LA HABANA Y ALEJANDRÍA

La editorial ALMED presenta dos auténticas perlas bibliográficas.

 

Por un lado, el clásico de E.M. Foster sobre Alejandría.

 

Y, por otro, un libro muy especial: «La Habana. Puerta de las Américas», del cubano Amir Valle.

 

¿Es posible que les suene el nombre de Amir?

 

Sí. Cuando hablábamos de él y de La Otra Cuba. O cuando estuvimos en Carmona, celebrando con él la consecución del premio de Novela Negra Ciudad de Carmona, de Almuzara, con «Largas noches con Flavia». Vinculado, por lo general, a ese género negro y criminal que tanto nos subyuga. Sin embargo, hace un par de años, en Semana Negra, le pregunté a Amir si le gustaría escribir la historia de su ciudad. De esa La Habana que es parte de su existencia.

 

No se lo pensó. Y dijo que, por supuesto, sería un honor.  

 

Y tras meses de documentarse, leer y estudiar, se lanzó a escribir un libro prodigioso que, en cada una de sus páginas, consigue captar la magia, la esencia, la dureza y el goce de vivir de una de esas ciudades que, más allá de ser la capital de un país tan arrebatadoramente hermoso como controvertido, atesora buena parte de la historia de Latinoamérica.

 

Como decía, es un libro muy especial para mí. Porque Amir es un buen amigo. Porque La Habana nos arrebató, cuando la visitamos, hace unos meses. Porque es uno de mis escritores favoritos. Porque la idea surgió en Gijón, en ese mágico festival que es Semana Negra. Porque, dejando aparte «Hasta donde el cine nos lleve», es el libro del que más cerca he estado. Desde su génesis, siguiendo la redacción, corrección, diseño, búsqueda de la foto de la portada…

 

Amir y Eduardo Monteverde, en Negra y Criminal versión Gijón
Amir y Eduardo Monteverde, en Negra y Criminal versión Gijón

Escribir es fantástico. Pero asistir al proceso de creación literaria va más allá. Ha sido un placer y un honor compartir conversaciones, e mails, manuscritos y maquetaciones tanto con Amir Valle, el autor, como con Jerónimo, José Manuel y Juana, artífices de que esta aventura haya llegado a buen puerto.

 

Ahora sois los lectores a quiénes os toca juzgar.

 

En unos días volveremos a hablar de «La Habana. Puerta de las Américas».

 

Jesús Lens, contento como un niño con zapatillas nuevas.          

LECTORES

Qué bueno, saber que tenemos lectores de «Hasta donde el cine nos lleve» tan especiales como éste:

 

¡Hasta donde el cine le lleve!
¡Hasta donde el cine le lleve!

Y es que nuestro amigo Colin nunca deja de sorprendernos. Atentos al pedazo de Entrada que dedica en su blog a nuestro libro, siguiendo el enlace.

 

Con amigos así, ¡uno siente la necesidad de seguir escribiendo!

 

Jesús Lens, emocionado

CLAXTON

“Antes quedábamos el músico y yo. Conocía su trabajo y le pedía que se fiara de mis instintos. Ahora debo contar con el director de arte, el manager, el abogado, el directivo de la discográfica, el maquillador, el estilista… Sencillamente dejó de ser divertido.”


Entonces, Claxton dejó de fotografiar a esos músicos que ponían distancias entre su figura y el objetivo privilegiado de una cámara singular. Porque William Claxton, fallecido hace unos días, cuando estaba a punto de cumplir los ochenta y un años, no fue un fotógrafo cualquiera.

Además de haber sido un afamado, reclamado y reconocido retratista de lo más granado de Hollywood, Claxton se hizo famoso por contar, a través de sus imágenes, la historia del jazz más caliente de los Estados Unidos.

Si se fijan ustedes en la Margen Derecha de esta Bitácora, se darán cuenta de que, en el apartado de “Leyendo libros bellos”, desde hace varias semanas figura el “Jazz life” editado por Taschen.

