Louise Penny y ‘El reino de los ciegos’

Sagas. Todo un concepto, ahí. Y un (potencial) problema. Hasta hace (relativamente) poco tiempo, sólo leía las sagas policíacas en su debido orden. Lo que, de facto, suponía dejar de leer a algunos de mis autores de cabecera. Porque una vez que me perdía una o dos entregas, desistía. ¿Ya para qué, si no iba a ser capaz de ponerme al día? 

Mi renuncia libresca más sangrante ha sido John Connolly y su serie protagonizada por Charlie Parker. Me flipaba esa mezcla entre el noir más desopilado y el terror puro y duro. Pero como su prosa es densa y morosa y exige mucha atención, empecé a aplazar lecturas. “Cuando tenga menos jaleo”, me decía al publicarse una nueva novela, que compraba con fervor religioso, eso sí. “Cuando disponga de más tiempo seguido para leer me pongo al día”, me prometía con la siguiente. Y así se me pasa la vida lectora. Una vida sin Connolly.

Con Louise Penny me ocurría algo por el estilo. Su saga protagonizada por Armand Gamache, la obra de una vida, está conformada por cerca de 20 novelas. ¿Qué hacer? ¿Apretar los dientes y empezar por la primera, descubriéndolo todo sobre la gélida localidad canadiense de Three Pines y sus vecinos, o lanzarme a leer la última publicada, sin más, a ver qué tal?

En esta ocasión, y creo que servirá de precedente, me he tirado sin red y en el Club de lectura y cine de Granada Noir y Librería Picasso hemos leído ‘El reino de los ciegos’, la novela más reciente de Penny, publicada por la editorial Salamandra. Está protagonizada por el que, a estas alturas de su vida, es un gran jefazo de la policía canadiense. Pero algo le tuvo que pasar en la novela anterior, que nos lo encontramos suspendido de empleo, incurso en una investigación interna para dirimir si actuó bien o mal, si tomó las mejores decisiones en un caso muy controvertido. 

Cuando una autora es buena, y Louise Penny es de las mejores, no en vano ha ganado mil y un prestigiosos premios literarios; no tiene problema en arrancar cada novela poniendo en situación a los lectores recién llegados sin cansar a los veteranos. Le bastan unas pinceladas para situarnos, presentarnos a los personajes principales y secundarios, recopilar lo esencial de sus vidas y sus carreras profesionales y, a partir de ahí, construir una nueva y atrapadora trama.  

En el caso de ‘El reino de los ciegos’, la lectura de un extraño testamento y una gran tormenta de nieve nos sitúan en un escenario muy acogedor, una especie de ese ‘cozy noir’ del que otras veces les he hablado, cálido y hogareño. Pero no. Cuando un hilo argumental tiene como protagonista a una letal y amenazadora modalidad de fentanilo, no hay ‘cozy’ que valga, que hablamos de una droga que está haciendo estragos en Estados Unidos y Canadá y que empieza a distribuirse por todo el mundo. 

En este mi primer contacto con el universo narrativo de Louise Penny —puedo garantizar que no será el último, que me han encantado tanto sus tramas como sus personajes, ambientación y forma de escribir; ese clásico procedural que me disloca— he encontrado una narrativa de cocción lenta en la que los diferentes hilos argumentales avanzan en paralelo tejiendo una tela de araña que te enreda sin remedio. 

Por cierto, si quieren ponerse al día con las aventuras de Gamache antes o después de leer las novelas más recientes de Louise Penny, hay una adaptación televisiva con muy buenas críticas en Amazon. De nada. 

Jesús Lens

La primera persona ambigua

Hace unas semanas planteábamos en esta sección la cuestión de la escritura en primera persona (leer AQUÍ), algo que en el género negro y criminal adquiere una singular importancia. Que la acción avance a través de los ojos, la mirada y la interpretación de un solo personaje es tan atractivo como complejo. Si ese personaje es un investigador, sea una policía como Petra Delicado; un detective privado como Philip Marlowe; un periodista, juez o abogado… podemos confiar en ella o en él. Se podrá equivocar, le faltarán datos o tardará en atar cabos, pero es fiable. 

¿Qué pasa, sin embargo, cuando la primera persona se corresponde a un personaje dificilito, extraño, complicado y complejo? Empecemos hablando de una novela que no es ni policíaca ni ‘noir’… sobre el papel. En la preciosa ‘Memorias de Leticia Valle’, de Rosa Chacel, nos dejamos guiar por una niña preadolescente de once años que nos cuenta lo que pasa a su alrededor. O, mejor dicho, su interpretación de lo que pasa. Su versión. 

