Y la saga continúa…

Vuelve Carvalho. ¡Normal que un notición de ese calado se convirtiera en Trending Topic y que abriera las secciones culturales de los medios de comunicación! Menos impacto mediático tuvo, sin embargo, otro regreso muy especial. Y es que también vuelve Méndez, el atípico policía creado por el inmortal Francisco González Ledesma. En unas semanas llegará a las librerías “Llámame Méndez”, novela publicada por Planeta y escrita por Victoria González Torralba, periodista de profesión e hija del Jefe de la Banda, como se conocía a FGL entre los aficionados al Noir.

En este caso, la nueva historia protagonizada por Ricardo Méndez será una precuela que nos llevará a la Barcelona de posguerra, allá por los años 40 del pasado siglo. Y Méndez no estará todavía de vuelta de todo, que solo contará con 17 añitos de edad.

 

Para Victoria, volver al personaje de Méndez ha sido algo casi natural, dado que ya ayudó a su padre con el final de la última novela protagonizada por ese policía tan insobornable como negado para las nuevas tecnologías, “Peores maneras de morir”. De hecho, Victoria había comenzado a escribirlo antes del fallecimiento de FGL, a modo de homenaje a los años de formación de su padre, en aquella España gris, oscura y desangelada.

Vuelve Méndez y vuelve Carvalho. ¡Claro que sí! Y no porque se haya encontrado, escondido en un cajón, un misterioso manuscrito con una novela inédita de Manuel Vázquez Montalbán, sino que lo hará de la mano de otro autor que ama, vive, conoce y escribe la ciudad de Barcelona: Carlos Zanón.

 

Pocas decisiones tan acertadas como la de poner en manos de Zanón a uno de los personajes más reconocidos de la literatura española de los últimos cuarenta años. Y es que el autor nacido en Barcelona en 1966 y cuya novela “Yo fui Johnny Thunders” arrasó con todos los premios del 2015, es el más indicado para actualizar al personaje de Carvalho.

De momento, apenas ha trascendido nada sobre la nueva aventura carvalhiana: que la trama se desarrollará en la Barcelona contemporánea de la que es alcaldesa Ada Colau, que el detective seguirá quemando libros en sus ratos libres y que, de momento, no tiene cuenta en Instagram para compartir esos platos a los que su Yo-gourmet es tan aficionado.

 

Por todo ello, y a la espera de que regrese Méndez, el próximo marzo y de que febrero de 2018, cuando presumiblemente se publicará la nueva novela de Pepe Carvalho, ¿qué tal si repasamos algunas resurrecciones de personajes famosos de la literatura?

 

Muy polémica fue la vuelta a la vida de un personaje más reciente, pero igualmente popular en el Noir de los últimos años: Lisbeth Salander. Desde la publicación de “Los hombres que no amaban a las mujeres”, las novelas de la saga Millenium vendieron millones de ejemplares en todo el mundo. Su autor, Stieg Larsson, era una bomba (médica) de relojería que bebía café como si fuera agua y fumaba compulsivamente. Hasta que el 9 de noviembre de 2004, su corazón dijo basta, dejando inconcluso un proyecto literario de largo alcance.

Entonces comenzaron los problemas con la herencia entre su compañera sentimental, por una parte, y su padre y su hermano, por otra. Fueron ellos los que se llevaron el gato al agua. Y los que encontraron, esta vez sí, un manuscrito con un puñado de páginas escritas por Larsson, en las que continuaban las andanzas de su personaje por antonomasia, Lisbeth Salander.

 

El encargado de dar continuidad a sus aventuras fue David Lagercrantz, periodista y (supuesto) autor de bestsellers cuya obra más conocida hasta la fecha era… la biografía del futbolista Zlatan Ibrahimovic. “Lo que no te mata te hace más fuerte”, que fue como se tituló la cuarta entrega de la saga Millenium, pasó sin pena ni gloria, cosechando bastantes malas críticas y, en general, provocando una general indiferencia.

