El hundimiento de House of Cards

¿Y si ser presidente de los Estados Unidos estuviera sobrevalorado? Partamos de esta premisa para hablar de la serie “House of cards”, cuya quinta temporada he devorado en los últimos días. Un auténtico empacho que me ha dejado una cierta acidez estomacal.

Para la mayoría de críticos de televisión, la serie “House of cards” empieza a hacer honor a su propio título, desmoronándose como el castillo de naipes al que se refiere el original en inglés.

 

Básicamente, dicen, los personajes de Frank y Claire Underwood son insostenibles -como si los asesinatos de Zoe Barnes o de Peter Russo no lo hubieran puesto de manifiesto, desde el principio de la serie- y ya cansan, convertidos en una parodia de sí mismos.

Es cierto que los guionistas y directores de la serie, empeñados en mostrar a los Underwood en la Casa Blanca como a las dos caras de una misma moneda, reflejándose el uno en el otro a modo de espejo; llegan a hacer piruetas formalistas y escorzos gestuales que pecan de teatralidad. Pero, más allá de eso, Frank y Claire son tan poco creíbles ahora como lo eran antes.

 

El camino del héroe siempre es más interesante cuando está en la carretera que cuando llega a su destino y, quizá por eso, desde que se instalaron en la ansiada Casa Blanca, los Underwood han perdido el favor de la crítica. Sin embargo, la quinta temporada de la serie nos ha ofrecido hilos argumentales lo suficientemente interesantes y atractivos como para que, quienes piden la eutanasia para la serie, se lo piensen dos veces.

 

En primer lugar, tenemos una trama sobre cómo los centros de datos y los robots influyen en el voto de los electores, partiendo de un depurado análisis del Big Data. ¿Les suena de algo? Pues la serie explica, con pelos y señales, cómo funciona el tinglado. Incluyendo las noticias falsas y los sistemas de espionaje de la NSA.

También hay un robo de elecciones en el que el nombre del mismísimo Al Gore no es tomado en vano. Y es que a mí, el tactismo de los Underwood y su encarnizada lucha por aferrarse al poder me parece muy de documental de La2. ¡Como lobos! ¡Como alimañas! Algo ciertamente salvaje.

 

Además, tenemos la guerra de Siria y los conflictos con un presidente ruso extremadamente autoritario, empeñado en influir en los asuntos internos de USA. Una Siria en la que se prevé un hipotético ataque con armas químicas, lo que obligaría a los EE.UU. a intervenir directamente en el conflicto. Lo cuál puede ser rentable -o no- electoralmente hablando. Y ése y solamente ése es el argumento que manejan los candidatos. El del rédito electoral.

 

El mismo rédito que daría la captura -o no- de un peligroso terrorista de un grupo tan parecido a ISIS que da miedo. Y es que la expresión “todo es política” nunca tuvo tanto -y tan siniestro- sentido como en “House of cards”. ¿Se acuerdan de este artículo de El Rincón Oscuro sobre cómo se retroalimentan la realidad y la ficción?

En el posible ataque con armas químicas en Homs se aprecia la larga mano de una agregada comercial que, interpretada por Patricia Clarkson, tiene gran protagonismo en la última entrega de “House of cards”. Una tipa siniestra que demuestra que, en democracia, los cargos más importantes no pasan necesariamente por las urnas.

House Of Cards Season 5

Y, si no, que le pregunten al otro nuevo gran personaje de la serie: Mark Usher, interpretado por Campbell Scott y cuyo parecido con Macron va más allá, mucho más allá de lo puramente físico. Y no tengo que recordarles que Macron, además de arrasar en las presidenciales francesas, ha conseguido la mayoría absoluta en las legislativas. ¡Él solito! Sin partido tradicional que le amparase.

Y luego está la otra gran trama de la serie. La que, para mi gusto, le da su grandeza: la periodística. Porque, desde el primer capítulo, la relación de amor-odio entre el periodismo y la política está en el centro de la historia. Primero fueron Frank y Zoe, utilizándose mutuamente. Y ya sabemos quién salió malparada de dicha entente, ¿verdad?