“Jazz life” es un viaje fotográfico por ese jazz del que hablábamos antes. Los trompetistas más cool y las bandas más calientes del Nueva Orleans se dan la mano en un libro de tamaño colosal, que, para ser consultable, requiere del apoyo de una sillita africana, que utilizo a modo de atril. El libro, en una palabra, pesa del orden de cinco kilos.

Cuando pasen por casa, se lo encontrarán nada más cruzar la puerta. Item más, si se fijan ustedes, a izquierda y derecha de la diminuta entrada tengo cuatro fotos, firmadas por el autor. Hermosas, evocadoras, muy especiales. Ray Charles, una banda callejera de Nueva Orleans y un saxofonista ensimismado en su arte, en un expresivo blanco y negro, dan la bienvenida a quien entre en mi refugio y morada.


“Jazz life” es un libro que es un tesoro. Además de las fotografías de música y músicos, Claxton contextualiza el tiempo y el lugar en que se desarrollaba la actividad artística del momento, las contradicciones y tensiones sociales, los paisajes, etcétera. Y sus fotografías rezuman realismo documental por los cuatro costados: edificios, autobuses, callejones, bares… porque el jazz es, fue la música popular. La música de la gente de a pie. La música de la calle.


Como si de un naturalista se tratara, Claxton se integraba en la vida de los músicos, camuflándose, hasta hacerse invisible. Entonces y sólo entonces, cuando no sólo era un testigo invisible, sino también un amigo y un cómplice, desenfundaba su cámara y empezaba a disparar. “Jazz para los ojos”, lo llamaba él. No es de extrañar, pues, que diversos músicos le dedicaran temas como “Clicking with Clax”, “Sound Claxton” o “Claxography”.

Por eso, el “Jazz life” de Claxton, además de una belleza sin igual, es un preciso y precioso documento que trasciende lo puramente musical para convertirse en un documento de culto sobre un tiempo que ya no volverá. Un testimonio en imágenes sobre una forma de entender la existencia en que no había fronteras entre la vida y el arte.

La muerte de Claxton supone, pues, un nuevo punto y final en una parte de nuestra educación sentimental que, por desgracia, hoy está un poquito más huérfana que ayer. Descanse en paz, Claxton, pero siempre acompañado por ese Be bop que tanto le fascinó.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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EL PRINCIPITO

Primera entrega de Liblogs: El Principito.
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No era buena mi relación con el clásico de Antoine de Saint-Exupéry. A Eduardo le había encantado, cuando éramos niños e íbamos al colegio de la Caja. No recuerdo con cuántos años lo leí, pero un flash se me viene a la cabeza: estaba en una habitación gigantesca, llena de literas, y yo tenía la edición chiquita de la novela entre las manos. Imagino que estaba con los amiguitos del Club de Esquí, en Sierra Nevada, en uno de aquellos fines de semana blancos a los que íbamos con Marfil y compañía.


Pero no recordaba nada de “El principito”. No es que me gustara más o menos. Es que lo había borrado de la mente. Por eso, este año, sentía un cierto sentimiento de culpa en Senegal, mientras nos tomábamos una copa en la sugerente terraza del Hotel de la Poste en que tanta veces durmieron Jean Mermoz y el propio De Saint-Exupéry, pioneros de la aviación y ambos desaparecidos en la inmensidad del Sahara, cuando volaban con sus sacas de correo a cuestas.

Y miren ustedes por dónde, la feliz iniciativa de mi amigo Alfa 79 de recuperar este libro me sirvió para animarme a volver sobre él. Fui a una librería y, amante como soy de los libros bellos y hermosos, compré la fastuosa edición del cincuentenario, en tamaño gigante, que reproduce el manuscrito original de “El principito”, con los dibujos del autor, las manchas de café y hasta las quemaduras accidentales con que De Saint-Exupéry “castigó” su obra.

Esta edición incorpora, igualmente, un álbum con los dibujos que, después, el propio autor desecharía para la versión definitiva que todos conocemos. El más singular, posiblemente, es el dibujo del gran baobab que, ominoso, oprime con sus raíces al pequeño asteroide en que vivía el Principito y que, después, transformó en el menos agresivo dibujo de los tres baobabs más pequeños que amenazan la sostenibilidad del planeta.