 

Otra resurrección muy sonada fue la de, nada más y nada menos, Philip Marlowe, el mítico detective privado creado por Raymond Chandler en los años 40 y 50 del pasado siglo. ¿Cómo volver sobre uno de los padres fundadores del Noir, cuyas historias han sido llevadas al cine en diversas ocasiones? ¿Cómo abordar a Philip Marlowe, desde el siglo XXI, tras haber sido interpretado en pantalla por actores de la talla de Humphrey Bogart, Robert Mitchum o Elliott Gould?

Fue nada más y nada menos que el irlandés John Banville el autor que aceptó el reto. Y lo hizo desde la libertad creativa más total y absoluta aunque, como señalara en el momento de la publicación de “La rubia de los ojos negros”, en la novela negra siempre debe haber un crimen, y eso restringe bastante al autor. Pero lo importante, al final, era inventar y reinventar Los Ángeles, tal y como hizo Chandler. Y como volvió a hacer un autor consagrado que publica sus novelas policíacas bajo el pseudónimo de Benjamin Black.

 

¿Por qué volver a Marlowe? Banville lo tiene claro: era un caballero en un mundo violento, un héroe que creía en un determinado tipo de justicia y que, en unos tiempos en los que la novela negra es cada vez más violenta y sangrienta, necesita ser redescubierto por los lectores más jóvenes.

 

Podríamos hablar de las resurreciones de 007, que contó con padres putativos como Kingsley Amis, Christopher Wood o, más recientemente, William Boyd. O de Hércules Poirot, que lo hizo de la mano de Sophie Hannah en “Los crímenes del monograma”, publicada en 2014.

Pero queremos terminar recordando que, tras filmar “El Padrino 3”, Mario Puzo, autor de los guiones de la trilogía y de la novela original, alentaba a los productores a filmar una cuarta parte, cuya acción transcurriría entre los años 20 y 40 del pasado siglo, con Sonny Corleone como protagonista. Y aquí lo dejamos… de momento.

 

Jesús Lens

El Quinqui Noir

Le preguntaban hace unos días a los directores nominados al Goya de este año por sus influencias más reconocibles y, al menos dos de ellos, hablaban de Carlos Saura y de películas como “Deprisa, deprisa”.

¡Qué tiempos, los del Torete y el Vaquilla! ¿Se acuerdan? Películas como “Navajeros” y “El pico” se convirtieron en hitos de taquilla con su naturalismo descarnado, su violencia explícita y aquellos actores no profesionales que se interpretaban a sí mismos chutándose heroína, conduciendo coches robados, pegando navajazos y refugiándose en el barrio.

 

Historias de atracos y jeringuillas, de maderos y palizas. De descampados y chabolas. Historias de supervivientes que creíamos haber dejado atrás en la España europea y posmoderna del siglo XXI. Pero que la literatura se ha empeñado en recuperar. Felizmente, por supuesto.

I CULT EXPOSICION QUINQUIS DE LOS 80 exposición Quinquis dels ’80, del CCCB.

Uno de los culpables de la resurrección del fenómeno es Francisco Gómez Escribano, una de las voces más originales del policial español y padre de este Quinqui Noir del siglo XXI.

 

Su novela más reciente, “Manguis”, está publicada por Erein y comienza con un duelo a navaja, en un descampado. Estamos en 1972, en el madrileño barrio de Canillejas. Pero la secuencia podría pertenecer igual a un western que a una historia de bandoleros.

El Torre. Una leyenda en el barrio. Un tipo duro, hecho a sí mismo desde que dejó el pueblo y se instaló en los arrabales de la capital. Un tipo listo y con buen ojo para los negocios. Frío. Valiente y decidido. Y Fores, uno de esos polis de los de antes que, quizá, se haya quedado obsoleto. Por sus métodos. Por sus formas… y hasta por los cigarrillos que fuma. Y por los lingotazos que me mete.

 

Porque los personajes de “Manguis” fuman Celtas cortos cuyas apestosas colillas terminan aplastadas en ceniceros de Cinzano mientras apuran un DYK con cola. Tipos para los que el colmo del glamour es bañarse en Varón Dandy y asomarse a la barra del Venus, a mirar el género.

