LOS NOMBRES DE LA MÚSICA

Hace unos días subíamos una entrada a esta bitácora sobre actores y actrices que se habían cambiado el nombre para favorecer su carrera. Teníamos un añadido sobre músicos y artistas de los escenarios que traemos ahora a colación…

Decenas de músicos e intérpretes también han decidido reinterpretar sus nombres, en busca de sonoridades harmoniosas.

Si Bob Dylan decidió homenajear al poeta Dylan Thomas a la hora de enmascarar su Zimmerman natal, Elvis Costello combinó en nombre del rey del rock con su segundo apellido materno, de forma que nunca quedó rastro del complicadísimo Declan Patrick MacManus que le pusieron sus padres.


David Bowie nació como David Robert Jones, pero cuando daba sus primeros pasos en el mundo de la música, el Jones que más sonaba era uno de los miembros de los Monkees, por lo que decidió adoptar un apellido de resonancias míticas, Jim Bowie, héroe de El Álamo.

Conocidos son los miembros de U2, Bono o The Edge; y ese Elton Hércules John, nacido como Reginald Kenneth Dwight Harris, decidió honrar con su nombre a dos personas distintas: cuando estaba iniciándose en el mundo de la música, conoció al cantante Long John Baldry y como homenaje a él y al saxofonista Elton Dean, hizo que sus nombres pasaran a la historia.


En clave nacional, Kiko Veneno se llama, en realidad José María López Sanfeliu, adoptando como apellido el nombre del primer grupo que formó, con los hermanos Amador y con Martirio. Y, más recientemente, Jairo Perera se ha convertido en el Muchachito que lidera el abrasivo Bombo Infierno que pone a bailar a todo el que le escucha.

ROCÍO DÚRCAL

Luis Sanz, representante de artistas, descubrió a María de los Ángeles de Las Heras Ortiz en la televisión, y, habiendo quedado impactado por su magnetismo, se puso en contacto con ella y con su familia para que le permitiesen gestionar su carrera. Una de sus primeras decisiones fue cambiarle el nombre, demasiado serio, por uno más comercial y artístico. Rocío era el sobrenombre con que su abuelo llamaba a la niña, por recordarle al rocío de las mañanas. ¿Y el apellido? La propia artista cogió un mapa de España y, al azar, señaló una población, Dúrcal, que estaba en la provincia de Granada.

Y como la conjunción del nombre familiar con el del pueblo granadino sonaba bien, la niña prodigio pasó a llamarse Rocío Dúrcal, dándose la curiosa circunstancia de que, con el paso del tiempo, Rocío se convirtió en Hija Adoptiva de una localidad que también agasajó a la estrella bautizando una calle en su honor.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LECTURA PARA UN RATO

Dejamos el reportaje que publicamos hoy en las páginas de Vivir de IDEAL, con motivo de la celebración del Día del Libro. Un lujazo la edición en papel. A ver qué os parece on line…

Dedicado a mi amigo Jorge.
Muchas felicidades a un lector voraz.

CUANDO despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Este célebre y bien conocido minicuento de Augusto Monterroso pasa por ser una de las piezas narrativas más cortas de la historia de la literatura. Un ejemplo de ese género que se ha dado en llamar ‘ficción súbita’ y que, pese a su extrema brevedad, conserva toda la fuerza y la capacidad de sugestión de la más poderosa narrativa.


En estos tiempos que, más que correr, vuelan; la brevedad es un activo cada vez más importante y valorado en la literatura. Ya lo anticipó Baltasar Gracián, a través de su célebre máxima: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno».

Por tanto, hoy, Día del libro, vamos a hablar precisamente de libros que se leen en un día. O en medio. O en un rato. Libros, cuentos y poesías que podemos disfrutar, de una sentada, en el tiempo que tarda un autobús urbano en cumplimentar su recorrido, en el intervalo de espera antes de entrar a la consulta del médico o en esos preciados y preciosos minutos que tenemos entre que nos acostamos y caemos vencidos por el sueño.

