‘Presas fáciles’, doble cómic de lectura obligatoria

Me pasa con muchos cómics, pero sobre todo con los mejores policíacos: empiezo leyéndolos despacio, combinando el disfrute de los bocadillos y el desarrollo del argumento con el dibujo de las viñetas. Llega un punto, sin embargo, en que me ansio vivo y necesito avanzar a toda velocidad para saber qué pasa. Y entonces ya le presto menos atención de la debida a la parte gráfica: el yo negro-criminal que llevo dentro necesita resolver. 

Me ha vuelto a ocurrir con ‘Presas fáciles’, la última obra maestra parida por ese genio, ese crack que es Miguelanxo Prado, un Integral recién publicado por Norma Editorial y que ustedes no deben perderse, sean más o menos aficionados al cómic, más o menos aficionados al noir. 

‘Presas fáciles’ son dos historias diferentes, pero concatenadas. La primera, titulada ‘Hienas’, se publicó en 2016 y los protagonistas son los inspectores de policía Olga Tabares, la jefa, y Carlos Sotillo. Se trata de un policial ‘vindicativo’ que rezumaba, y sigue rezumando, actualidad y compromiso social. Cuando directivos de diferentes entidades financieras empiezan a aparecer asesinados, la sospecha de que hay un asesino en serie suelto cobra fuerza. ¿O se tratará de una mafia, de un cártel de la droga que anda ajustando cuentas? 

Como siempre pasa en las mejores historias policíacas, serán los porqués los que conduzcan a los buenos investigadores al quién y al cómo lo hizo. Unos porqués, ya se lo adelanto, que no dejaron indiferentes en su momento y que siguen generando un cóctel de sensaciones en los lectores de 2024. 

En este caso, como ya leí el cómic en su momento, sí he llevado de la mano el texto y la parte gráfica, que alucino con la capacidad de Prado se transmitir sensaciones y contar cosas a través de los paisajes, los espacios y, sobre todo, de los rostros de sus personajes, sean principales, secundarios o que se ‘limiten’ a pasar por las viñetas como convidados de piedra. Que no lo son, ya se lo digo yo. 

En ansia viva sí me atenazó leyendo la segunda historia de ‘Presas fáciles’. Se titula ‘Buitres’, es lo más reciente de su autor y los protagonistas siguen siendo Tabares y Sotillo, entre quienes existe una relación de compañerismo, complicidad y amistad que exuda química y autenticidad a raudales, tanto en la primera como en la segunda entrega. 

En este caso, una adolescente está en el centro de una investigación de aparente fácil resolución. Por desgracia, con el auge de las nuevas tecnologías y la presencia digital 24/7, los móviles se pueden convertir en armas de destrucción masiva más letales que un misil. El cyberbulling y el acoso están a la orden del día, por desgracia. ¿Será por eso que Irina se muestre triste y callada desde el principio mismo de la narración? 

“Ni yo misma sé qué me pasa. Me siento rara… Hay cosas… No sé… Muchos días me siento aturdida… Y… A veces pienso que me estoy volviendo loca”. Así comienza la historia de Irina, de la que no les cuento nada para que se dejen llevar por el magisterio noir de un Miguelanxo Prado en estado de gracia, narrativa y gráfica. 

Les decía que con ‘Buitres’ me volví a ansiar vivo, como ya me ocurriera, años ha, con ‘Hienas’. Eso me obliga, felizmente, a hacer segundas, terceras y sucesivas lecturas, más pausadas, de un cómic nuevamente prodigioso. Es lo mejor del noveno arte: que no se termina nunca. Estoy pensando, por ejemplo, que me apetece mucho volver a leer ‘Trazo de tiza’, otra obra maestra descomunal del autor gallego. ¿Te apuntas?

Jesús Lens 

‘Estación Damasco’, adictiva novela de espías

Septiembre de 2013. El presidente Obama —¿se acuerdan de él?— anunciaba represalias contra el régimen de El Asad por el uso de armas químicas contra la población de Siria, sumida en una cruenta —¿hay alguna que no lo sea?— guerra civil. A partir de ahí, el caos. Para variar. 