Fuman, beben, follan, se drogan, trapichean, roban coches y, de vez en cuando, hacen por pegar un palo gordo. Uno de esos palos que dejan huella. Un palo que, quizá, les permita salir del barrio de una vez y para siempre.

 

Le preguntamos a Paco Gómez Escribano por el origen de este Quinqui Noir: “En realidad, cuando decidí escribir novela negra, estuve mucho tiempo pensando en si inventarme a un policía, a un detective o incluso a un cobrador de deudas. Di muchas vueltas por el barrio hasta que me di cuenta de que lo tenía delante. Si a esto añades que siempre me moló más la crook story que otra cosa, el cóctel estaba servido. Entonces escribí “Yonqui”, una historia contada en primera persona por el protagonista. Creí que no lo publicarían, básicamente por el lenguaje y por la crudeza, pero apareció Erein. La novela transcurría entre los años 78 y 82. Después hice “Lumpen», que es más actual. Y luego vino “Manguis». En realidad me he dado cuenta de que lo que estoy haciendo es radiografiar la cara B del barrio en distintas épocas”.

Otro autor que ha optado por el género quinqui es Montero Glez., que ganó el Premio Logroño de novela por “Talco y bronce”, publicada por la editorial Algaida, una historia con dos elementos fundamentales: droga y atracos. Y, de fondo, una sombra: Santiago Corella, “El Nani”, el primer desaparecido de la democracia.

 

El Quinqui Noir pone el acento, también, en la Transición. Que no fue tan modélica como nos gusta creer, habiendo dejado muchos cadáveres a su paso, tras arrojar a la marginalidad a miles de jóvenes que, sin esperanzas, ardieron al calor de las papelinas, consumidos por la heroína.

 

¿Y ahora? ¿Es posible que, con la crisis, se reproduzca el fenómeno quinqui en la sociedad contemporánea? Gómez Escribano no lo ve claro: “Yo creo que no. Al menos no de la misma manera. El paisaje urbano y social ha cambiado totalmente. Nosotros teníamos descampados, barro y oscuridad -no había farolas-. No teníamos Internet, ni móviles, ni tropecientos canales de televisión. Ahora todo es distinto. La mayoría de la generación de nuestros padres era analfabeta. El tipo de delincuencia actual es otro. Curiosamente ahora, lo que hay entre los jóvenes, es un analfabetismo cultural, cosa que a nosotros no nos ocurría. Nos gustaba el cine, la música, la lectura, etcétera. Y eso nos moldeaba.

Hoy, los potenciales delincuentes son hijos de padres que han estudiado, generalmente más cultos que sus hijos. Nuestros padres vinieron de los pueblos con una tartera y un trozo de tocino dentro, mendigando trabajos de mierda e infraviviendas, cuando no prefabricados o chabolas, y tenían un carácter servil, unas raíces, etcétera. Todo ha cambiado mucho”.

Un tema importante: la inmigración, las pandillas y las Maras, ¿pueden ser equiparables al fenómeno quinqui o son la traslación de un fenómeno centroamericano a otro entorno?

 

Gómez Escribano también lo tiene claro: “Yo creo que es una traslación de las pandillas a nuestro entorno, nada que ver con el quinquismo autóctono. Date cuenta que el mal llamado rollo quinqui nace de la heroína. Un chaval se levantaba y más le valía tener un pico preparado. Si no, no podía atarse ni las zapatillas. Se les llamó quinquis, pero los quinquis eran otra cosa, un grupo social, que no étnico, como los gitanos, que existían desde siempre. La gente se adueñó de la palabra para designar a la delincuencia juvenil. Ya te digo que las maras y todo ese rollo son otra cosa”. Así las cosas, ya saben: lean “Manguis”, si les gustan los viajes en el tiempo.

 

Jesús Lens

Leonardo Padura y el Noir caribeño

Lo dice Jorge Perugorría, hablando de la adaptación a las pantallas de la tetralogía de Leonardo Padura: “Durante la grabación bromeábamos con que habíamos creado un nuevo género: el noir caribeño. Y de hecho lo es. Esta serie retrata La Habana de una forma espectacular, sobre todo los barrios decadentes que no suelen salir en el cine. La Habana es una protagonista más”. Y de ello hablo en la entrega semanal de El Rincón Oscuro, en IDEAL.