De una forma magistral, Chacel apenas muestra una mínima parte de los hechos, dejando en sombra, apenas apuntado, todo lo que podría haber pasado. ¿Se entera Leticia Valle de lo que ocurre a su alrededor? ¿Es consciente de lo que provoca cuando habla y cuando calla, cuando entra y cuando sale, cuando va y cuando vuelve? ¿Sabe, interpreta bien lo que hace, lo que le hacen y lo que le dejan de hacer? Ese es el ambiguo y turbio juego que plantea Chacel en una novela que, al terminar, tienes que volver a comenzar a leer dado que final y principio, omega y alfa, caminan de la mano y se engarzan en un bucle sin fin por siempre jamás.

Algo parecido ocurre en un libro del que les llevo hablando varias semanas: ’48 pistas sobre la desaparición de mi hermana’, la novela más reciente de Joyce Carol Oates, publicada por RBA. En el propio título está ya esa primera persona que nos va a contar la historia. O, de nuevo, su versión de la historia. Ella es Gigi, la hermana pequeña de la bella, hermosa y exitosa Marguerite, que desaparece súbitamente del pequeño pueblo del estado de Nueva York en que viven sin dejar (apenas) rastro.

Gigi será la encargada de ‘presentarnos’ a Marguerite a la vez que tiene la misión de conducirnos por la investigación sobre su desaparición que emprenden la Policía primero y un detective privado después. Una investigación que no será nada fácil ya que, como veremos, se enfrentará a diferentes y sucesivos imponderables. 

La autora utiliza diversos recursos gráficos para guiarnos y ¿confundirnos?, de los paréntesis a la letra en cursiva. ¿Qué son hechos objetivos y qué es interpretación, opinión o incluso fabulación de Gigi? ¿Qué es realidad y qué es ficción? Joyce Carol Oates nos regala una novela de nuevo repleta de ambigüedad que nos invita a jugar y fantasear. Y a sufrir. Por Marguerite. Con y por Gigi. Y sus circunstancias. 

Hay páginas memorables y durísimas, como es habitual en esta prodigiosa autora. Por ejemplo, este párrafo sobre la conocida Autopista de las Lágrimas “donde se encontraron decenas de cadáveres de mujeres, la mayoría de ellas nativas, entre 1970 y la actualidad”. Y esa otra carretera, entre Oklahoma y Texas “donde durante décadas los cuerpos de numerosas mujeres y niñas, muchas de ellas jamás identificadas, han sido abandonados en las cunetas. La tierra está empapada de sangre de los cuerpos de mujeres y niñas violadas, asesinas y desechadas”.

Para otro día nos dejamos las primeras personas de ‘Zombi’, de la propia Carol Oates, y al bueno de Jim Thompson. Van a flipar. 

Jesús Lens

A24, la máquina de hacer cine interesante

Hoy martes hemos convocado en la librería Picasso a nuestro Club de lectura y cine con la misma urgencia con que el ministro Albares ha llamado a consultas a la embajadora española en Argentina por el follón Milei.

Hace un par de semanas envié un mensaje al ciberespacio al estilo de los que mandábamos al mar, de chaveas, dentro de una botella. “Acabo de terminar ’48 pistas sobre la desaparición de mi hermana’, la novela más reciente de Joyce Carol Oates publicada por RBA, y necesito hablar”. Dicho y hecho. La peña se puso manos a la obra y esta tarde nos lanzaremos a degüello sobre ella. 

En condiciones normales, este Rincón oscuro estaría dedicado a ellas, pero el fin de semana vi ‘La zona de interés’ y tengo tal bola en el pecho que si no escribo sobre la conmocionante película de Jonathan Glazer, basada en la novela homónima de Martin Amis, corro el riesgo de asfixiarme. 

Lo sé, lo sé. Llego tarde. Pero lo importante no es llegar primero, sino saber llegar. A estas alturas ya está todo dicho sobre la película ganadora del Óscar a la mejor producción extranjera del año pasado y, ojo, al de mejor sonido. Aunque está repetido hasta la saciedad, no puedo dejar de citar a Hannah Arendt y su famosa ‘banalidad del mal’: esta devastadora película es su quintaesencia fílmica más y mejor depurada. 

No les reviento nada si les digo que la película cuenta la vida del comandante Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz. A su vida familiar, me refiero. A la que comparte con Hedwig, su mujer, y con sus hijos en una preciosa casa con un jardín repleto de flores exquisitamente cultivadas y anexa al campo de concentración.