Han pasado más de diez años y apenas nos acordamos de Siria, como de tantos otros conflictos que asolan buena parte del mundo. Nuestros ojos están puestos en Ucrania. Y en Palestina. Y en las elecciones francesas y la victoria de la ultraderecha, que ya ganó en Italia. ¿Siria? Aquello nos queda muy lejos, en el espacio y en el tiempo. 

Afortunadamente resulta inevitable y necesario recordar Siria al abrir ‘Estación Damasco’, la espectacular y adictiva novela devorapáginas de David McCloskey (*), recién publicada por la editorial Salamandra y sobre la que David Petraeus, el mismísimo ex director de la CIA, ha dicho que es “la mejor novela de espionaje” que ha leído nunca. ¡Ahí queda eso, que no sé si habrá una voz más y mejor autorizada que la suya!

Novela de espías. Dentro del noir, es uno de los subgéneros por antonomasia. Y a mí, como ya les he contado otras veces, me disloca. Ya saben que, desde que tengo uso de razón, siempre quise ser espía, igual que los personajes de Scorsese querían ser gángsteres. Pero no he tenido suerte. O sí. ¿Quién sabe? Será por eso que sublimo esa pasión frustrada, como tantas otras, a través de la literatura. 

Y es que, en cuanto empiezas a leer ‘Estación Damasco’, te conviertes en espía. No es que te limites a acompañar a Samuel Jospeh y Valerie Owens en una operación de exfiltración en la capital siria. Es que eres uno de ellos. Y como la cosa no sale del todo bien, ya se lo avanzo, lo pasas fatal. A partir de ahí… ¡pura adrenalina en todas y cada una de sus 550 páginas! Hablamos de una novela, por cierto, de las que permiten ahorrar dinero: hasta que no la terminas, tu vida social queda reducida a la nada más total y absoluta. ¡Dejadme en paz, que estoy leyendo! 

¿Saben ustedes que el protocolo de la CIA obliga a su personal de operaciones a alojarse en habitaciones de hotel que estén por encima de la tercera planta y por debajo de la novena, sin excepciones? Nos lo explica la jefa de Sam, la inefable y maravillosa Procter: “la tercera para estar a salvo de los coches bomba, y la novena para que lleguen las escaleras de los camiones de bomberos”. 

¿Saben lo que es una RDV? Hablamos de Ruta de Detección de Vigilancia y es de primero de espía, pero no vean lo exigente que es… hacerlo bien. Todo esto lo vamos a aprender mientras acompañamos a Sam y a la otra gran protagonista de ‘Estación Damasco’, Mariam Haddad, de la que no les cuento nada para que ustedes disfruten —o no— de su personaje. 

Y está Damasco, claro. Una Damasco arrasada por la guerra civil… incluso dentro del propio Gobierno. Repasando el plano que acompaña al libro, me acuerdo de mis paseos por una ciudad arrebatadora, la ciudad permanentemente habitada más antigua del mundo, crisol de culturas y civilizaciones. Dos veces estuve allí. ¡Ay! 

Una Damasco en la que, a pesar de todos los pesares, la vida sigue. Y es que, como nos recuerda Mark Twain, “Damasco ha presenciado todo lo que ha ocurrido en el mundo, y aun así sigue viva. Ha contemplado los huesos resecos de mil imperios y verá las tumbas de mil más antes de morir”. ¡Amén!

Jesús Lens

(*) Digamos brevemente que el autor de ‘Estación Damasco’, David McCloskey, es máster en política energética y Oriente Medio por la Johns Hopkins School for Advanced Studies, trabajó como consultor de McKinsey & Company y analista de la CIA, donde escribió regularmente para el President’s Daily Brief, prestó testimonio clasificado ante comités de supervisión del Congreso e informó a altos funcionarios de la Casa Blanca, embajadores, oficiales militares y miembros de la realeza árabe. En la agencia, trabajó en estaciones de campo de la CIA en todo Oriente Medio.

El eterno retorno del maestro Juan Madrid

No leemos bien. Ni suficiente. Es un hecho. Y tengo pruebas: que se haya publicado una nueva novela del maestro Juan Madrid sin que la fanaticada negra y criminal esté hablando de ella con furibunda pasión es buena prueba de que andamos muy, pero que muy despistados. Y perezosos. 

