Barajo ahora mismo varios proyectos, ideas y propuestas. De cine, de música, literarias, pictóricos, gastronómicos, culturales… pero en cuanto empiezo a pensar en ponerme manos a la obra, me atenaza y me paraliza la misma duda: ¿para qué?
¿Tiene sentido?
La experiencia del pasado martes, más de 170 personas viendo «Las uvas de la ira» y, después, participando del coloquio que mantuvimos Luis González, Fernando Marías y yo así parece acreditarlo. Que sí. Que hay ganas. E interés. Que se pueden hacer cosas. Que se deben hacer. Que somos como los tiburones. Que, o seguimos nadando, o nos ahogamos.
Y por eso, esta tarde dudaba entre pasármela escribiendo o meterme un maratón de cine coreano de gángsters. Y que salga el sol por Antequera.
Al final, me dormí un par de horas y estuve leyendo. «Herejes», de Leonardo Padura. Un libro que te provoca ganas de conocer la pintura de Rembrandt. Y vuelta a empezar.
En fin. Que por ideas no será.
Después, ya veremos. Porque ya sabemos que, como sostiene mi querido Colin, «Tener ideas es el paraíso. Ejecutarlas es un infierno».
Pues sí, amigos. Estoy plenamente de acuerdo con los dos últimos sostiene del fin de semana.
Sostiene Edmundo de Amicis que «Una casa sin libros es una casa sin dignidad», al igual que Jaques Benigne Bossuet sostenía que «En Egipto se llamaba a las bibliotecas El Tesoro de los Remedios del Alma ya que en ellas se curaba la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás».
Me gustan mis libros. Como bien dice Colin Bertholet, si entro a la casa de alguien y la veo despojada de libros, se me cae el alma a los pies. De hecho, en lo primero que me fijo y donde más me gusta determe, al visitar un hogar, es en los anaqueles que albergan a esos fieles amigos.
Ahora, con el libro electrónico, podría pensarse que ya no son necesarias tantas baldas ocupando un espacio precioso. Es posible que todo el contenido de las imágenes que ilustran esta entrada cupiera de uno o dos de dicho mágicos artilugios. No lo discuto. Pero, desde luego, a mí no me gustaría entrar en mi casa y privarme de estas vistas.
Aunque solo fuera por eso, por las vistas, nunca dejaría de comprar y atesorar libros.
Porque, sostiene Jesús Lens: «Los libros son los que nos hacen libres».
Ahora sí. Vamos con la primera entrada dedicada a las letras negras granadinas, tal y como avanzamos en este despiece:
Cuando Antonio Muñoz Molina publicó “Plenilunio”, en 1997, hacía relativamente poco tiempo que el asesinato narrado en la novela había conmovido hasta sus cimientos a la ciudad de Granada, provocando una marea de tristeza e indignación sin precedentes. Los granadinos, presa del terror y la estupefacción, se echaron a las calles, clamando justicia por la pequeña Aixa y exigiendo la detención de su asesino, que aún tardaría en llegar unos cuantos meses más. Meses de miedo y terror, de desasosiego y angustia; hasta que José Fernández Pareja fue encontrado, después de asaltar a otra joven que, por fortuna, pudo escapar con vida de las garras del violador y asesino.
Las novelas negras, cuando están basadas en hechos reales y, como en el caso de “Plenilunio”, cercanos en el tiempo a los acontecimientos narrados, resultan especialmente estremecedoras, pero como rezaba el lema de la famosa serie de Pedro Costa, “La historia de un país es la historia de sus crímenes”.
Y si no, que le pregunten al abogado y escritor César Girón, que se alzó con la última edición del Premio Carmona de Novela Negra, convocado por la editorial Almuzara, con “Caso cerrado”, en la que cuenta la historia de otro crimen real, acaecido en la Granada de los años sesenta. ¿Quién era el muerto que apareció en las orillas del Darro, al pie de la Alhambra? ¿Por qué fue asesinado? ¿Qué tenía contra él Andrés Pineda, el aparcacoches tullido que fue inmediatamente detenido por la policía? ¿A qué respondía su contumaz silencio, cuando fue encerrado? ¿Tenía algo que ver dicho crimen con la reciente desaparición de una muchacha de vida licenciosa?
El abogado del detenido, Celso Costa, dirige un bufete integrado por diversos letrados que servirán al autor para avanzar tanto en la investigación del crimen y, también, para contar cómo era aquella Granada que despertaba a la modernidad y veía sacudidos sus rancios cimientos inmovilistas. Y es que, como toda buena novela negra que se precie, “Caso cerrado” sirve para conocer un poco más y un poco mejor las sociedades en las que trascurren sus tramas criminales: bucear en los entresijos de un crimen ha de servir para escarbar en las miserias y las contradicciones de la ciudad, del territorio en que se produce. Y ahí es donde entra la vertiente más historicista de un César Girón que conoce cada rincón de Granada, cada calle, plaza y avenida. Cada esquina. Cada café, taberna y tugurio. Lugares todos ellos que hacen refulgir con luz propia a los personajes de su novela.
Luz propia. Como la luz que ilumina a Matías Verdón, más conocido en los ambientes literarios de la ciudad de Granada como El Detective del Zaidín, al que su padre literario, el poeta y narrador Alfonso Salazar, acaba de regalar su segunda novela: “Golpes tan fuertes”, publicada por la editorial Alhulia.
