Don Alhambro resucitado

Lo del miércoles por la mañana en el Museo Memoria de Andalucía fue un puntazo. Nos juntamos para desgranar a los medios de comunicación el programa de la segunda edición de Gravite y, sobre todo, para anunciar el nacimiento de una nueva banda, Don Alhambro.

¿Les suena el nombre? Seguro que sí. Don Alhambro fue una más de las sublimes creaciones de Federico García Lorca, un personaje de ficción que, sin embargo, estaba terriblemente apegado a la realidad. A nuestra realidad granadina, de entonces y de ahora. Así narraba el poeta de Fuente Vaqueros su concepción:

“Don Alhambro la veía dormir (a Granada) desde la Silla del Moro y se daba cuenta de que la ciudad necesitaba salir del letargo en que estaba sumergida. Se daba cuenta de que un grito nuevo debía sonar sobre los corazones y las calles…

¿Qué hacer, Dios mío, para sacudir a Granada del sopor mágico en que vive? Granada debe tener movimiento, debe ser como una campanilla en manos del charlatán; es necesario que vibre y se reconstruya, pero ¿cómo?, ¿de qué manera?”

Casi cien años después, Ángel Arias, Antonio Arias, Mónica Martínez Leyva, Migueline, Popi, Pepe Ruiz, Juan Carlos Mariano y quienes hacemos Gravite creemos tenerlo claro y así lo expondremos el próximo jueves 30 de enero, en el Teatro CajaGranada, en un espectáculo multimedia patrocinado por Bankia.

 

Granada debe ser la capital de la tercera cultura. La que fusiona las letras con las ciencias. La poesía y las matemáticas. El dibujo y la física cuántica. La música y la química. El robot y el duende. Granada tiene que reivindicar la figura de creadores visionarios como Val del Omar y su mecamística, precursor del zoom, cineasta e inventor.

Granada tiene que impulsar el conocimiento de figuras históricas como la del ingeniero Emilio Herrera Linares, pionero de la aviación e inventor del traje espacial que lucen los astronautas de la NASA en todas y cada de sus misiones.

Así las cosas, Don Alhambro se presenta como una reivindicativa banda de anartistas empeñados en desdecir a Lorca y conseguir que, en Granada y de una maldita vez, 2 + 2 sumen 4 y no sean únicamente 2 + 2, por siempre jamás.

Jesús Lens

Españoles muy pro

Los españoles somos muy proclives a la experimentación, según los resultados de un estudio impulsado por la Fundación BBVA recién publicados. A la experimentación y a dejar de lado la ética a la hora de afrontar el desarrollo científico. De hecho, los españoles estamos muy por delante de franceses y alemanes, bastante más cautelosos en estas espinosas cuestiones.

Todo lo que no conocemos nos da miedo. Históricamente ha sido así. Desde el abismo al que caerían los barcos que se asomaran a lo más ignoto de los océanos a las herejías, quemas de brujas y torturas de la Inquisición.

España está a la vanguardia internacional en donación de órganos, por ejemplo, un tema que sigue despertando recelos en comunidades religiosas tradicionalistas y trasnochadas, lo que lastra su desarrollo en países como Israel, favoreciendo el detestable tráfico ilegal, tal y como denunciaba nuestro querido y llorado Antonio Lozano en su novela póstuma: ‘El desfile de los malditos’.

La pregunta de si la ética debe poner límites a la investigación científica es compleja. A priori, ¿qué debería tener de malo? El problema es determinar qué es la ética, la moral, el bien y el mal. ¿Quién determina qué es ético y qué no? ¿Dónde situar los límites? Por ejemplo, la clonación. Una cosa es clonar animales y otra, humanos.

O la cuestión de los implantes cerebrales: para luchar contra enfermedades degenerativas tendrían una aceptación muy amplia. Para evitar reacciones violentas o mejorar las capacidades mentales, sin embargo, no tanto.

Acabo de terminar de leer la última entrega de la trilogía de Bruna Husky, de Rosa Montero, ganadora del II Premio Viajera en el Tiempo del festival Gravite. El viernes 31 la tendremos en el Teatrillo del Alhambra Palace, en conversación con Francisco Herrera, catedrático de la UGR especializado en inteligencia artificial, gracias al patrocinio de Bankia.