Pantallas, sí. No pantalla. Porque las cuatro novelas de Leonardo Padura que conforman la Tetralogía de las Cuatro Estaciones han sido adaptadas al doble formato de cine y televisión.

 

Así, a finales del pasado verano se estrenó “Vientos de La Habana”, la película dirigida por Félix Viscarret y en la que Perugorría da vida a Mario Conde, el personaje por antonomasia de la narrativa noir de Leonardo Padura, quien también fue coautor del guion. Un estreno casi clandestino… tras el que casi nadie vio la película.

Película rescatada en la recién terminada tercera edición de Pamplona Negra, el más madrugador de los festivales de género policíaco de España y que, dirigido por Carlos Bassas del Rey, se ha convertido en la más innovadora y original de todas las citas noir de nuestro país. Y allí estuvimos, hablando de Padura y de La Habana, aprovechando que está a punto de estrenarse la serie de televisión, “Cuatro Estaciones de La Habana”, con el mismo equipo técnico y artístico de la película.

 

Llega, por tanto, la primera gran producción internacional que ha podido filmarse en La Habana, con todos los permisos en regla. Un rodaje a lo grande, en las calles y los barrios de la capital cubana, que permite mostrar el auténtico rostro de la vapuleada Puerta de las Américas, tal y como la denominó el escritor Amir Valle en el maravilloso libro publicado por la editorial granadina ALMED.

Y, sin embargo, La Habana que nos cuenta Padura a través del policía Mario Conde, no es la de ahora, La Habana contemporánea que las recuperadas relaciones entre Obama y Castro tratan de sacar de su ostracismo. La Habana en la que Mario Conde conoce a Karina, interpretada por Juana Acosta, es la depauperada ciudad que, a comienzos de los 90, tuvo que sobrevivir al conocido como Período Especial.

 

Y es que, tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, las cosas se terminaron de joder en Cuba. La economía, completamente dependiente de los países del otro lado del Telón de Acero, se vino abajo y la sociedad cubana se vio inmersa en una crisis sin precedentes ni parangón.

 

A todo ello hay que sumar el desconcierto que había provocado la resolución de dos procesos conocidos como Causas 1 y 2/89, en las que fueron juzgados y condenados altos mandos del ejército cubano y otros prebostes del gobierno -incluyendo a un ministro- por delitos como corrupción, tráfico de drogas y traición a la patria.

El escritor Leonardo Padura, tras haber publicado una primera novela a comienzos de los 80, llevaba varios años centrado en su labor periodística, trabajando en largos reportajes sobre historia y cultura. Pero en 1989 ya estaba cansado y deseaba recuperar su trayectoria como novelista, forzosamente aparcada “por causas de fuerza mayor”.

 

Paradójicamente, su destino terminó de sellarlo una invitación a participar en un encuentro de escritores noir que se celebró en México, en octubre de ese 1989, el año en que todo cambió. “Viajé a México por primera vez, curiosamente como invitado a un encuentro de autores de novelas policíacas, cuando yo todavía no había escrito ninguna novela policíaca, aunque sí abundantes críticas y artículos sobre ese género”, declararía posteriormente.

A la vuelta de aquel viaje, Padura pudo, por fin, dar un paso al lado como periodista: el gobierno le encomendó la jefatura de redacción de “La Gaceta de Cuba”, una publicación cultural de periodicidad mensual que le permitió volver a dedicar parte de su tiempo, esfuerzo y talento a la narrativa.

 

Fue entonces cuando Leonardo Padura decidió que el género policíaco era el más indicado para contar lo que estaba pasando en Cuba. “Escribir una novela policiaca puede convertirse en un ejercicio estético de mayor responsabilidad y complejidad de lo que uno puede esperar en un género narrativo muchas veces calificado -y con razón- de literatura de evasión y entretenimiento… Es factible, por ejemplo, escribir una novela policíaca solo para contar cómo se descubre la misteriosa identidad de un asesino que ha cometido un crimen. Pero, además, puede proponerse indagar en profundidad en las circunstancias (contexto, sociedad, época) en que el asesino cometió el crimen”.