Cuando hablamos de novelas, tendemos a pensar en gruesos tochos de cientos de páginas que nos tendrán felizmente entretenidos durante semanas enteras. Pero ello no tiene porque ser necesariamente así. Por ejemplo, Ernest Hemingway es recordado por novelas como ‘Adiós a las armas’, ‘Por quién doblan las campanas’ y, sobre todo, por ‘El viejo y el mar’. Pero en realidad, a la historia de la literatura pasó por narraciones más cortas como ‘Las nieves del Kilimanjaro’ o ‘La vida breve y feliz de Francis Macomber’, en las que están todo el genio, la tensión y la fuerza de Hemingway, sus obsesiones, sus personajes y sus aventuras de cabecera.

Para que podamos disfrutar de la narrativa breve del Nóbel de Literatura, Lumen publicó el año pasado una reedición de sus cuentos, nuevamente traducidos y prologados por un Gabriel García Márquez que decía lo siguiente: «Lo mejor que tienen sus cuentos es la impresión que causan de que algo les quedó faltando, y es eso precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza».
Precisamente el padre del realismo mágico tiene publicados unos extraordinarios ‘Doce cuentos peregrinos’, explosiva mezcla de diversos géneros que, partiendo de reportajes periodísticos, guiones de cine, seriales de televisión y hasta una entrevista; sirven a Gabriel García Márquez para tejer una imbricada sucesión de piezas que tienen como denominador común la melancolía y la tristeza; no en vano, en su génesis hay un sueño de lo más perturbador: «Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne».


Los escritores sudamericanos han sido siempre grandes cuentistas, en un sentido no peyorativo del término. Maestros del relato han sido Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro y, por supuesto, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, autores que no sólo escribieron relatos y narraciones breves de apenas cien páginas, como ‘La invención de Morel’ o ‘La muerte y la brújula’, sino que también eran grandes lectores de este género breve, llegando a publicar distintas antologías, como sus famosos y atractivos dos volúmenes dedicados a ‘Los mejores cuentos policiales’.

En este sentido, tenemos que destacar la edición en bolsillo de todas las novelas breves de Paco Ignacio Taibo II protagonizadas por uno de sus personajes más carismáticos: el detective Héctor Belascoarán Shayne, un tipo de lo más peculiar que se pasa la vida desfaciendo entuertos por un México DF siempre desbordante, hiperbólico y electrizante.


El uruguayo Eduardo Galeano acaba de publicar ‘Espejos’, subtitulada como ‘Una historia casi universal’, y es fiel a un estilo muy personal, que lo hace muy atractivo al público. Sus libros están confeccionados con pequeños y cortísimos bocados de realidad que atraviesan el tiempo y el espacio para contar cientos de pequeñas y desconocidas anécdotas protagonizadas por todo tipo de personas. Unas son conocidas, de Mozart a María Antonieta. De Sandino a Julio César. Otras son anónimas. Pero en veinte o treinta líneas cada vez, Galeano evoca momentos de la historia en que el protagonista es, siempre, el ser humano.

Escritores humanistas

La narrativa breve ha sido muy utilizada por escritores humanistas que apelan a lo mejor de las personas. Antoine de Saint-Exupéry apenas necesitó de un centenar de páginas para contar lo que pensaba sobre temas como la amistad, el sentido de la vida o el amor. Revestido de la apariencia de un cuento infantil, ‘El principito’ ha cosechado un éxito universal, traducido a ciento ochenta lenguas y dialectos, ilustrado con los dibujos del propio aviador francés.

En la misma estela, Richard Bach escribió en 1970 ‘Juan Salvador Gaviota’, una narración breve en que, a través de una gaviota, su autor hablaba sobre procesos vitales tan básicos y necesarios como son la exigencia propia, el esfuerzo, el sacrificio y la voluntad, siempre, de llegar más allá. Con tiradas millonarias, hoy sigue siendo libro de cabecera para miles de personas de todo el mundo. Igualmente contando una historia de superación personal y en clave de ciencia ficción, el autor Orson Scott Card escribió una novela corta titulada ‘El juego de Ender’, muy bien acogida entre los aficionados al género. Por esta razón, el propio autor decidió rescribirla y alargarla, cosechando igualmente un notable éxito.