Ardo por escucharles hablar de esta cuestión, tan bien tratada por la escritora en sus novelas: el desarrollo científico confrontado a los límites de la ética. La vieja disquisición de la máquina contra el hombre. ¿O empieza a ser al contrario, con la humanidad cada vez reacia al desarrollo de la inteligencia artificial y la tiranía de los algoritmos?

Jesús Lens

Inteligencia artificial y criminal

Vamos a escuchar mucho el término ‘inteligencia artificial’ en los próximos meses, especialmente en Granada, que en marzo acogerá un congreso internacional dedicado a una disciplina científica en permanente evolución.

Cuando escuchamos hablar de inteligencia artificial, lo primero que se nos viene a la cabeza es un robot, sea con forma humana o como androide. Entre CP3O y R2D2 estaría la cosa, más o menos. Pero la inteligencia artificial va mucho más allá de la forma y el formato en que la representemos. Está en los algoritmos de búsqueda de nuestros ordenadores o en los asistentes virtuales de nuestros móviles, sin ir más lejos.

¿Sabían ustedes que los algoritmos informáticos con los que trabajamos diariamente están cargados de prejuicios? Racistas y machistas, para empezar. La inteligencia artificial representa a sus creadores, programadores y usuarios. Y les/nos saca los colores. De ahí que la Comisión Europea haya constituido un grupo de alto nivel compuesto por científicos, ingenieros, ejecutivos de empresas tecnológicas y filósofos para que preparen un informe sobre la preocupante situación y tratar de revertirla.

Así las cosas, la próxima edición del festival Gravite que, patrocinado por Bankia, se celebrará en la última semana de enero, ha distinguido este año a Rosa Montero con el premio ‘Viajera en el tiempo’, entre otras razones, por su trilogía dedicada a Bruna Husky, una tecnohumana que actualiza a los míticos replicantes de ‘Blade Runner”.

En el Teatrillo del hotel Alhambra Palace, Rosa Montero conversará con Francisco Herrera, catedrático de ETS de Ingenierías Informática y de Telecomunicación de la UGR y reconocido especialista en inteligencia artificial. El de la humanización de la inteligencia artificial será uno de los temas que saldrán a colación, a buen seguro, en dicho encuentro.

Hace unos meses escribíamos sobre ‘Lágrimas en la lluvia’, la primera novela de la trilogía de Bruna Husky: “Para que fueran lo más parecidos posibles a los humanos, a los replicantes se les implantaban recuerdos. Se les construían biografías ficticias que, aunque fueran falsas, tenían que ser creíbles. De ahí que el trabajo de los memorialistas fuera tan importante. Y de ahí, también, que existan redes de tráfico de memorias pirata, de calidad discutible”.

La memoria se convierte en uno de los elementos clave a la hora de humanizar a los robots. Por regla general, a los tecnohumanos se les instalan memorias agradables compuestas por 500 imágenes, más que suficientes para construir una biografía de 25 años: cumpleaños, fiestas de fin de curso, graduaciones, celebraciones varias, cariño familiar, actividades con amigos, etc. El memorialista de Bruna, sin embargo, se empleó a fondo con ella, insertándole todas sus vivencias personales, muchas de ellas duras y traumáticas. De ahí que Bruna sea una replicante tan, tan especial.

Si el racismo estaba en el núcleo duro de la primera entrega de su trilogía, en  ‘El peso del corazón’, Rosa Montero se centra en el machismo recalcitrante impulsado por los regímenes teocráticos más integristas e intransigentes, construyendo un universo paralelo con referencias a ISIS y al mismísimo ‘El cuento de la criada’, además de abrir una apasionante investigación sobre los peligros de la energía nuclear.

En la segunda entrega de la trilogía de Bruna Husky conocemos más y mejor a la tecnohumana y nos adentramos en la complejidad de la psique de un robot con memoria humana que vive y trabaja en una sociedad que la sigue considerando un bicho raro, diferente y extraño.

Es justo lo que le pasa a Adán, uno de los primeros seres humanos sintéticos creados a partir del trabajo de Alan Turing en la novela distópica ‘Máquinas como yo’, de Ian McEwan. Porque en esta historia, Turing no se suicidó tras el juicio que tuvo que soportar por su homosexualidad. Y sus investigaciones ayudaron al alumbramiento de 12 adanes y 12 evas.

Charlie, un tipo normal y corriente, compra un Adán con el dinero de una herencia y se lo lleva a vivir con él y con Miranda, su vecina y amante. Las funciones primordiales de Adán son ayudar en casa y hacer compañía. Y todo parece ir bien. Hasta que el robot siente una emoción muy humana: el amor. Y de su mano, los celos.