 

Después está Janine, la mentora de Zoe. Que su destino, por el momento, tampoco resulta de lo más prometedor. ¿Y qué me dicen de Lucas Goodwin? No. No es fácil la vida para los periodistas del Washington Herald. Menos mal que nos queda Tom Hammerschmidt, uno de los pocos que parece saber lo que se hace. Y cómo debe hacerse. Porque jugarse los cuartos con los Underwood…

 

Y están los lobistas. Y los congresistas. Y los viejos amigos de la infancia. Y los jefes de gabinete. Y ese novelista que tampoco tiene ni idea de dónde se ha metido. Porque “House of cards” es un inmenso universo repleto de planetas, estrellas y satélites que orbitan en torno a ellos.

Si los creadores y showrunners de “House of cards” son listos, deben convencer a los productores -entre los que están las propias estrellas de la serie, Kevin Spacey y Robin Wright- de dar más protagonismo a esos nuevos personajes e hilos argumentales. Son tan interesantes y preclaros, y están tan apegados a la actualidad, que impresionan su clarividencia y su capacidad de anticipación.

 

Si no, efectivamente, casi mejor retorcerle el pescuezo al culebrón, y evitar que siga retorciéndose sobre sí mismo.

 

Jesús Lens

Tánger Noir

Tánger es más, mucho más que una ciudad situada en el extremo norte de Marruecos, en el estrecho de Gibraltar y capital de la región Tánger-Tetuán, como la describe la Wikipedia.

Tánger es, además, un espacio mítico. Una construcción de la fantasía en la que el recuerdo y la mitología se dan la mano tras cada callejón de la Medina. Es una ciudad con una gran historia a sus espaldas que, además, está construida de mil y una historias y habitada por decenas y decenas de fantasioso narradores que, a la caída de la tarde, se concitan en el Café Hafa, para fumarse una shisha de frente al mar.

 

Tánger es un estado mental, necesario e imprescindible, al que es necesario regresar, una y otra vez. Y una vez más volver.

 

Los 250 kilómetros cuadrados de Tánger limitan, al norte, con el estrecho de Gibraltar, al este y sur con la provincia de Tetuán y al oeste con el océano Atlántico. Y esa especial disposición geográfica, en el extremo septentrional de un continente que representa la esencia del sur en que confluyen todos lo sures, le confiere su particular idiosincrasia desde los tiempos en que Hércules descansó en sus grutas, una vez que separó a Europa de África en el transcurso de sus míticos trabajos.

Tánger fue ciudad abierta, ciudad internacional e imán para artistas, escritores, músicos, cineastas y creadores de todo el mundo. Centro neurálgico de la bohemia, musa inspiradora para creadores de todo origen y condición.

 

Después, llegó la decadencia. El silencio. La melancolía. La añoranza. A decir de algunos. Para otros, sencillamente, llegó la realidad. Y, con la realidad, surgieron esas otras historias, negras y criminales, que huyen del fasto, del lujo y del oropel. Historias esquinadas que te sorprenden en un recodo del Zoco Chico, en una pensión de mala muerte o tratando de embarcar en una patera. Para asaltar los cielos, pero de otra manera.

 

Antonio Lozano, tangerino de nacimiento y afincado desde hace años en el municipio canario de Agüimes, sitúa en Tánger uno de los escenarios de su primera novela, “Harraga” (Zech Editorial), una de las obras pioneras de la narrativa española en hablar de las mafias de la inmigración. Harraga es el término con que se conoce a las personas que queman su documentación antes de subirse a las pateras, para evitar ser identificados en caso de detención. Una novela extraordinaria, rebosante de cruda sensibilidad, en la que sus protagonistas tienden puentes en Tánger y Granada. Puentes que, en este caso, no conducen a un destino prometedor.

Posteriormente, Antonio Lozano rindió tributo a su ciudad natal en “Un largo sueño en Tánger” (Almuzara), en la que se habla de una doble dimensión de la ciudad: la real y actual, y la nostálgica, soñada e improbable. La Tánger que, dicen, una vez fue.

Jon Arretxe es otro autor que, para escribir sus personales “Sueños de Tánger” (Ed. Erein) se trasladó durante varios meses a vivir al corazón de la medina, donde conoció de primera mano las turbulentas biografías de varias personas en las que se inspiró para escribir las historias de Moussa o de Fátima. Vidas al límite, condenadas a esconderse, a encontrarse y a perseguirse entre los callejones más esquivos de una ciudad con planos infinitos. Una ciudad que, para unos es un paraíso y, para otros, puede convertirse en un infierno.