Y está, obviamente, la narración de Antoine. No sé, a estas alturas de vida, qué lectura puede hacer cada cuál de esta historia. Pero a mí me gusta especialmente el final. En la página izquierda, el dibujo más simple y sencillo que imaginarse pueda. Apenas un trazo horizontal, curvo, cortado por otro trazo diagonal, descendente. Y, en lo alto, una estrella.

En la página derecha, la siguiente leyenda: “Éste es, para mí, el más bello y más triste paisaje del mundo… Mirad atentamente este paisaje a fin de estar seguros de que habréis de reconocerlo, si viajáis un día por el África, en el desierto. Y si llegáis a pasar por allí, os suplico: no os apresuréis; esperad un momento, exactamente debajo de las estrellas. Si entonces un niño llega hacia vosotros, si ríe, si tiene cabellos de oro, si no responde cuando se le interroga, adivinaréis quién es. ¡Sed amables entonces! No me dejéis tan triste. Escribidme enseguida, decidme que el principito ha vuelto.”

Y también me identifico, muy especialmente, con el capítulo XVIII en que el protagonista ha llegado a la tierra y se encuentra con una flor de tres pétalos.

“- Buenos días- dijo el principito.
-Buenos días- dijo la flor.
-¿Dónde están los hombres?- preguntó cortésmente el principito.
Un día la flor había visto pasar una caravana.
-¿Los hombres? Creo que existen seis o siete. Los he visto hace años. Pero no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No tienen raíces. Les molesta mucho no tenerlas.
-Adiós- dijo el principito.
-Adiós- dijo la flor”

La lucidez de la sencillez. La sencillez de la sabiduría. La sabiduría encapsulada en un hermoso puñado de palabras sugerentes como un amanecer en África, viendo salir el sol por detrás de las dunas.

Me ha gustado este ajuste de cuentas con “El principito”. He disfrutado cada palabra, cada dibujo, cada reflexión del autor. Un libro para paladear lentamente. Como un buen café. Como la conversación con un buen amigo. Como un viaje bajo las estrellas de un desierto africano. Un libro, pues, para volver sobre él. Una y otra vez.

Termino con una de las “Ironías” de Ramón Eder, recogida por Fernando Savater en un excelente artículo, que tanto me recordó a esta estupendísima novelita: “Muchas veces he intentado echar raíces, pero siempre me lo han impedido las alas”.

En ello estamos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

UN LIBRO PARA LOS CINCO SENTIDOS

Hace unos días presentábamos a Colin Bertholet. Hoy, de forma directa e ilustrada, presentamos esta maravilla:

Cuando el afortunado lector abra la caja en que se aloja el libro-objeto “El paisaje de la imaginación. Música para una despedida”, de Colin Bertholet, sus cinco sentidos entrarán en ebullición.


La vista, para ese momento, ya estará sobreexcitada, por supuesto. Pero, además, el oído se aprestará a escuchar la música de Rodrigo Leao, Vicente Amigo, Keith Jarret, Yann Tiersen o Miles Davis que se incluye en uno de los libros más originales, sorprendentes, hermosos y espectaculares que hemos tenido la suerte de contemplar.

Además, cuando se abre el libro, un intenso aroma a melaza asalta la pituitaria del lector desde un fastuoso estuche que, en su interior, alberga una deslumbrante colección de tesoros, cada uno más excitante que el anterior. De poemas visuales a estampaciones repletas de colorido, jugando con todo tipo de iconos y diseños, pasando por un excepcional cuaderno fotográfico. De los poemas manuscritos de personalidades como José Lupiáñez, Joaquín Pérez Prados o Mariano Navas al evocador Tango para una despedida de Milena J. Casanova.