“Al entrar vi a Adán de pie. Cuando me vio el brazo en cabestrillo soltó un leve grito de asombro, o de horror. Y vino hacia mí con los brazos abiertos.

—¡Charlie! Lo siento. Lo siento tanto. Qué cosa más horrible te he hecho… No era mi intención, de verdad. Por favor, por favor, acepta mis más sinceras disculpas”.

Llegados a este punto, Charlie trata de pulsar el botón de apagado de Adán. El robot no lo permitió. Y le espetó la siguiente amenaza a su dueño: “Tú y Miranda sois mis amigos más antiguos. Os quiero a los dos. Mi deber para contigo es ser claro y franco. Soy totalmente sincero al decirte lo mucho que siento haber roto una pequeña parte de ti anoche. Prometo de no volverá a pasar. Pero la próxima vez que intentes pulsar el botón de apagado me sentiré más que feliz arrancándote el brazo entero, desde la articulación del hombro”.

¿Ven ustedes como hay mucho que hablar sobre la inteligencia artificial y los riesgos de su humanización? Pronto, en el festival Gravite.

Jesús Lens

Balance del año negro y criminal

Terminado otro año y a la espera de ir comprobando qué nos deparará este 2020, es buen momento para hacer repaso a la feraz cosecha noir que nos dejó un 2019 con grandes momentos, tanto literarios como cinematográficos.

Comencemos recordando que hemos tenido el privilegio de asistir al renacimiento de Pepe Carvalho, uno de los personajes fundacionales del policíaco español. De manos de Carlos Zanón, disfrutamos de la vuelta a la vida del mítico detective y de sus garbeos por el Madrid y la Barcelona contemporáneos, tanta tensión, tanta distancia, tanta separación. Y otro esperado retorno: el de Domingo Villar y su inspector Leo Caldas, extraordinario.

Dos de las mejoras novelas negras españolas del año se centraron en la problemática de las personas que viven en las calles, en las que nadie se fija y cuya suerte trae sin cuidado a una inmensa mayoría. ‘El desfile de los malditos’, de nuestro querido y llorado Antonio Lozano; e ‘Invisibles’, de Graziella Moreno, quien también puso el acento en la gente con problemas psiquiátricos. Ambas novelas están publicadas por Alrevés, un año más, la editorial que más y mejor noir español ha publicado.

Mucha de la gente que vive en cajeros automáticos o bajo las marquesinas de los autobuses adolecen de trastornos mentales que les impiden llevar una vida normalizada. O lo que habitualmente se entiende como tal. Graziella Moreno, en una novela rebosante de la mejor literatura y repleta de poderosas imágenes, nos pone en su piel.

He leído muchas más novelas españolas que extranjeras. Es lo que tiene organizar un festival como Granada Noir: exige estar al cabo de la calle de lo que se publica en nuestro país para ofrecer al público la mejor selección posible de autoras y autores. En este sentido, debo destacar la excelente nómina de periodistas que, además, han publicado novelas este año: Marta Robles, Berna González Harbour, Tomás Bárbulo, Jerónimo Andreu o Íñigo Dominguez.

También leímos, de forma compulsiva, ‘El cártel’. El portentoso cierre de la Trilogía del Narco que nos regaló Don Winslow es pura adrenalina. Y descubrimos al autor galo Marin Ledun, cuyas novelas son una excelente radiografía de la Francia contemporánea. Y un pedazo de sorpresa: ‘Carreteras de otoño’, de Lou Berney.

En el mundo del cómic y a la espera de la vuelta de ‘Blacksad’, cuyos creadores fueron galardonados con el V Premio Granada Noir, alucinamos con la picaresca que preside ‘El Buscón en las Indias’, de Juanjo Guarnido y Alain Ayroles. La granadina Belén Ortega cerró su trilogía dedicada a la saga Millenium y nos hemos hartado —que no cansado— de leer historias del Joker, el perturbado más noir de los supervillanos, impulsado por el éxito de la película interpretada por Joaquim Phoenix. Ojo, también, a las adaptaciones al mundo de la viñeta que Hernán Migoya y Bartolomé Seguí están haciendo de las primeras novelas de Carvalho.