¡Ese es el noir que nos gusta a nosotros! El género negro que, más allá de descubrir al culpable, trata de explicar el porqué de sus crímenes, el contexto en el que se producen y las razones conducentes a cometerlos. Porque el delincuente es, también, hijo de su tiempo. Y las buenas historias negro-criminales deben escarbar en esa bastarda paternidad.

 

Jesús Lens

Acero, polonio, memorias y espías

¿Están siguiendo ustedes las informaciones sobre los ciberataques rusos a los Estados Unidos, la campaña contra Hillary y el posible chantaje al que Moscú estaría sometiendo a Ronald Trump?

Hoy, en IDEAL

En ese caso, les sonará el nombre de Christopher Steele, un antiguo miembro del MI6 que el pasado miércoles huyó de su casa a toda velocidad. Fue tan precipitada su marcha que, llevándose a su familia consigo, dejó el gato a sus vecinos, para que lo cuidaran y le dieran de comer durante su ausencia.

Sede del MI6 junto la Támesis, en Londres

Pero, ¿quién es este tipo y qué le ha hecho huir de esa manera? Christopher Steele es un ciudadano inglés de 52 años que, durante mucho tiempo, trabajó para los servicios secretos británicos. Un espía, vamos. Steele está retirado. En teoría. Porque, en 2009, fundó  Orbis Business Intelligence Ltd., una consultoría de la que es cliente… el gobierno de Su Majestad y cuya web afirma disponer de “recursos de investigación sofisticados para empresas”. (https://orbisbi.com)*

Sede de Orbite Bussiness Intelligence

Y este Christopher Steele, tipo de carácter templado como el acero de su apellido, es el autor del célebre informe de 35 páginas que habla de esas cosillas que comentábamos al inicio de este artículo y que fue hecho público por la CNN el martes anterior a la precipitada huida de Steele.

 

De todo el informe, que incluye una serie de gravísimas acusaciones, lo que más bromas y comentarios está provocando es lo de Trump, la habitación del hotel moscovita en que habían dormido los Obama con anterioridad y las señoritas de vida alegre que practicaron una vindicativa lluvia dorada en la suite.

Esta NO es ESA habitación

Si un escritor incluyera un capítulo semejante en una de sus novelas, despertaría todo tipo de suspicacias acerca de la verosimilitud del argumento, recibiendo severas críticas que cuestionarían… su salud mental. Porque no me digan si la historia no tiene delito.

 

Pero no obviemos el hecho de que Steele se haya dado a la fuga para ponerse al amparo del gobierno británico, aterrorizado por las consecuencias de la divulgación de su informe. Y es que nadie olvida la imagen de Aleksandr Litvinenko, agonizando en la cama del hospital tras haber sido envenenado con polonio-210.

Litvinenko fue un agente del KGB especializado en la lucha contra el crimen organizado que, en 1998, denunció a sus superiores, acusándoles de haber ordenado el asesinato de un magnate ruso: Boris Berezovski. El espía fue detenido por haberse excedido en las atribuciones de su cargo y tras varios avatares, fue puesto en libertad, momento que aprovechó para instalarse en Londres, donde trabajó como periodista, escritor y… consultor de los servicios de inteligencia británica.

Alexander Litvinenko, presentando uno de sus libros

El 1 de noviembre de 2006, cuando ya había publicado dos libros sobre el funcionamiento de los servicios secretos rusos, se sintió súbitamente enfermo. Fue al hospital… y ya no volvió a salir: el 23 de noviembre se certificaba su muerte, convirtiéndose en la primera víctima letal de polonio. Así las cosas, ¿es o no es razonable que Christopher Steele se haya evaporado?

 

En España apenas se ha publicado nada de la obra de y sobre Litvinenko. Pero sí hay dos libros muy recientes que hablan de las relaciones entre el mundo del espionaje y el de la literatura: las memorias de dos consumados novelistas especializados en thrillers, servicios secretos y agentes dobles: John le Carré y Frederic Forsyth.