La novela de Alfonso también abarca muchos años, en este caso, desde la guerra civil hasta diciembre de 1988. En concreto, hasta el famoso 14-D de la huelga general contra el gobierno socialista de Felipe González.
Una bomba enterrada en 1937 en un solar en el que, anticipando lo que luego sería el boom inmobiliario cuyos polvos nos traído estos lodos, un avispado constructor quiere erigir unos edificios de apartamentos para venderlos a precio de oro. También tenemos un amor imposible. Y un exilio forzoso. Y, de fondo, la historia de los hermanos Quero, a los que, por fin, se empieza a hacer algo de justicia. Aunque sea poética.
Y el fútbol. Porque la historia de una ciudad también es la historia de su equipo de fútbol. En nuestro caso, en Granada C.F. que, en una misma temporada, casi gana la Copa a la vez que a punto está de decender a segunda división. Pero, sobre todo, están los campos de fútbol de tierra. Y los gimnasios de barrio en los que los jóvenes se empleaban a fondo contra los sacos de entrenamiento, tratando de abrirse paso en la vida gracias a sus puños, como boxeadores profesionales.
Y están las calles de un Zaidín por el que pululan personajes como el Desastres, ayudante de Verdón y al que le gustan más las tabernas que las pesquisas y los seguimientos. Sobre todo porque cuando intentan hacer uno, tardan menos de tres minutos en ser descubiertos y tildados de panolis por sus perseguidos. Uno de esos insultos que, de tan inanes, hacen daño. Mucho daño.
“Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gángster”.
Pocos arranques más poderosos, reveladores y contundentes en la historia del cine que éste de “Uno de los nuestros”, la gran obra maestra de Martin Scorsese.
Seamos serios: a estas alturas de vida, si no lo hemos conseguido, ya no será fácil que nos convirtamos en gángsteres. Al menos, de los de sombrero en la cabeza y Thompson, la popular Tommy Gun, en las manos.
Pero ahí están la literatura, el cine y los amigos para hacernos sentir, de vez en cuando, como los personajes de esos libros y películas que tanto nos gustan.
Como los hermanos de “Abierto hasta el Amanecer”, por ejemplo, una de las grandes películas familiares de todos los tiempos, junto a “Sonrisas y lágrimas”, como bien la definía Fernando Marías el pasado jueves, en Ernie’s Station, frente a un público boquiabierto que, al final, tendría que darle la razón.
Era la presentación madrileña de “Café-Bar Cinema”, que se ha demorado hasta límites insoportables. Pero juro que no ha sido por voluntad propia, sino por esta complicación de vida que llevamos, entre turbulencias, tormentas y cataclismos.
Fernando, autor de un prólogo que le da al libro su auténtico valor, y Javier Márquez me ayudaron a montar una presentación difícilmente olvidable por todos aquellos me nos honrasteis con vuestra presencia.
Presentación teatral, ambiente excepcional y fotógrafos de tronío, como podéis ver aquí, que Laura Muñoz se salió con su cámara. No sé si esta chica tiene más talento para escribir, para disparar (fotos) o para hacerse tatuajes. Lo que sí tengo claro es que, para Prima de Riesgo, Laura Palmer.
¿Y qué me decís del espacio? Yo estaba seguro que, si lo recomendaba Javier, es que estaba bien, pero el Ernie’s Station está mejor que bien, rezumando personalidad y alma por sus cuatro costados. Gracias a toda la gente que trabaja allí y que tanto hicieron por facilitar que todos estuviéramos en la gloria.
¡Y el concierto! Porque hubo concierto. Literario. Que para eso, Javier Márquez, Pedro de Paz y Paco Gómez Escribano son, también, maestros de las letras. Y es que esto del mestizaje creativo está cada vez más extendido, afortunadamente.
Un pedazo de concierto que disfrutamos todos los que estuvimos allí. Y que nos podíamos dividir en dos grupos distintos, que no antagónicos. Por un lado, ese grupo de compañeros de trabajo que, sin embargo, también son amigos. Cómplices fieles, miembros de esa troupe de Sospechosos Habituales con los que se puede contar lo mismo en Granada que en Madrid. O en Barcelona. O en Sebastopol. Si están, van. ¡Vaya si van!
Y está la otra peña delincuencial y potencialmente peligrosa y letal. Esa peña surgida al amparo de la Semana Negra de Gijón y que tienen a Madrid sojuzgada bajo su ley, su canon y su talento.
¿Cuántos seríamos?
Algunas decenas.
Y los que, queriendo, no pudisteis estar, que yo lo sé.
Y la gente de la editorial ALMED, que no se puede estar más arropado, mimado y cuidado.
Y las birras.
Y las risas.
Y los jalapeños, nachos y croquetas.
Y las banquetas, la barra, las sillas y la música.
Y la literatura.
Lo he dicho una y mil veces: ¿para qué escribir? Para noches como ésta, que son las que le dan sentido a un libro, a un trabajo, a horas y horas de ordenador y pantalla.
Así se lo explicaba a la Gacela, a lo largo de los días siguientes, entre llamada y llamada, entre mail y mail, entre SMS y SMS: pase lo que pase, sea como sea y cuando sea, ¡hay que escribir!