Cinematográficamente, y al margen de otros estrenos, hay que destacar ‘El Camino’, la vuelta de Vince Gilligan al universo expandido de ‘Breaking Bad’, un peliculón en el que conoceremos el destino ¿final? de Jesse Pinkman y, sobre todo, ese monumento fílmico, ese legado inconmensurable que es ‘El irlandés’.

Resulta paradójico que, en el siglo de las series y cuando se ha hecho popular pegarse atracones —maratones, les llaman— de varios capítulos seguidos, una de las pegas que se le ha puesto a la magna obra de Martin Scorsese es que sea ‘demasiado larga’. Otras críticas señalan que los venerables ancianos que protagonizan ‘El irlandés’ no resultan creíbles. Que son demasiado mayores para pegar palizas. Espero que los sustentadores de esta tesis no crean que John Wayne era una máquina de matar indios, dotado de una proverbial puntería, o que los diminutos James Cagney y Humphrey Bogart eran, de verdad, unos malotes de tomo y lomo.

‘El irlandés’ es una película totémica que juega con todo lo que ya hemos visto en el cine de Scorsese. El que sus protagonistas sean Pesci y De Niro no es gratuito. Ni casual. Las palizas, los asesinatos, la brutalidad… todo eso ya estaba en ‘Uno de los nuestros’ y ‘Casino’. Ahora, lo que toca es reflexionar sobre el paso —y el peso— del tiempo. Sobre los estragos de la edad. Sobre las consecuencias de haber dedicado la vida a ejercer la violencia. Una reflexión sobre los códigos de la lealtad y la servidumbre. Y a dónde conducen.

Termino este repaso a algunos de los destellos del 2019 con Víctor del Árbol, cuya novela ‘Antes de los años terribles’ nos conmovió hasta las entrañas, contando la tragedia de los niños soldado de África; y con Rosa Montero y su inaudita trilogía sobre la replicante Bruna Husky.

Porque ambos van a estar en Granada próximamente, participando en la segunda edición de Gravite que, patrocinado por Bankia, abrirá la temporada cultural-festivalera en nuestra tierra. Novelas de tinte policíaco que nos permiten viajar en el tiempo y sumergirnos en universos literarios y cinematográficos sólo aparentemente lejanos y alejados.

Jesús Lens

Máquina del tiempo

Estoy tan convencido de que Granada es una Máquina del Tiempo que nos permite viajar tanto al pasado como hacia el futuro; que mi amigo Gustavo Gómez y yo nos animamos a crear y poner en marcha el festival Gravite, dedicado a los periplos temporales.

A lo largo de los dos últimos agostos he tenido ocasión de comprobarlo: dos veranos en bermudas viajando al pasado a través de diferentes puntos de nuestra provincia, de la Granada prehistórica de Orce y Galera a la Granada romana y, por supuesto, la árabe y nazarí.

Granada es tierra de encuentro y confluencia, punto de partida y de llegada. Todas las grandes civilizaciones de la historia han dejado su huella en nuestra provincia y, a través de los restos arqueológicos que aún perviven, podemos seguir sus legado y rastrear su impronta.

De ahí el salto de alegría que pegué ayer cuando leí en las páginas de cultura de nuestro IDEAL que el especialista en Historia y Arqueología de la UGR, Ángel Rodríguez Aguilera, firmará todos los domingos una sección para explicar la historia de nuestra ciudad a partir de sus restos arqueológicos. Una sección que arranca mañana mismo con un tapial aparecido en el Violón y que está considerado ‘una de las primeras infraestructuras civiles que se hicieron en la Granada medieval’, tal y como nos cuenta Jorge Pastor.

Foto: Jorge Pastor

Quince entregas para descubrir y conocer la historia de Granada a partir de diferentes restos arqueológicos. ¡Menudo regalazo! No sé ustedes, pero yo pienso leerlos, recortarlos y, además de guardarlos como oro en paño, usarlos como guía de viaje en el tiempo que nos permita trasladarnos a diferentes etapas de nuestra historia. (Aquí, toda la información).

Ahora que el Google Maps es capaz de conducirnos a cualquier rincón de tierra, por lejano e improbable que parezca, una guía de viajes en el tiempo se me antoja como realmente imprescindible para conocer nuestra tierra más y mejor. Porque, como no nos cansamos de repetir, saber de dónde venimos nos ayuda a entender dónde estamos y a decidir hacia dónde nos queremos dirigir. ¡Enhorabuena por la iniciativa!

Jesús Lens