Igualmente exitoso ha sido ‘El niño con el pijama de rayas’ de John Boyne, que ha vendido cientos de miles de ejemplares de la historia de ese niño alemán que acompaña a su padre a Auschwitz. Allí conocerá a otro niño, que vive al otro lado de la alambrada. Y su relación le llevará a darse de bruces con una realidad que, todavía hoy, nos cuesta aceptar. Cuenta el autor que el primer esbozo de la novela lo escribió en dos días y medio, de un tirón, sin apenas dormir. Y esa intensidad, desde luego, se nota en la tensión que destila cada una de sus páginas.
Hay otros libros, como ‘El primer trago de cerveza y otros placeres de la vida’, de Philippe Delerm, o ‘El cerdo que quería ser jamón’, de Julian Baggini, que posibilitan el que, con sólo leer un par de páginas cada vez, la imaginación del lector se desate, poniendo sus neuronas en funcionamiento. En concreto, el libro del cerdo lleva como subtítulo ‘Noventa y nueve experimentos para filósofos de salón’. Situaciones curiosas que, de forma gráfica y amena, plantean al lector dilemas morales o filosóficos que le invitan a pensar en las posibles respuestas.

Y es que muchas veces tenemos el convencimiento de que, para expresar o transmitir ideas, es necesario recubrirlas de miles de palabras. Sin embargo, autores como Kafka, Rulfo, Salinger o Conrad están ahí para acreditar que no. Que no es necesario. Que la buena literatura también puede venir en frasco pequeño, como los mejores elixires. En ‘La metamorfosis’, Franz Kafka consigue transmitir toda la angustia existencial de una persona que, una mañana, se despierta convertido en un insecto. A partir de ese hecho, debe aprender a convivir consigo mismo, a pesar de las reacciones que su repulsivo aspecto provoca, incluso, entre los miembros de su familia. Por su parte, Juan Rulfo fue todo un precursor del realismo mágico con su ‘Pedro Páramo’, una novela tan corta como compleja en su estructura espacio temporal. ‘El guardián entre el centeno’ arrostra la desgracia de haber pasado a la historia popular como la novela que inspiró el asesinato de John Lennon. Una obra iniciática que habla en contra de la hipocresía y la falsedad y que, sin tapujos, describe situaciones tabú para la época en que fue escrita, como los devaneos con el sexo, el alcohol y las drogas. ‘El corazón de las tinieblas’ conradiano, por su parte, es una de las más duras y espeluznantes recreaciones de los efectos de la colonización en África. A través de una narración densa y espesa, la búsqueda de Kurtz se convierte en un descenso al fondo del horror, como después contaría Francis Ford Coppola en su magistral ‘Apocalypse now’, trasladando la acción del Congo a la guerra del Vietnam sin que la historia sufriera menoscabo alguno, lo que demuestra la universalidad de la misma.

Literatura en corto

Lo breve, interesa. Así lo ha entendido La Fábrica Editorial, al poner en marcha una interesantísima iniciativa de literatura en corto, que se presenta bajo esta premisa: «La colección BlowUp Novelas Cortas apuesta por este género breve (pero de largas resonancias), delicioso y codiciado por los lectores más exigentes. Entre el cuento y la novela hay un terreno inmenso y propicio a las grandes sorpresas. En él queremos estar».

Y están. Novelas intensas escritas por autores jóvenes y con mucho que contar. Novelas modernas y de actualidad en que las vidas cotidianas se ven sacudidas por acontecimientos inesperados, con reivindicaciones de huida y fuga de existencias banales y rutinarias, con mensajes recibidos por personajes tan peculiares como Mailer Daemon, ese ser enigmático que siempre se nos cuela en la bandeja de entrada de nuestro servidor de correo electrónico. Autores como Pablo Gutiérrez, José Eduardo Tornay o Doménico Chiappe dan sus primeros pasos en una editorial siempre atenta a las nuevas tendencias narrativas de alcance global.

Sorbos de poesía

Para disfrutar de la literatura cuando el tiempo escasea, haciendo un alto en el camino en la vertiginosa vida que las circunstancias nos impone, tenemos la posibilidad de leer poesía. Una dosis de versos, en el momento oportuno, puede ser la mejor solución para reducir las tasas de estrés y rebajar la tensión de un momento complicado. Igualmente, después de una intensa jornada de trabajo, nada mejor que dedicar un rato de lectura a la poesía. Leer, por ejemplo, alguno de los ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ de Pablo Neruda, siempre supone un enorme placer. O aprovechar una tarde para disfrutar de la prosa poética de ‘Platero y yo’, de Juan Ramón Jiménez.