Máxime porque ‘Cuando llegue la mañana’ está protagonizada por dos de sus personajes de cabecera: Antonio Carpintero —o Toni Romano— y Juan del Foro, ahí es nada. Publicada por Alianza Editorial, la novela lleva unas semanas en las librerías y la podríamos definir como la quintaesencia de la narrativa de Juan Madrid, que en ella están todos los temas que le ocupan, le preocupan y le interesan.

Pero empecemos por el principio. Y el principio fue ‘Un beso de amigo’, la novela con la que Juan Madrid debutara allá por 1980. El protagonista era el citado Carpintero, un antiguo boxeador que fue policía durante 20 largos años y que lo dejó, hastiado de perseguir a robagallinas de poca monta mientras los grandes delincuentes hacían y deshacían a su antojo. Se gana la vida como cobrador de impagos en la agencia Draper e investigando por su cuenta temillas como la desaparición del socio de un promotor inmobiliario. 

Carpintero se mueve por los bajos fondos de Madrid como cucaracha por el inframundo de nuestros barrios más sucios y descuidados. Sabe qué teclas tocar, a qué puertas llamar y, llegado el caso, a quién acariciar su bello rostro con sus puños de hierro.

A lo largo de diferentes novelas, Juan Madrid nos cuenta la historia de Carpintero a la vez que éste va encadenando encargos de poca monta que, al final, terminan por ser de altos vuelos. Porque si algo hay en la narrativa de Juan Madrid, I Premio Granada Noir por toda su brillante trayectoria; es denuncia y compromiso social. Unas veces le encontramos como vigilante de una sala de baile por el entorno de Montera, cuando era zona de prostitución. O de fisonomista en el Casino, para detectar a los posibles estafadores. Trabajos poco o nada glamurosos, pero que le permiten a Carpintero dormir con la conciencia tranquila y caminar por las calles con la cabeza alta. 

Hacia la mitad de ‘Cuando llegue la mañana’, por volver al aquí y al ahora, nuestro protagonista, al que es todo un placer y un auténtico lujazo reencontrar en una nueva novela, dice lo siguiente:

“—María, voy a encontrar a tu sobrinita. Es posible que sea mi último trabajo”. 

¡Uf! ¿Hay cierto tono de despedida, ahí? No lo quiero creer. Pero es una frase con tantos significados como posibilidades. 

¿Quién es esa sobrinita y por qué la buscan? Se trata de una niña recién nacida que ha desaparecido en una prestigiosa clínica privada de maternidad. Su madre, una joven y problemática toxicómana, se ha suicidado después de dar a luz. Al menos eso dicen los informes oficiales. Pero hay cosas que no cuadran. Y Toni Romano será el encargado de meter su nariz, tantas veces partida, en el asunto. 

Y sí. También aparece en ‘Cuando llegue la mañana’ ese escritor afincado en nuestra Salobreña llamado Juan del Foro, cuyo humor cínico y vitriólico trufa sus teorías literarias. Es otro de los personajes clásicos e imprescindibles de la narrativa de Juan Madrid, que sigue siendo tan antisistema y poco complaciente como en él es habitual. Afortunadamente para los lectores. 

Háganse un favor: vuelen a su librería más cercana y compren el libro más reciente de uno de los padres fundadores de la novela negra española. Juan Madrid, un clásico imperecedero en sí mismo.

Jesús Lens

Ser la voz de otro. Yasmina Khadra, por ejemplo

Tomo prestado (o robo lisa y llanamente, que para algo estamos en un espacio negro-criminal) el título del discurso de Wenceslao Carlos Lozano pronunciado en la Academia de Buenas Letras. Y es que la semana pasada tuvo mucho que ver con la traducción. 

Me encanta ese título, ‘Ser la voz de otro’, que tan bien define qué es traducir, un arte sin cuyo concurso no podríamos leer una gran parte de esas novelas policíacas que tanto nos gustan. Una voz que, por desgracia, suele estar silenciada y pasar de rondón, como si no tuviera importancia o fuese algo menor. Y no es baladí ese “crear recreando” del que nos habló Lozano.

Al salir del Paraninfo de la Facultad de Derecho nos fuimos al Botánico a tomar unas cervezas. Hablando con Carmen Montes, traductora de autores nórdicos ‘noir’ como Jo Nesbo, me explicaba su método de trabajo, dejándose sorprender por los giros de la trama, riendo con el buen humor y emocionándose con los momentos más dramáticos. ¿Influirá en el lector el estado de ánimo del traductor a la hora de trabajar? ¿Será más fácil que brinquemos en el sillón si, al traducir, la propia Carmen se encuentra boquiabierta por el texto original?