Da lo mismo lo que les cuenten: tienen que verla para sentir el desasosiego, la angustia y el dolor que transmite… sin que haya una sola imagen truculenta. El fuera de campo, tanto visual como sobre todo sonoro, adquiere una nueva dimensión en la pantalla, que no por casualidad aparece completamente teñida de negro y de rojo en determinados momentos de una película que te deja emocionalmente devastado, destrozado y aniquilado. Malo será que en el trasnoche de hoy, en el bar, no salga a colación, aun a riesgo de que se nos amarguen las cervezas y se nos atraganten las tapas. 

Y con esto enlazo con el titular: A24. Buena parte de las películas contemporáneas más interesantes que estoy viendo últimamente son de esa productora independiente, cuyo catálogo es apabullante. Ya les hablé hace unas semanas de la imprescindible ‘Civil War’, de Alex Garland. ¿Me hicieron caso y fueron a verla al cine? Si no, ahí va una cariñosa, pero firme colleja.

Recordemos que la visionaria y anticipatoria ‘Ex Machina’, otra obra maestra de Garland, uno de los directores contemporáneos más excitante, ya fue producida por A24. ¿Y se acuerdan de las oscarizadas y multipremiadas ‘Moonlight’, ‘The Florida Project’, ‘Lady Bird’ o ‘The Disaster Artist’? Pues lo mismo. 

Estas semanas he visto la reflexiva y contemplativa ‘A Ghost Story’  y ‘Vidas pasadas’, de Celine Song, una de las historias de amor más preciosas de los últimos tiempos. Y eso a pesar de que… ¡buah! No les cuento nada.

Tengo pendiente de ver ‘La ballena’, de Darren Aronofsky, pero me da miedo, mucho miedo, asomarme a ella, por mucho que no sea de terror. Y también la ‘Priscilla’ de Sofia Coppola, ahora que tanto hablamos de su megapadre. ¡Máxima atención a todo lo que sale de A24! Como mínimo, siempre es original, interesante, diferente y prometedor.

Jesús Lens

Santa Rita y los amores que matan

Si existiera Santa Rita, creo que me gustaría vivir allí. ¿Le suena el nombre? Es posible, que ya les hablé de ese edificio hace unos meses. Y es que allí se produjo un crimen con aromas a Agatha Christie y la encargada de contárnoslo fue Elia Barceló, esa maravillosa escritora todoterreno a la que conocerán por sus novelas de ciencia ficción. O por las juveniles, que para algo es toda una Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, concedido en 2020 por ‘El efecto Frankenstein’. O por las policíacas, sean frías y negras como su magistral ‘La noche de plata’; sean cálidas y luminosas como esta saga de Santa Rita. (De esa novela negra como la pez escribimos AQUÍ)

“El auténtico verano, en Santa Rita, empieza temprano, antes de que salga el sol, cuando el mar apenas se distingue del cielo y una bruma ligera difumina los contornos de las sierras en la distancia. Es entonces cuando, poco a poco, se van desperezando las plantas, cuando las flores empiezan a abrir sus corolas al roce de los primeros rayos de color rubí y los pájaros se lanzan a cruzar el cielo que aún es de un delicado amarillo limón. Si entonces se riegan los parterres, el olor de la tierra mojada sube, mezclado con el del jazmín y el de las rosas hasta llenar el aire de promesas. Más tarde, con la algarabía de los pájaros, despertará el perfume de los pinos”. 

¿Qué? ¿Se anima usted a venirse a Santa Rita? Allí vive un grupo de gente variopinta en un régimen de alquiler laxo, pagando su estancia en dinero y también en especie, colaborando en las tareas cotidianas, por ejemplo. Y, como la gente entra por su propia voluntad, está ‘obligada’ a dejar parte de la felicidad que lleva consigo, según la máxima de nuestro querido conde Drácula.  

La dueña de Santa Rita es una anciana encantadora. ¡Tela de encantadora! Se llama Sofía, bebe té y así nos la presentó Elia Barceló en ‘Muerte en Santa Rita’, la primera novela de la serie publicada por Roca Editorial y de la que hablamos AQUÍ: “hacía tiempo que había descubierto que, a partir de cierta edad, solo hay dos posiciones que una mujer puede adoptar: la invisibilidad o la excentricidad”. ¿Adivinan por qué se decantó Sofía?

En Santa Rita vive gente joven y mayor: de estudiantes a cocineros. Allí están Robles, un antiguo policía; y Miguel, cuya ceguera no le impide enterarse de todo. Lola, una policía en activo que encontró su lugar en el sol cuando investigó el caso anterior y Greta, la sobrina centroeuropea de Sofía que huyó del frío de Austria y del de un amor agostado y marchito, para escándalo de sus hijas. Por allí pasó Nel, que ahora es médico, y la problemática Nines, que se ha ido para trabajar de camarera en un chiringuito de Altea. 

