Otro récord para James Cameron

A mí me encanta este tío. Lo admiro. Y si leéis esta crónica de Jacinto Antón, también admiraréis a uno de los periodistas culturales más interesantes de este país. No solo ha llegado él solo al punto más profundo del planeta, en las fosas de las Marianas, sino que lo la hecho con un submarino diseñado por él, ha tomado muestras de flora y fauna abisal… ¡y lo ha filmado todo!

Ardo por ver el resultado de este proyecto, realizado con la National Geographic Society.

¡He dicho!

Jesús admirativo Lens

Retralato extraño…

G

No había hecho sino sonar la alarma del móvil cuando G ya se estaba cagando en su puta madre. Así, sin ambages, disimulos o medias tintas.

Apagó la alarma y lo pensó, de corrido:

– Mecagoensuputamadre.

Se levantó y mientras se cepillaba los dientes, se miró fijamente en el espejo. ¿Por qué iba a hacerlo?

La culpa era suya, por acceder. Pero, en realidad, el responsable último era M, que no dejó de insistir desde que se encontraron en el bar, por casualidad, y le contó su proyecto.

– Tienes que conocerla. Ya verás. ¡Es la hostia! Y, o mucho me equivoco (y yo no suelo equivocarme) u os vais a entender de maravilla. Esa tía no sólo es un genio. Es que, sobre todo, sabe reconocer a otros genios. Y tú lo eres, ¿verdad? Talento. Tú tienes talento. ¡Rezumas talento! ¿O no? No hay más que verte…

Y así siguió durante horas, una cerveza detrás de otra. Un whiskey tras otro. Hasta la vomitera final.

Había tecleado su nombre en Google. Y lo que descubrió de C no hizo sino confirmar sus peores temores y refrendar lo que ya sabía. De oídas.

Y allí estaba, lavándose los dientes, ojeroso y malhumorado; preparándose para ir a la reunión de trabajo más absurda de su vida. La más estúpida. Y, lo que era peor: la más desagradable, repulsiva e indeseable…

C

– Mecagoensuputamadre

Eso fue lo que pensó al despertarse, aquella mañana.

No es que empezara a estar harta de M. Es que ya se había terminado de hartar. Entonces, ¿por qué le seguía manteniendo cerca? ¿Por qué seguía permitiéndole que le concertara encuentros como aquél? ¿Por qué había accedido a que, casi con toda probabilidad, le jodieran uno de los pocos momentos agradables del día?

– Verás que este muchacho aúna el arrojo de la juventud con la experiencia de una carrera ya larga y consolidada. G es uno de esos tipos ambiciosos, pero con talento. ¡Talento a raudales! Y tiene un proyecto que encaja perfectamente con nuestra filosofía, con lo que venimos buscando…

¿Nuestra filosofía? Hacía ya demasiado tiempo que no compartían filosofía alguna. Bueno, ni filosofía, ni ideas, ni visión… ni cama. No. Aquello se había terminado, aunque M se empeñara en no verlo.

Se lavó la cara y se miró en el espejo. ¡La última vez! Volvería a hacer el paripé. Vería al tal G y escucharía lo que fuera que tenía que proponerle. Sería correcta, educada y civilizada con él. E intentaría que no le jodiera, en exceso, aquella mañana que había amanecido soleada y luminosa, aunque para ella y de momento, no hubiera empezado precisamente bien.

M

– Hay que joderse… ¡hay que joderse! Mecagoensuputamadre… ¡esto tiene que salir bien! ¡TIENE QUE SALIR BIEN!

Sin embargo, en su fuero interno, M se temía que no. Que aquello no iba a ser ni mucho menos fácil. No es que pensara que el proyecto de G no fuera bueno, es que…

Y notaba que C cada vez estaba más lejos. Esa frialdad que empezó a sentir de madrugada, al salir de la cama, y que luego se hizo extensiva a la noche completa; ahora se había contagiado a prácticamente cada instante que pasaban juntos. Cada vez menos, por otra parte.

Era necesario enderezar la situación. Y, acodado en la barra, escuchando la monserga que G le estaba endilgando, pensó que quizá… que era posible… que lo mismo ésta era su oportunidad.

En realidad no entendió la mayor parte de lo que G le contaba, pero parecía tan convencido y tan seguro que sí mismo que decidió utilizar todas las artes cultivadas en aquellos años, regalándole el oído y haciéndole sentir importante para que accediera a reunirse con quién, ni en la peor de las pesadillas habría tenido el más mínimo contacto.

Y por eso insistió a C en la conveniencia de mantener aquella reunión y de aquella manera: si ella estaba relajada, todo sería más fácil. Y no había nada que la relajara tanto como aquello.

¡Qué pesada, coño! La prefería cuando era una alcohólica viciosa y no se levantaba hasta pasado el mediodía. Pero desde que le dio la neura, desde que empezó a escuchar a todos esos cantamañanas, bebetés y comehierbas de los que solía mofarse hasta hacía poco… había cambiado. ¡Vaya si había cambiado!

(Este no-relato surge de la contemplación del último cuadro de Irene Sánchez Moreno, autora de mi amado «Tarta de cerezas», que se llama “Swing” y que es así y que, si lo agrandáis, luce en todo su inquietante y desasosegante esplendor):

Jesús Lens

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Misión Imposible IV

Reconozco que no favorece en nada a mi visión de la cuarta entrega de la saga más Imposible de Tom Cruise el hecho de que fuera a verla justo después de disfrutar de “El topo”, una película que me gustó más que a un bromista el Día de los Inocentes.