Tánger. Puerto. Lugar de entrada. Lugar de salida. Lugar de parada. Lugar de residencia. Lugar de paso. Por ejemplo, para Sepúlveda, que se marchó de España hace quince, poniendo tierra de por medio con un divorcio tumultuoso y que, en el Instituto Cervantes tangerino encontró un oasis, algo parecido a un hogar. Tánger, a donde llega una capitán de la Guardia Civil, nadie sabe exactamente para qué. Tánger, donde trata de prosperar la bella y distinguida Adriana.

 

La Tánger que nos cuenta Javier Valenzuela en “Limones negros” (Anantes) es la más rabiosamente actual y contemporánea. La de los campos de golf, los resorts, las nuevas marinas y las prometedoras promociones inmobiliarias que están por hacer. Una Tánger a la que llegan los ecos y los regüeldos de la economía especulativa de una España que, en ocasiones, nunca está lo suficientemente lejos.

Tánger. La ciudad en la que aparece el cadáver de un joven y prometedor estudiante del Instituto Cervantes, estrangulado, para horror de su familia y de sus profesores. Una ciudad en que, a la vez, un famoso actor español juega al golf en un precioso campo de hierba verde que se quiere dar lustre y esplendor.

 

Son los contrastes de la ciudad contemporánea en la que, un mal día, con premeditación y alevosía, las máquinas excavadoras echan abajo los chiringuitos más canallas de la Tánger de toda la vida, para levantar en su lugar horteras centros de ocio para uso y disfrute de los millonarios saudíes que, con sus petrodólares, lo quieren cambiar todo. Y no necesariamente para mejor.

 

La Tánger de ayer y de hoy, en pleno proceso de gentrificación, es recorrida por un Sepúlveda que será nuestros ojos y nuestro guía a través de una de las ciudades más enigmáticas, atractivas y contradictorias del mundo. Un escenario ideal para el género negro ya que, como Los Ángeles, Nueva York, Bangkok, Madrid o Barcelona; hablamos de una ciudad con alma, capaz de abducir y devorar a sus hijos más o menos ilustres, conduciéndolos al lado más salvaje de la vida.

 

Tánger, una ciudad eterna. Una ciudad esencial. Una ciudad que no se termina nunca…

 

Jesús Lens

Terrorismo: ficción y realidad retroalimentadas

Hay una secuencia en la pésima nueva entrega de la mítica serie “24” en la que un coche cargado de bombas explota en mitad de un puente atestado de tráfico. Ocurría al final de un episodio y la cámara se alejaba en una toma aérea, mostrando la dimensión más colosal del asunto: el puente partido en dos, el humo, el caos…

Me pareció una secuencia respetuosa con el espectador, al no centrarse en los efectos más brutales, cercanos y perceptibles del atentado: personas heridas y ensangrentadas, gritos, fuego, metal retorcido, cadáveres quemados tendidos sobre el asfalto, cuerpos desmembrados… No es que esperara que una serie de estas características fuera a mostrar escenas gore, pero me resultó llamativo que, al comenzar el siguiente episodio, nos enteráramos del número de muertos y heridos por las desapasionadas informaciones que desgranaba un noticiero de televisión, sin que en ningún momento se vieran en pantalla los resultados del atentado.

Y entonces me acordé de un magistral artículo de Jesús Ferrero titulado “Terror, relato y espectáculo” en el que, partiendo del filósofo Peter Sloterdijk, se vincula el terrorismo con la cultura del entretenimiento.

 

Hablando de los atentados reales que, por desgracia, están sacudiendo Europa de forma recurrente en los últimos años, señala Ferrero que el espectáculo que ofrecen las imágenes de televisión es muy pobre, visualmente hablando. Son secuencias deslavazadas, mal enfocadas, confusas y, por lo general, apenas muestran nada. Sin embargo, no dejamos de mirarlas, hipnotizados. Sobre todo, las imágenes de las personas heridas, de los cuerpos tendidos, de los efectos más perceptibles de los atentados.

¿Qué tienen esas imágenes para mantenernos fijos frente a una pantalla, viéndolas en bucle, una y otra vez? Para Ferrero, el secreto está en la narración que, de las mismas, se va construyendo a través de la información que recibimos. La clave está en el relato que se va elaborando.