Otra posibilidad, para aprovechar un único minuto, es paladear la enorme capacidad de sugestión y evocación de los Haiku, composiciones poéticas de origen japonés, compuestos de tres versos sin rima de cinco, siete y cinco sílabas, en los que siempre debe haber una palabra clave relacionada con la estación del año a que el Haiku se refiere.

La intención de este tipo de poesía, austera y sutil, muy influenciada por la filosofía zen, era describir fenómenos naturales, los cambios atmosféricos y de estaciones o, más sencillamente, la cotidianidad de la vida de las personas. Diecisiete sílabas para describir un momento o una situación, evitando que se pierdan en el tiempo al permitir al lector, después, volver a revivirlos. Una y otra vez.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EN EL NOMBRE DE HOLLYWOOD

En las páginas de Vivir de IDEAL podéis encontrar hoy una doble página que, impresa y bien maquetada, luce como los chorros del oro. Que los colegas del periódico son unos ases. A ver qué os parece.

“¿Uma? No suena bien. ¿Qué tal… Pamela?”

El nuevo anuncio de una conocida marca de refrescos, que utiliza a Uma Thurman como reclamo publicitario, apela a eso que nos diferencia y nos hace distintos. En el caso de la protagonista de “Kill Bill”, su nombre, rebuscado y difícil, se considera un activo importante. Y, sin embargo, no hace tantos años, el publicista que le aconseja cambiarse el nombre en el anuncio se habría salido con la suya.

Así, por ejemplo, el recientemente fallecido Charlton Heston se llamaba, en realidad, John Charles Carter, una cacofonía muy complicada de pronunciar y, por tanto, difícil de retener en la memoria de unos espectadores que buscaban nombres sonoros, poderosos e identificables en sus estrellas más queridas. En el caso del intérprete de “Ben Hur” y “Los diez mandamientos”, el Heston le vino por parte del segundo esposo de su madre, Chester Heston, de quién tomó prestado el apellido que tan famoso se haría en el Hollywood clásico de los estudios y las colosales películas épicas de los años cincuenta.

Norma Jeane Mortenson, por su parte, fue bautizada con ese nombre en homenaje a dos estrellas del cine mudo: Norma Talmadge y Jean Harlow. Pero dichas referencias cinematográficas no fueron óbice para que, ya teñida de rubio platino, después de haber posado como modelo de los más reputados fotógrafos del momento y ante su salto al mundo del cine, Norma Jeane se transformara en la mítica Marilyn Monroe que todos conocemos y a la que tanto amamos los espectadores de películas como “El príncipe y la corista”, “Niágara”, “Como casarse con un millonario” o “Con faldas y a lo loco”.

Una de las primeras apariciones reconocibles de Marilyn en pantalla se produjo en la película “Amor en conserva”, la última película de los Hermanos Marx. En ella, la actriz pedía auxilio a Groucho: “Quiero que me proteja. Me persigue un hombre”, decía con su pícara carita de chica inocente. “¿Sólo uno?”, le contestaba con su ironía habitual el gran Groucho.

Los célebres Hermanos, nacidos en el Nueva York de finales del siglo XIX, se apellidaban Marx originalmente, aunque a veces hayamos podido pensar que, por sus tendencias ciertamente anarquistas, optaron por ese apellido con el único fin de poner en apuros la seriedad tomista de las doctrinas filosófico-políticas del otro Marx más famoso de la historia: Karl.

Sin embargo, los Marx sí que cambiaron sus nombres de pila. De mayor a menor de edad, Leonard se convirtió en Chico, Adolph en Harpo y Julius Henry en ese Groucho que hace una severa competencia al mismísimo padre del materialismo dialéctico, cuando se trata de filosofar, no en vano, suyas son célebres máximas como la inolvidable “Perdonen que no me levante” que hizo grabar en su lápida, a la pesimista “Partiendo de la nada, alcanzamos las más altas cotas de la miseria.”

