente,

 

a puertos que tú antes ignorabas.

 

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

 

y comprar unas bellas mercancías:

 

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

 

y perfumes placenteros de mil clases.

 

Acude a muchas ciudades del Egipto

 

para aprender, y aprender de quienes saben.

 

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

 

llegar allí, he aquí tu destino.

 

Mas no hagas con prisas tu camino;

 

mejor será que dure muchos años,

 

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

 

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

 

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

 

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

 

Sin ellas, jamás habrías partido;

 

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

 

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

 

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

 

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.