Y todo ello con un leit motiv que ha inspirado una obra de arte única y singular: la zafra, la caña de azúcar y el cierre definitivo de la azucarera número 5 del Rosario, en La Caleta de Salobreña, lo que significó la desaparición de una actividad agrícola milenaria que fue introducida en nuestro territorio por los árabes, tan temprano como en el siglo X. Durante centenares de años, la caña y las azucareras fueron parte del devenir cotidiano de la vida en la Costa granadina y, por eso, a modo de íntimo y sentido homenaje, Colin Bertholet se ha enfrascado en este fastuoso Libro de Artista o “Caja de Sensaciones” que, en su definición básica “viene a ser una obra creativa que quiere cumplir una de las máximas del arte total: integrar todas las artes posibles en la búsqueda de un lenguaje universal, mágico y comprensible para cualquier lector de cualquier cultura y en cualquier lugar del mundo.”


Por eso, además de aroma, poesía, música y artes visuales, “El paisaje de la imaginación. Música para una despedida”, incluye material orgánico, resguardado en bolsitas translúcidas: azúcar moreno, melaza, miel de caña y bagazo.


El objetivo de Colin con este libro, además de homenajear a toda una cultura y una forma de vida, es provocar sensaciones, múltiples, distintas y complementarias, en el lector que tenga la fortuna de disfrutar de uno de los escasísimos ejemplares, numerados y certificados ante notario, de un libro que marcará un hito en la historia de la bibliofilia granadina, no en vano, para su confección se han utilizado técnicas tan variadas como la tipografía, serigrafía, linóleo, fotografía, hueco grabado, impresión digital, xilografía transferencias electrográficas por presión y técnica transfer con tratamiento digital.


Y si los contenidos de este libro objeto lo convertirán en codiciada pieza de coleccionista desde que se haga su presentación al público, allá por el mes de octubre; su continente está lógicamente a la altura. Los papeles y pergaminos de mejor calidad, elaborados artesanalmente y expuestos al sol para su secado, un lujo para el tacto, convivirán con las nobles maderas de abedul en que se alojará el CD Rom de esa música para la despedida.

La presentación pública de este trabajo se hará, por supuesto, en el edificio de la Azucarera, en Salobreña, con pública exposición, en tamaño XXL, de algunas de las piezas que forman parte del libro. Habrá actuaciones musicales en directo y, por supuesto, degustación del mítico ron de caña costero. Exposición que se quiere hacer itinerante por otras localidades del litoral granadino.

¿Por qué este libro? Tal y como señala Colin, “se trata de construir una Caja donde estén reunidas la música, la pintura, la literatura y la fotografía en torno a la azucarera, el “edificio más dulce de la costa granadina” que, junto al paisaje y el castillo árabe, conforman una misma perspectiva visual.” La finalidad de “El paisaje de la imaginación. Música para una despedida” es, por tanto, mostrar la belleza y provocar sentimientos y sorpresas a través del rigor en la selección de unas canciones que transmiten sonoridad poética y real y de fotografías que funcionan como destellos pictóricos. Poetas, pintores y artistas conformando un sincero, apasionado y original universo.

Colin Bertholet, autor e inspirador de esta idea, es un salobreñero de pro nacido en Bélgica, pero afincado en el litoral granadino desde que tenía doce años. Su trabajo como interiorista le ha llevado a dejar su impronta en decenas de locales. Actualmente divide su tiempo entre la decoración del Café Sirena de Almuñécar o La Fonda del Buda en Nerja con proyectos en Gerona, Ceuta o Lloret de Mar. Y, en perspectiva, el diseño de la plaza que Salobreña quiere dedicar al dramaturgo José Martín Recuerda.

Pero, además y sobre todo, Colin es un alma inquieta, agitador cultural de la costa granadina, enamorado de la música, viajero y creador infatigable que, en “El paisaje de la imaginación. Música para una despedida”, ha volcado toda su sensibilidad y amor al arte en una Caja Mágica repleta de exquisitos tesoros. Un cofre, un arca cuya riqueza fundamental es el cariño, el mimo y el cuidado con que ha sido diseñado hasta el más mínimo detalle. Una auténtica joya, sin duda alguna.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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