Si han leído ustedes alguna de sus novelas convendrán conmigo en que más allá de las tramas, la acción y la resolución de los enigmas, lo realmente apasionante es cómo dichos escritores conocen los entresijos del mundo del espionaje, la psicología de los espías y sus técnicas y añagazas.

 

En “Volar en círculos”, John Le Carré reconoce que a sus antiguos jefes les irritó sobremanera la composición de algunos de sus personajes literarios, por estar demasiado basados en ejemplos reales. Lo que no es de extrañar dado que el propio Le Carré fue espía en Bonn, en los tiempos de la Guerra Fría. Y aplicó buena parte de lo que aprendió, vio y vivió a una novela, “El espía que surgió del frío”, que fue publicada en 1963 y cosechó un gran éxito, permitiendo a su autor dedicarse en exclusiva a la escritura.

Pasos para ingresar en el MI6

En sus memorias, sin embargo, John Le Carré pasa de puntillas sobre aquellos años en Alemania, para no perjudicar a ningún antiguo compañero, colaborador o informante: por mucho tiempo que haya pasado, hay historias que nunca se olvidan.

 

Frederic Forsyth, en sus memorias, publicadas con el título de “El intruso”, también reconoce que ha trabajado para el MI6. En su caso, en su condición de escritor. Forsyth fue contratado por Reuters y con 23 años ya estaba en París, en los años de la OAS y los atentados contra De Gaulle. Y, a los 25, en Alemania. En Berlín, nada menos. Posteriormente pasó a la BBC, pero el tratamiento que su país dio a la guerra de Biafra le hizo convertirse en periodista free lance y, desde los 35 años, en escritor.

Y fue a partir de ahí cuando echó una mano a los servicios secretos de su país. Nada especialmente complicado o comprometido: recoger un paquete por aquí, dejar caer unas palabras por allá… Y es que, en su condición de novelista que ha de documentarse para sus complejas tramas, a nadie sorprendía que viajara a países tan improbables como Somalia, por ejemplo. Y una vez allí…

 

Volvamos al presente. ¿Escribirá Steele sus memorias alguna vez? ¿Una novela? Ya se verá. Pero no podemos terminar estas notas sin apuntar que otro informe que Orbis Business Intelligence Ltd. pasó al MI6 está relacionado con el Mundial de fútbol de Rusia 2018. Ahí lo dejamos.

(*)Orbis Business Intelligence Ltd., la empresa de Christopher Steele, tiene perfil en Linkedin, por si a algún lector le seduce la idea de tratar de incorporarse a un mundo tan apasionante como peligroso.

 

Jesús Lens

Año nuevo con los Corleone

Quiso la casualidad que, este año, coincidieran las campanadas de Nochevieja con el momento en que Sonny Corleone era vilmente asesinado en un peaje de carretera. De esa manera, los cohetes y petardos que recibían al 2017 se confundieron con los disparos de las ametralladoras de los soldados de la familia Tattaglia.

Ciento cuarenta y cuatro disparos recibió Sonny y, por enésima vez, nada pude hacer para evitar su muerte. Ciento cuarenta y cuatro impactos de bala que dejaron su cuerpo como un colador. Y una postrer patada en la boca, cuando ya era un cadáver desmadejado sobre la carretera. Una patada que simbolizaba el enorme odio que le tenían los Tattaglia. ¿O fueron los Barzini?

 

Ciento cuarenta y cuatro disparos, récord en la historia del cine, en una secuencia que homenajea otra muerte famosa: la de Clyde Barrow, pareja de Bonnie Parker. Ciento cuarenta y cuatro disparos que desmienten el famoso adagio de “Vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver”. De ahí que Don Vito tuviera que recurrir a los servicios de Bonasera, el funerario al que conocimos en el arranque de “El Padrino”, para que adecentara el cadáver de su hijo primogénito, caído en una guerra entre bandas.

Desde la primera vez que vi la película de Coppola, la secuencia más dura y difícil de admitir es el asesinato de Santino. Por eso odio con todas mis entrañas a Carlo Ricci, causante de su muerte. Y, aunque habré visto la película cerca de cincuenta veces, siempre pienso que, por una vez, conseguiremos salvar a Sonny.