Pero sigamos hablando de nombres y de humoristas cinematográficos. Por ejemplo, el aparentoso Woody Allen, en realidad, se llama Allan Stewart Königsberg. Ahí es nada. A Jerry Lewis, sus padres, que ya formaban parte de la farándula, le pusieron Joseph Levitch y una de sus parejas cinematográficas por excelencia, Dean Martin, se llamaba en realidad Dino Paul Crocetti, conocido en sus primeros años, cuando era una joven promesa del boxeo como Kid Crocetti. Después, cuando se cansó de recibir mamporros y empezó a cantar en clubes nocturnos, se hacía llamar Dino Martini, con insobornable aroma a crooner italiano.

Si para los comediantes, el tener un nombre que sonara a serio y solvente no era cosa de broma, podemos imaginar lo trascendental que sería tener un nombre apropiado para artistas que trabajaran en géneros cinematográficos teóricamente más trascendentales y masculinos. Por ejemplo, el western.

“Mi nombre es John Ford. Hago películas del oeste”. De una forma tan sencilla y a la vez tan rotunda se presentaba en sociedad el que pasa por ser el mejor director de cine de todos los tiempos. ¿Habría sido igual si se hubiera presentado diciendo “Mi nombre es Sean Aloysius O’Fienne y hago westerns”? Y, desde luego, todo el que haya visto “El hombre tranquilo” – y el que no lo haya hecho está en pecado mortal – sabrá que el célebre director estaba más que orgulloso de su origen irlandés.

Es como el majestuoso John Wayne, también conocido como El Duque y en cuya partida de nacimiento figuraba como Marion Michael Morrison. De hecho, en su primera irrupción cinematográfica acreditada aparecía con dicho nombre en los títulos de crédito. Pero en “La gran jornada”, de Raoul Walsh, auténtico descubridor del actor, ya aparecía como John Wayne, a instancias del propio director y en homenaje al general de la Guerra de la Independencia norteamericana, Anthony Wayne. Como curiosidad podemos comentar que en la penúltima y peor entrega de la saga de Rocky, el personaje que se enfrentaba al Potro Italiano estaba interpretado por Tommy Morrison, boxeador profesional y, a la sazón, nieto del mismísimo John Wayne, aunque sin un ápice de su carisma y personalidad.

Otros vaqueros famosos que cambiaron de nombre fueron William Franklin Beedle Jr., transmutado en el efectista William Holden; y, de origen ucraniano, el enorme Vladimir Palaniuk se convirtió en Jack Palance.

Y, como John Ford, hubo otros directores y actores que cambiaron de nombre, sobre todo, los de origen alemán y judío que, al emigrar a los Estados Unidos, sintieron que su integración sería más fácil si convertían sus complicados apellidos originales en otros de fonética más anglófila. Así, Willi Weiller se convirtió en el William Wyler que dirigiría “Jezabel” y “Los mejores años de nuestra vida”, Melvin Kaminsky se transformó en el reputado cómico Mel Brooks, artífice de joyas como “El jovencito Frankenstein” y desmadres como “La loca historia de las Galaxias” o László Löwenstein simplificó su apellido al más accesible Peter Lorre.

Pero volvamos a las mujeres. Si Marilyn es el ejemplo más famoso de actriz con nombre a la medida de su personaje, Greta Garbo había nacido en un barrio pobre de Estocolmo como Greta Lovisa Gustafsson y su amiga, la igualmente turbadora Marlene Dietrich nació en Berlín, en 1901, como Marie Magdalene von Losch.


Las dos Hepburn más famosas de la historia del cine, Audrey y Katherine, compartieron un parentesco común, muy lejano. La primera de ellas nació en Bélgica como Audrey Kathleen Ruston, hija única del inglés Joseph Ruston, quién más adelante añadió el apellido de su abuela maternal Kathleen Hepburn a la familia; y su apellido se convirtió en Hepburn-Ruston, estando lejanamente emparentado con el mismísimo Rey Eduardo III de Inglaterra, del que Katherine también parece haber descendido. Ésta, sin embargo, según cuenta en su autobiografía, practicó un montón de deportes desde muy niña y un verano se cortó el pelo para hacerse llamar «Jimmy», convirtiéndose en un marimacho, imagen muy alejada de la que podríamos tener de toda una descendiente de la monarquía británica de más rancio abolengo.