 

Un relato -y esto ya es una opinión personal mía- que también construimos gracias al creciente número de series y películas que hemos visto sobre terrorismo islamista y en las que sí aparece ese espectáculo del que adolece la realidad. Si hemos visto “24”, por seguir con el mismo ejemplo, y contemplamos en un telediario o en la web de un periódico un puñado de imágenes de un atentado capturadas con un teléfono móvil, el relato de lo que nos cuentan las noticias lo completamos, visualmente, con las vívidas imágenes que el cine y la televisión nos han mostrado mil y una veces.

Realidad y ficción, ficción y realidad se retroalimentan de tal manera que, durante la emisión de la quinta temporada de “Homeland”, algunos episodios comenzaban con la advertencia de que las imágenes podrían herir la sensibilidad del espectador. Y no por su crudeza, sino porque la historia que contaba -la preparación de un atentado islamista en Berlín- coincidió con los atentados de París. Y la similitud de ambas tramas, la real y la de ficción, resultaba ser extraordinaria. Lo que, por supuesto, era aterrador.

En Hollywood, el Estado Islámico y Daesh son el nuevo gran enemigo, protagonizando algunas de las series de más rabiosa actualidad y que más seguimiento tienen. Además de las mencionadas “24” y “Homeland”, están el meollo argumental de “House of cards”. Y, en todas ellas, el personaje del presidente de los Estados Unidos tiene una enorme importancia. Lo que, teniendo en cuenta quién es el nuevo inquilino de la Casa Blanca, no deja de ser sintomático.

El caso es que, hoy, el enemigo público número 1 es el terrorista islamista radical. Y una oportunidad como ésa, la Meca del Cine no la va a dejar pasar. Lo señala Ted Johnson, redactor Jefe de la revista Variety: “El Daesh y el miedo venden. Y eso Hollywood lo sabe muy bien. Es mucho más difícil vender las películas que dan una visión un poco más matizada. El criterio número uno es: ¿se puede ganar dinero con ella? Y esa es la pregunta más habitual de Hollywood”.

Y ahí es donde podemos empezar a tener problemas, como bien señala Asiem El Difraoui, historiador de la propaganda yihadista: “El problema no es que Hollywood se apropie del Daesh. El problema va a ser cómo Hollywood se apropia del Daesh. Si la gente es capaz de verlo de una manera en que no se estigmatice a los musulmanes, sino que se consiga explicar lo que alimenta al Daesh; puede ser beneficioso. Pero me temo que no va a ser el caso y que este tipo de películas va a contribuir a dividir más a nuestro mundo”.

 

Así, no es de extrañar que el profesor y ensayista Jack G. Shaheen diga, literalmente y hablando de “Homeland”, que no la puede ver. “Es como la serie “24” con adultos educados. Se han vuelto tan sofisticados… han disimulado el estereotipo mejor que nadie. Básicamente dicen: no son del todo malos, pero siguen siendo malos”. Habla, por supuesto, de los personajes musulmanes, dibujados con trazo grueso en cada vez más películas, series y novelas, lo que contribuye enormemente a una islamofobia cada vez más global, cada vez menos sofisticada.

El gran problema es que los esquemas de Hollywood, sus producciones, su forma de narrar; están siendo perfectamente replicados por el enemigo. Por el Estado Islámico, tal y como nos cuenta un documental esencial, “Terror Studios”, del que he extraído los entrecomillados anteriores. Un documental estremecedor que el lector debe ver a la mayor brevedad.

Se lo aconsejo vivamente. No solo porque volveremos muy pronto sobre él, sino también porque es uno de los ejemplos más claros de que el cine y la televisión son poderosas herramientas transformadoras de la realidad, yendo mucho más allá del puro y simple divertimento.

 

Jesús Lens

Esteban Navarro, policía y escritor

Hace unos días tuve la ocasión de conversar con una agente de la Guardia Civil que trabaja en la UCO, nada menos. Entre otros temas, charlamos de literatura. Y me confirmó lo que todo el mundo sabe: que el Cuerpo adora a Lorenzo Silva, creador de los personajes Bevilacqua y Chamorro y autor de un puñado de excelentes novelas que han contribuido a desmontar tópicos sobre la Guardia Civil, acercando su labor a miles y miles de lectores.

El impacto de las novelas de Lorenzo Silva ha sido tal que el 15 de noviembre de 2010 fue distinguido como Guardia Civil Honorario por su contribución a la imagen del Cuerpo. ¡Para que luego digan que la literatura policíaca es un mero entretenimiento sin trascendencia alguna!