 

Paradójicamente, el día dos de enero volví a disfrutar de una Nochevieja, histórica y mítica, trasladándome al Palacio Presidencial de La Habana. Es la noche del 31 de diciembre de 1958, Fidel derroca al régimen de Batista, yo estoy viendo “El Padrino II” y Michael acaba de descubrir la traición de Fredo, sintiendo cómo el suelo se abre a sus pies.

Si el lector ha visto la segunda parte de la saga de los Corleone sabrá que es el único momento en que Michael se muestra vulnerable. Le vemos mareado, a punto de desvanecerse. No lo puede creer. Y, sin embargo, no le queda más remedio que aceptarlo. ¿Y perdonarlo? Eso es más difícil. No es fácil ser un capo de la mafia y, a la vez, conjugar el verbo “perdonar”. Ni siquiera de forma reflexiva: es difícil perdonarse a sí mismo determinadas decisiones, órdenes y comportamientos.

 

De ahí que volvamos a encontrar a Michael Corleone, dieciséis años después, devastado por los remordimientos. Aunque igualmente peligroso. De hecho, tal y como le dice Kay, “ahora que eres respetable, eres más peligroso que nunca”. Pero vulnerable. Tanto… como nunca antes se había permitido serlo. Por el bien de su familia. La Familia, siempre.

Michael, efectivamente, había sacado a los Corleone del negocio del juego y la prostitución que tan buenos réditos le habían dado en el pasado. Porque en los años ochenta resultaba mucho más rentable invertir en el sector inmobiliario. Y si podía ser en una gran multinacional de capital europeo participada por el mismísimo Vaticano, mejor que mejor.

 

Pero la operación para tomar el control de Inmobiliari no resultará fácil. Ni pacífica. Por una parte, los nuevos socios no son trigo limpio. Por otra, los viejos amigos no dejarán que Michael les abandone, así como así. Y, cuando el Don pensaba que estaba fuera, vuelven a meterle dentro…

Y todo ello sin olvidar que Michael ya está mayor y hay que asegurar el futuro de la familia. Lo que tampoco será sencillo: Mary es demasiado joven. Y es mujer. Y eso, en la conservadora mentalidad de la mafia, pesa. Pesa mucho.

 

¿Y Anthony? Anthony ha dejado la carrera de Derecho y se ha hecho cantante de ópera. Y debutará en Sicilia. En Palermo. Con la “Cavallería Rusticana”, nada menos. Y allá nos vamos todos. La Familia. Y sus enemigos. A la tierra de sus ancestros. A la Sicilia de la que tuvo que huir Vito, siendo todavía un niño.

Sicilia, donde Michael se escondió tras el episodio con Sollozo y McCluskey. Sicilia, a donde regresó Vito, de mayor, para que Don Ciccio bendijera su negocio de exportación  e importación de aceite de oliva, puesto en marcha junto a Genco Abbandando, su vecino de Little Italy. Su amigo. Su socio. Su consejero. El consiglieri de una Familia que contaba con Tessio y Clemenza como caporegime. ¿Bendición, dijimos? Sí. Y otras cosas. Porque, con los Corleone, nunca se sabe.

Sicilia. Allí nos encontramos con Connie, con el hijo de Tom Hagen, con Don Tommasino, con Carlo; y con el benemérito Don Altobello, por supuesto. Sicilia. La isla en la que todo comenzó y donde Vincent Corleone ha de demostrar que está a la altura de su apellido, enfrentándose a Mosca, el asesino de Montelepre, para evitar que todo termine.

Pero, ¿puede terminarse la saga de los Corleone? Estoy convencido de que no. Al menos, mientras haya seguidores de la historia creada por Mario Puzo y Francis Ford Coppola que les acompañen por Nueva York, Nevada, Los Ángeles, La Habana y, por supuesto, Sicilia. Un apasionante viaje por medio mundo, en compañía de una de las familias más fascinantes y aterradoras de la historia del cine. Que no es cualquier cosa, comenzar el año con los Corleone…

 

Jesús Lens