Ya hablamos de ello al comentar la extraordinaria película interpretada por Gary Oldman así que nos ahorramos los detalles y arrancamos esta reseña comentando esa primera secuencia con que se abre “Misión Imposible IV”: una colorista visión de Budapest en la que hasta el agua del río que separa Buda de Pest tiene el color azul que se le presume al líquido elemento y que, desde luego, “El topo” no dejaba traslucir.

Porque la saga de “Misión imposible” es, como la de James Bond, un preciosista catálogo de publicidad de algunas de las ciudades que más petan en el circuito turístico… o de las que quieren petar y ponerse de moda.

Como Dubai, por ejemplo, que no es una ciudad, pero como si lo fuera, y que lo mismo convence a las chicas de “Sexo en Nueva York” para que vayan a celebrar una boda que atrae a Cruise y su troupe al edificio más alto del mundo, en un tour de force escalador que haría las delicias de las mismísimas águilas.

Otra de las ciudades-franquicia de esta película es Moscú, sin que les tiemble el pulso a sus productores a la hora de volar la mitad del Kremlin, en una espectacular secuencia, sin duda alguna.

Porque, digámoslo ya, “Misión imposible IV” es el más-difícil-todavía del cine de acción, elevado a la enésima potencia.

Por mucho que JJ Abrams se empeñe y aunque para esta entrega de la franquicia se hayan agenciado como director al responsable de peliculones de Pixar como “Ratatouille” o “Los increíbles”, siendo la primera vez que Brad Bird cambia la animación por la ¿realidad?, la verdad es que a nadie le importa la dimensión humana de los personajes o sus familiares en peligro y amenazados, sino como meros recursos para hacer avanzar la trama, encadenando explosiones con persecuciones y peleas con escaladas.

Si el bueno de Cruise se cree que alguien siente emoción o sufre algún tipo de pesar por sus problemas con su amada y amenazada esposa es que la Cienciología le ha hecho más daño del que cabría pensar.

Y quizá por eso, porque, en realidad, “Misión Imposible IV” es un cartoon, le sale tan bien la jugada al Brad Bird… menos cuando se pone serio y trascendente. ¡Acción, acción, acción! No queremos autoría ni desarrollo de los personajes. Sólo queremos disfrutar del virtuosismo técnico que se le presume a la serie.

Y la música, claro. Y el mensaje que se destruye en cinco segundos. Y el escáner de ojos (hasta que sea superado por el escáner de alguna otra parte de la anatomía humana que de más juego en pantalla).

A fin de cuentas, sagas como la de Misión Imposible son al cine lo que los récords mundiales al mundo del olimpismo: más alto, más rápido, más fuerte. Y, en versión geográfica, más lejos.

En pocas palabras: “Misión imposible IV” cumple lo que promete. Y en estos tiempos de crisis en los que las promesas duran lo que se tarda en ganar unas elecciones, es de agradecer. ¿O no?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PD.- ¿Qué blogueábamos las últimas 4 vísperas de Reyes? Veamos: 2008, 2009, 2010 y 2011.

¡Se acabó!

Se acabó lo que se daba, se terminó el puente y volvemos a la cruda realidad de un lunes que promete ser terrible.

¿Cómo lo afrontas? ¿Cómo lo llevas? Y, lo que es más importante: ¿has hecho, terminado, ejecutado, disfrutado y/o concluido lo que fuera que te propusiste al empezar este Acueducto, hace ya diez días?

Yo he fracasado, miserablemente, en uno de los deberes que me había autoimpuesto: escribir un cuento para el certamen de relatos de invierno que todos los años convoca IDEAL.

¡No ha habido manera!

Estaba seco y estrujado. La imaginación por los suelos. Missing. Desaparecida. Sin comparecer.

Cuando me pasan estas cosas, me calzo las zapatillas y me voy a correr. Y suelo venir, si no con ideas, sí con la cabeza más clara y con las neuronas más receptivas. Si hubiera leído con más atención a Punset, os diría la parte creativa del cerebro que a mí se me espabila, lo mismo corriendo que bebiendo Alhambras Especiales, con los amigos.

Pero no me atrevo a echarme a los caminos, dar algún resbalón o mal paso y a que se me abran los puntos de la espalda, que solo me faltaba tener una infección o algo así. Que poca cicatriz ha hecho la herida en estos días.

Así que, como no daba con la tecla para el relato, escribí un no-relato que justifique el porqué no escribí el relato, y que publicaremos el 24 de diciembre, claro.

Por lo demás, bien.

Porque el hecho de no haber escrito el relato no significa que no haya escrito. De hecho, apenas he hecho otra cosa que escribir. Y ver películas. Como “The company men”, una de esas películas sobre la crisis que os recomiendo ver. Y comentar. Y “Los demonios de la noche”. Y alguna otra.

Hablando de todo lo cuál… ¿eres un iPadicto? ¿Alguna App especialmente recomendable que se te ocurra?

En fin. Que esto se acaba y que mañana, todos calvos.

Be Happy, Monday-Men

A ver si estuvimos más lúcidos, en 2008, 2009 y 2010