 

Coincidió dicha conversación con una noticia que nos ha dejado estupefactos a los lectores españoles aficionados al Noir: el expediente abierto a Esteban Navarro, agente de la Policía Nacional, por su labor como escritor de novelas policíacas.

Escándalo internacional

Navarro, que fue finalista del mismísimo Premio Nadal en 2013 son su novela “La noche de los peones”, nunca ha cobrado por participar en presentaciones de libros o en festivales literarios dedicados al género negro y, en sus novelas, la imagen de la Policía Nacional es positiva y sale reforzada.

 

Destinado en Huesca desde hace muchos años, Esteban Navarro ha colaborado en la organización de un festival como es Aragón Negro y siempre ha sido un activista de la cultura, lo que contribuye a dar una visión moderna y comprometida de la Policía.

 

Paradójicamente -¿o no tanto?- la denuncia que ha motivado la apertura del expediente disciplinario ha partido de la propia comisaría en la que trabaja Navarro. Una denuncia que cuestiona si el autor se aprovecha de su condición de policía para promocionar sus obras y si su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja.

En los tiempos de las redes sociales, internet, transparencia, big data, modernidad líquida, etcétera, etcétera, la primer parte de la denuncia me parece absolutamente gratuita. Ese “aprovecharse” carece de cualquier sentido. Somos lo que hacemos, para bien o para mal. Y la doble condición de policía y escritor, en alguien como Esteban Navarro, se refuerzan y se retroalimentan.

 

Además, insisto, Esteban Navarro nunca ha cobrado por dar charlas, participar en mesas redondas o presentar sus libros. Y, créanme, de la venta de libros, en este país, viven cuatro o cinco escritores, no más. Eso, tirando por lo alto.

 

Y lo que resulta inadmisible es lo de que su actividad literaria perjudica al cuerpo para el que trabaja. Eso solo lo puede sostener quien no haya leído su obra.

 

No sé en qué quedará esta acusación contra Esteban Navarro, pero me parece intolerable. Máxime cuando la Policía Nacional tiene programas de acercamiento a la sociedad para hacerse querer, además de respetar. Por ejemplo, esos carnés de Policía Infantil tan simpáticos y coquetos que regalan a los pequeñuelos que visitan las instalaciones de la Policía o cuándo ésta va a los colegios, a hablar de protección y seguridad.

En España, afortunadamente, cada vez hay más policías que escriben. Escriben ensayos y novelas. Libros que pueden o no estar basados en casos en los que los autores han participado o de los que tienen conocimiento directo. Libros que, por lo general, exudan realismo y conocimiento. Y lo que cuentan estos policías escritores, siempre respetando la confidencialidad y el deber de secreto a que están obligados, resulta especialmente creíble y atractivo a los lectores.

 

Una de las quejas más habituales que les escucho a mis amigos policías es que el cine y la televisión mienten como bellacos, lo que provoca que la gente tenga una idea falsa y distorsionada sobre cómo se conduce una investigación policial. ¿No resulta paradójico que, a la vez, se denuncie a un policía que escribe novelas, de forma seria, documentada y rigurosa, por perjudicar al Cuerpo en que trabaja? ¿En que quedamos?

 

El caso de Esteban Navarro ha calado en el mundo del noir hasta el punto de que los Comisarios de los distintos Festivales dedicados el género negro en España hemos suscrito este comunicado de apoyo al autor. Dice así:

A lo largo de las ediciones de los distintos festivales representados por este colectivo, hemos tenido la posibilidad de conocer al autor Esteban Navarro, quien ha asistido a las jornadas de muchos de ellos siempre con una excelente disposición tanto para la difusión de la literatura en general como del género negro en particular, llegando incluso a organizar algunas ediciones de Aragón Negro.

 

De igual modo, el citado autor, a lo largo de sus intervenciones, charlas y presentaciones, no ha hecho más que ofrecer una imagen respetuosa de las fuerzas del orden, sin menoscabar nunca la imagen de la Policía Nacional, y sin aprovecharse en ningún momento de su condición de miembro de la misma. Más bien ha contribuido, al igual que otros compañeros de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que también escriben novela negra, a normalizar y dignificar el desempeño de su labor profesional entre el público lector.

 

Por ello manifestamos nuestra más enérgica repulsa hacia la denuncia formulada contra dicho autor, en la que se alega que se ha beneficiado de su puesto, por ser miembro del Cuerpo Nacional de Policía, para promocionar sus libros y aumentar las ventas de los mismos. Al mismo tiempo, queremos alertar sobre actitudes como ésta, que suponen un ataque muy peligroso a la libertad de expresión y de creación de todos cuantos nos dedicamos, de una manera o de otra, a la difusión de la literatura en nuestra sociedad.