Me lo confirmaba Daniel Cortés, traductor especializado en cómics, cuando me decía que se identificaba con el protagonista de ‘El mundo sin fin’, sintiéndose perdido cuando tocaba, desfalleciendo con él y perdiendo la esperanza por un posible colapso energético… antes de volver a recuperarla. ¡Qué arte tan maravilloso, ser la voz de otro!

El cuerpo me pide hablar de la otredad y el ensayo ‘La expulsión de lo distinto’, el clarividente ensayo de Byung-Chul Han. Sobre todo porque también estuvimos con Alfonso Salazar, que acaba de publicar su traducción de ‘Consejos a los jóvenes escritores’, del ‘maldito’ Charles Baudelaire, el poeta de la ciudad, el arrabal, la mugre, la noche, el dolor y la muerte. Y mientras escuchaba su erudita conversación con Alejandro Pedregosa, no dejaba de recordar el ‘Je est un autre’; el ‘Yo es otro’ de uno de sus ‘discípulos’, mi amado Rimbaud. El otro. Siempre el otro. Como voz, pero también como presencia. O ausencia. 

Me disperso. Volvamos a Wenceslao Carlos Lozano, cuando parafraseó a Flaubert y señaló que su discurso se podría haber titulado perfectamente ‘Yasmina Khadra c’est moi’, dado que le ha prestado su voz en veinte de sus novelas, ahí es nada.

El profundo repaso que Lozano hizo de la narrativa de uno de los autores capitales del noir contemporáneo me retrotrajo a horas y horas de lectura compulsiva. Y es que Khadra es uno de mis autores de cabecera, ejemplar modelo del género negro que más me gusta y arrebata. Su ‘Trilogía de Argel’, protagonizada por el icónico comisario Llob, me sacudió como un electrochoque y ‘Lo que sueñan los lobos’ es un espeluznante descenso a los infiernos del terrorismo islamista que te permite entender y comprender… si lees sin prejuicios ni maniqueísmos. 

Decía Lozano en su discurso que tanto ‘Lo que sueñan los lobos’ como ‘Los corderos del Señor’ son “dos auténticos manuales de referencia hoy en toda academia militar del mundo, sobre cómo se convierte en terroristas suicidas a jóvenes desnortados que han renunciado a sus sueños”. ¡Telita!

Al terminar su alocución, me quedé pensando que hace mucho tiempo, demasiado, que no leo a Yasmina Khadra. Como tantas veces ocurre en nuestro universo lector, dejamos que lo urgente y lo perentorio se imponga a lo verdaderamente importante. Y les aseguro que leer las novelas del autor argelino es de vital importancia y trascendencia. 

Jesús Lens

‘Furiosa’ nos conduce al futuro más negro

Suena la música. “Dámele, dámele todo el poder… Dámele, dámele todo el power… Porque no nacimos donde no hay que comer, no hay porque preguntarnos ¿cómo lo vamos a hacer?”. Les pongo en situación. Acabo de terminar de leer ‘Hot sur’ el magno novelón de Laura Restrepo sobre la inmigración y el sueño americano que felizmente ha reeditado Alfaguara, y en un momento dado, la banda sonora que suena en sus páginas la pone Molotov, un grupazo mexicano que cantaba alto y claro. 

Estoy loco por hablar de las 600 paginacas de ‘Hot sur’ y su prosa enfebrecida. Por ejemplo, este párrafo, en el que una presa latina encerrada en una cárcel yanqui habla del curso de escritura creativa que imparte un voluntarioso profesor igualmente yanqui. Y concienciado.

“En la siguiente clase nos puso a hacer otra lista, esta vez de adjetivos, anotando enfrente la definición. Uno de los diez míos fue ‘paniqueado’, y le puse enfrente, ‘comido por el pánico’. Usted me preguntó si acaso estar paniqueado no era igual a ‘sentir pánico’, y yo le contesté, una persona como usted tal vez ‘sienta pánico’, una como yo está jodida y ‘paniqueada’. Eso quiere decir que el miedo se le metió a uno adentro para no salir más, quiere decir que uno y su pánico ya se volvieron la misma cosa”. ¡Foh!