Como les digo, conocer Santa Rita es amarla y querer irse a vivir allí. Se encuentra en Benalfaro, un pueblito idílico del Levante español y allí siempre pasan cosas. Por ejemplo, que al tirar abajo un tabique para que Nieves pueda abrir su estudio de yoga, aparezcan unos cuadros rarunos muy bien protegidos y una caja en la que se encuentra… el esqueleto de un bebé. 

No les cuento más. ‘Amores que matan’, la segunda novela de Elia Barceló radicada en Santa Rita es una gozada, como su predecesora. Porque si hoy en día, el edificio es una utopía hecha realidad, su pasado es harina de otro costal. Por ser, fue hasta un psiquiátrico. Y los edificios, como la personas, además de cicatrices, albergan secretos. ¿Se anima a descubrirlos?

Jesús Lens

Artista, surrealista y asesina

Hay libros que te atrapan desde la primera página y novelas que son famosas por sus prodigiosos párrafos iniciales. De hecho, en los talleres de escritura se insiste mucho en la importancia de un principio de fuerza arrebatadora que imante al lector al libro y ya no le suelte.

La última vez que me pasó ha sido con Andrea Aguilar-Calderón y su novela ‘Una asesina en el espejo’, publicada por Alfaguara. “Las primeras hipótesis sobre la desaparición de la agente Ana María González Fo señalaron que podría haber sido la última víctima de la serie de crímenes ocurridos durante septiembre y octubre de 1989 en la ciudad de Santa Catalina y en el vecino pueblo de Varablanca, investigación de la que ella misma estaba a cargo”. 

¡Cuántas, cuantísimas posibilidades se encierran ahí! Sobre todo porque, de inmediato, la autora nos sugiere la extraña posibilidad de un viaje en el tiempo. 

Otro párrafo, también muy al principio de la novela: “Una vez más, tiene ese sabor tan indefinido en la boca. Ese tan impreciso que, de todas formas, termina de tragarse de un golpe. El pecado de un golpe.

El hombre se sube el cierre del pantalón y le acaricia el cabello sin decir nada. No ha sido este, en cualquier caso, un encuentro para escribir diálogo alguno. Se limita a dar media vuelta y se marcha feliz, con la satisfacción entre las piernas. Ella, por su parte, se levanta y sale de entre los escombros de lo que antes era una tienda de discos, oculta en una calle que ni siquiera tiene nombre”.

Y con esto, ya estaríamos. Ahí están las mimbres de una narración perturbadora, extraña y, por momentos, compleja. Máxime porque, intercalada con la tercera persona omnisciente, en cursiva se nos cuelan fragmentos escritos en esa primera persona de la que hablábamos la semana pasada. 

“Observo la foto y confirmo que, efectivamente, es justo la chica que buscamos, más allá de mi imaginación ojerosa y trasnochada. 

Sí, es la mujer perfecta. Perfecta…

Prepárate: dentro de poco la veremos morir”. 

¡Y estamos aún en la página 13! La historia que nos cuenta Andrea Aguilar-Calderón en ‘Una asesina en el espejo’ tiene mucho de metaliterario y, también, de artístico. Su forma de escribir, cadenciosa y atrapadora, continuamente nos interpela como lectores y no sabemos si seguir leyendo o cerrar el libro, momentánea o definitivamente. 

“Una celadora se ha acercado a ella (la asesina protagonista de la novela) y ya casi la tiene al alcance de su bastón. Podría golpearla en la nuca y, con una suerte que aún no podemos determinar si sería buena o mala —pues los límites éticos son difusos en esta historia—, acabar con la situación y con las páginas que restan”.

¿Y sobre la trama? Pues más o menos está todo explicado, ¿no? Sobre todo porque la novela tiene mucho de felizmente inexplicable. Como habrán percibido, tenemos psicópata. Y en esta sección, un buen psicópata nunca está de más, en palabras de una buena y sabia lectora. 

¿Y la parte artística? Sólo con ver la portada, que reproduce ‘Jirafa ardiendo’ de Dalí, ya podemos intuir por dónde van los tiros. Y las cuchilladas. Y los porrazos y golpes en la cabeza. Representar cuadros surrealistas de diferentes artistas con cadáveres y elegir a las víctimas de acuerdo con las necesidades artísticas de sus perpetradores no es pequeña cosa. Y hasta ahí podemos contar. 

‘Una asesina en el espejo’ es el libro que hoy comentamos en el club de lectura y cine de Granada Noir en Librería Picasso y arderá Troya. Otra vez. 

Jesús Lens