 

Jesús Lens

Juan Madrid y los perros que muerden

Juan Madrid está de vuelta. Y no ha venido solo. En su nueva cita con las librerías y con los lectores, está acompañado por un puñado de perros. Que él dice que duermen. Pero no. Son perros fieros que gruñen y ladran. Perros que muerden.

Hace unos meses, en Getafe Negro, tras la presentación de la extraordinaria novela de Andrés Pérez Domínguez estuve hablando con la gente de Alianza Editorial, que se mostró completamente entusiasmada con el nuevo libro de Juan Madrid. Que era un tocho gordo, me dijeron. De cerca de quinientas páginas. Y que era una de las grandes obras de uno de los maestros del noir español.

Por cuestiones de fuerza mayor, el lanzamiento de “Perros que duermen” se ha retrasado unos cuantos meses, que la enfermedad sorprendió a Juan justo en el momento en que se preparaba la primera edición. “Una enfermedad te puede impedir escribir e incluso matarte y es un fastidio. No conozco nada peor”, ha declarado un Juan Madrid felizmente recuperado.

Por fortuna y desde hace unos días, “Perros que duermen” ya está en librerías. ¡Y qué razón tenían los editores de Alianza! Efectivamente, estamos ante una de las obras capitales de Juan Madrid, lo que es tanto como decir que estamos ante una de las obras capitales de la narrativa española contemporánea.

 

Tras varias novelas en las que Juan ha escrito sobre algunas de las lacras de la sociedad contemporánea, de la burbuja inmobiliaria y las políticas especulativas a la gentrificación –mucho antes de que ese horrible nombre se hiciera popular en los medios de comunicación- y a la corrupción; en “Perros que duermen”, el autor vuelve su mirada al pasado. A nuestro pasado. Al pasado de la historia de España.

Por mucho que algunos se obstinen en olvidar y enterrar, hay heridas del pasado que siguen supurando y que, mientras no se curen, jamás podrán cicatrizar. Como señala el autor: “Necesitaba contar esta historia. Se lo debía a mis padres, que lucharon en la guerra y me transmitieron sus sueños. Estuve más de dos años trabajando en ella, aún creo que no he terminado de escribirla. Ahora hay sombras por todas partes y muchas de ellas generadas en la guerra. Otras son de ahora, pero nacieron antes. Este es un país de sombras”.

 

De esas heridas y de esas sombras habla Juan en una novela que abarca un arco temporal que ocupa los años de la Guerra Civil y el primer periodo de la posguerra, cuando todavía había esperanzas de que el contexto internacional influyese en España, mientras los franquistas y la Falange se enzarzaron en una guerra sin cuartel por el control del gobierno.

Los protagonistas de “Perros que duermen” son, por una parte, Juan Delforo hijo, uno de los personajes recurrentes en la narrativa de Juan Madrid, a través del que ha construido una metaliteratura muy interesante, y Juan Delforo padre, un militar republicano que luchó en la defensa de Madrid y que es detenido y condenado a muerte, al final de la guerra.

 

Por otra parte está Dimas Prado, un falangista al que se encarga la investigación de un salvaje asesinato, en el Burgos de 1938: un jerarca de los nacionales ha asesinado a una prostituta y, después, se ha ensañado con el cadáver. Prado investigará dicho crimen y, posteriormente, intervendrá para evitar el fusilamiento de Delforo.

 

A partir de ahí, Juan Madrid traza un fresco, gris y sombrío, sobre unos años de plomo en los que todo fue desesperanza, miseria, dolor y podredumbre, física y moral. Años en los que a algunos solo les quedó la resistencia, como actitud vital.

“Perros que duermen” es una novela que narra, con la fuerza arrebatadora que caracteriza la prosa de Juan Madrid, los años de plomo del siglo XX español. Una novela en la que las balas siembran de cadáveres buena parte de sus páginas y en la que la investigación de un asesinato, durante lo peor del horror, se convierte en perfecta metáfora de la locura.

 

Como metafóricos son los perros a los que alude Juan Madrid en el evocador título de su novela. Esos perros que duermen, pero que, en cuanto te descuidas, muerden.

 

Jesús Lens