Pero la actualidad manda y como también salí muy trastornado del cine después de ver ‘Furiosa’, aparco de momento la novela de Restrepo, recomendándoles encarecidamente que la lean, eso sí. Igual que, si aún no la han visto, les animo a darse un salto a la sala que les pille más cerca para sumergirse en el ruido y la furia de la película más reciente de George Miller, perteneciente a la saga de ‘Mad Max’, uno de esos hitos de la historia del cine que, quienes peinamos canas, estamos disfrutando en tiempo real y de manera desaforada. 

Hace unas semanas estuve en Kinépolis viendo en pantalla grande el primer ‘Mad Max’, el de 1979, subtitulado ‘Salvajes de la autopista’, con coloquio incluido gracias al buen hacer de mi querido Manolo Oña. Aquella era una película bien negro-criminal con la venganza como leit motiv. Y precisamente la venganza es el motor que mueve a Furiosa, la aguerrida protagonista de la precuela de la secuela del Loco Max.

Contar de qué va una película como ésta no tiene mucho sentido. Estamos en un futuro distópico en el que, tras la III Guerra Mundial, el mundo ha quedado reducido a piedra y arena. El agua y la gasolina son los bienes más preciados. La primera sacia la sed de los pocos humanos supervivientes. La segunda les permite seguir matándose, como llevamos haciendo desde el origen de los tiempos.

—El agua, la gasolina… y las balas— me dice una atenta lectora que, además, ha visto la película—. No olvides las balas. 

Y las balas. Porque el agua es vida, la gasolina es movilidad y desarrollo y las balas son la muerte. Aunque lo de gasolina y desarrollo podíamos ponerlo entre paréntesis, que al final lo que provoca es más muerte y destrucción. Como (casi) siempre ocurre con los recursos energéticos. 

Las nuevas entregas de la saga ‘Mad Max’, como la música de Molotov, no se andan con sutilezas. Aunque en ‘Furiosa’ tenemos algo parecido al viaje del héroe, heroína en este caso; lo que nos regala George Miller es adrenalina a tope, persecuciones sin fin, espectaculares vistas de los diferentes desiertos australianos y su poquito de crítica social, claro. ¿Es ese el futuro que nos espera? A la vista de lo que pasa en el mundo, de los preocupantes resultados de las últimas elecciones europeas y a la espera de las yanquis, en noviembre; lo mismo sí. Para nuestra desgracia.  

Con homenajes a ‘Ben Hur’ y a los westerns con atracos a trenes, ‘Furiosa’ es un brutalísimo espectáculo visual, auditivo y sensorial de primer orden que, si pueden ver en una sala de cine, insisto, no deberían perderse.

—Oye, vale, muy bien. ¿Pero cómo conecta exactamente lo de ‘Hot sur’ con ‘Furiosa’?— me dice la voz amiga—. Porque esa última frase olía a final y se me queda un tanto difuso el texto. 

—Pues… lo que había pensado era conectar lo que “no nacimos donde no hay que comer” de los incendiarios Molotov con el universo hambriento de ‘Furiosa’…

—Un poquito cogido por los pelos, ¿no te parece?— Me responde esa acerada voz amiga—. Además que esa canción de Molotov no tiene nada de furioso, precisamente. Que más bien en una baladita enciende-mecheros. Esa obsesión con los grupos de los años 90 del siglo pasado…

—Visto, así, claro, la verdad es que sí. Lo que pasa es que ese personaje del que escribo no es particularmente furioso.

—Había pensado más bien que ibas a conectarlo por el párrafo de la mujer ‘paniqueada’. No he leído la novela, pero Furiosa empieza siendo una niña paniqueada, tal y como la describe Laura Restrepo, ¿no te parece?

—¡Claro, claro! Si es justo lo que iba a decir y a escribir, lo que pasa es que el espacio es limitado y…

—¡Claro, claro! Faltaría más.

—Pues eso. Que ‘Hot sur’, ‘Furiosa’, dos chicas paniqueadas que, sin embargo…

—¡Calla, calla! A ver si ahora haces spoiler.

—¡Ays! Es verdad. Bueno, pues que lean a Laura Restrepo, vayan al cine a ver ‘Furiosa’ y que MUCHAS GRACIAS. 

Jesús Lens