En España es bien conocido el caso de Margarita Carmen Cansino, nacida en Nueva York, hija del bailarín sevillano Eduardo Cansino y de Volga Hayworth, de origen irlandés y de la que tomaría su nombre artístico: Rita Hayworth, protagonista de obras maestras como “Sólo los ángeles tienen alas” y, por supuesto, de “Gilda”, en la que además de hacer un sensual strip tease con un guante, propinaba una de las bofetadas más famosas de la historia del cine al chulesco Glenn Ford.


En clave hispana, nuestra internacional Sara Montiel se llama, en realidad, Maria Antonia Abad Fernández y la malagueña Josefa Flores González utilizó ora el Pepa Flores, ora el Marisol que tan famosa la hizo. Debemos recordar que Fernando Fernán Gómez acortó el Fernández de su primer apellido, para que no resultara reiterativo, que Imperio Argentina se llamaba originalmente Magdalena Nile del Rio y que de origen gallego es también la saga de los Estévez, cuyo cabeza de familia, Ramón, nacido en Ohio, se convirtió en el Martin Sheen que protagonizaría Apocalypse Now. Aunque su madre era irlandesa, el apellido británico lo eligió como homenaje a Fulton J. Sheen, obispo de Nueva York. Dos de sus hijos siguieron sus pasos en Hollywood. Mientras Charlie se quedó con la vertiente anglosajona del apellido, Emilio decidió recuperar el castellano, habiendo protagonizado y dirigido varias películas, entre ellas la reciente y muy alabada “Bobby”, en que cuenta las últimas horas de Robert Kennedy.

Esta aceptación de nombres y apellidos originales, por fortuna, parece haber calado entre las nuevas generaciones. Ya sabemos que Uma Thurman no se llama Pamela y Gwyneth Paltrow nunca renunció a su nombre de pronunciación imposible. Hasta el musculoso Arnie decidió dejarse su complicadísimo Schwarzenegger de origen austriaco, lo que no fue óbice para convertirse en uno de los actores más taquilleros de Hollywood y, después, alcanzar el mismísimo gobierno de California. Porque lo natural, vende.

PÁGINAS AMARILLAS DE LA BLOGOSFERA GRANADINA

Queridos amigos, la escritura de una informal guía sobre la Blogosfera granadina ha sacado al socialista que llevo dentro.

Si pincháis en “Granada bloguea” os encontraréis con el reportaje que hemos publicado hoy en IDEAL, cargado de enlaces sobre algunos de los Blogs más interesantes del escaparate cibernético granadino.

Los hay de fotografías, de deportes, de cultura, de naturaleza… y también políticos, que son los que han despertado la irritación de algunos comentaristas del artículo, en la web de IDEAL.

En este caso, y como en el artículo ya están todos los enlaces y conexiones bien trabados, os ahorro aquí la trascripción del texto, emplazándoos a que entréis en “Granada bloguea”, visitéis las bitácoras señaladas y nos digáis cuáles conocéis que se nos hayan escapado.

Porque, como siempre decimos, para que esto funcione, se trata del quid pro quo defendido por Hannibal Lecter, aunque en positivo y en creativo, claro.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LITERATURA DE VIAJES: UN ENCUENTRO CON EL OTRO

Sobre el encuentro de Jerónimo Páez y Goytisolo en el marco del Hay Festival, publicamos estas escuetas palabras:

Una cuatrocientas personas siguieron con enorme interés el diálogo que, sobre las relaciones entre España y el mundo islámico, mantuvieron Jerónimo Páez y Juan Goytisolo. Una charla en que se reivindicó la necesidad de una alianza de valores comunes entre los países de las dos orillas del Mediterráneo, así como la de una decidida política europea de paz para Oriente Medio. Igualmente se defendió la esencia mestiza y transcultural de una España que es herencia de múltiples civilizaciones e influencias y que, a su vez, ha sido vehículo de transmisión de ideas, culturas y pensamientos.


Y es que la entrevista que le hizo IDEAL a Goytisolo fue de lo más jugosa.

Así que dejamos lo que publicamos ayer sábado en el periódico sobre la cordial charla acerca de la literatura de viajes del viernes noche…

Paisajes, monumentos, historia, gastronomía, cultura… De todo eso tiene que hablar un buen libro de viajes. ¡Por supuesto que sí! Pero la mejor literatura nómada, la que está llamada a trascender, siempre tiende al encuentro con el otro. Con el que es distinto. Con el que es diferente.


Al menos, así lo entienden Tahir Shah, Chris Stewart y Michael Jacobs, los tres contertulios que, en el marco del Hay Festival, disertaron anoche sobre uno de los géneros literarios más famosos, populares y reconocidos. “En los tiempos de Internet, cuando lo que pasa en el mundo lo podemos ver en la televisión en directo, ¿para qué servimos los escritores de viajes?”, se preguntaba Stewart, muy conocido por su recreación de su vida en las Alpujarras. Y él mismo se contestaba: “Aunque tenemos mucha información, también hay una enorme incomprensión. Por eso, la mejor literatura es la que describe a las personas como seres humanos”. Y los aplausos cosechados entre el público por esta afirmación demuestran que sí, que el factor humano es siempre el más importante a la hora de contar historias.

Brillantemente introducidos por Juan Antonio Díaz, a lo largo de una hora que se pasó en un suspiro, los tres escritores dialogaron en un ambiente de desenfadada cordialidad acerca de libros, viajes y experiencias, de exilios, regresos, aventuras y encuentros; para deleite de los aproximadamente dos centenares de oyentes que se dieron cita en el muy acogedor y apropiadamente elegido para la ocasión Carmen de los Mártires.

Para Tahir Shah, un anglo-paquistaní que reside en Casablanca, estar en Granada es un privilegio. “Porque esto es como un pedazo de Marruecos y los escritores de viajes, lo que realmente hacemos es tender puentes entre culturas. Lo que yo persigo es que en el Este se conozca el Oeste y viceversa.” La literatura como vehículo de conocimiento, de descubrimiento.

Para Jacobs, además, al escribir un relato de viajes se trata de hacer una recreación, con un punto de nostalgia, del periplo ya terminado. Se trata de revivirlo, de regurgitar las sensaciones, de volver a disfrutar de la experiencia. “Pero de una forma más cómoda y sencilla”, ironiza Stewart.

“¡Y sin aburrir!”, proclama Tahir. “Porque leer cuarenta páginas en que se describe el desayuno que el autor se tomó en un hotelito, no tiene sentido”. Y ahí es dónde radica el problema de un género literario que, por su propia naturaleza, ha de ser mestizo, mezclando la autobiografía con la novela y la ficción.

En lo que coinciden los tres contertulios es en que lo más importante para un autor es viajar con los ojos bien abiertos, los oídos preparados y los sentidos alerta. Es necesario tener una importante capacidad de observación de todo lo que ocurre alrededor del viajero. En ese sentido, para Shah no hay nada cómo sentarse en un café y dejar que la vida fluya a su alrededor, hablar con la gente, ver, mirar e impregnarse de la magia del ambiente. O, como señaló Jacobs, parafraseando a Azorín: “capturar la realidad poética de las personas y los lugares, huyendo del estereotipo, yendo más allá de lo aparente.”

¿Y por qué viajamos? Más sencillo aún. ¿Por qué les gusta tanto a los lectores este género literario? “Porque nos permite escapar. A ellos y a nosotros”. El viaje como huída fue también reconocido como una fórmula válida; como reivindicación del cambio, del exilio voluntario y, porque no, de la aventura. Porque viajar genera adicción, como señaló Jacobs.

Pero este género literario también puede provocar suspicacias. Por ejemplo, una persona del público hizo referencia a la ofensa que puede provocar una descripción errónea hecha por el autor. Los tres contertulios coincidieron en afirmar que, efectivamente, y aún cuando sólo pretendas mostrar la cara más amable de una persona, de una familia o de una cultura; es posible que se produzcan este tipo de malentendidos que, por otra parte, todo escritor debe estar dispuesto a asumir.

Otra cuestión polémica: ¿es lícito que un escritor de viajes, antes de emprender el periplo que después pretende contar, se empape de otros libros y se estudie la historia, geografía, costumbres y demás del lugar que va a visitar? ¿No es una especie de trampa al lector? Igualmente, la respuesta es bastante homogénea: “No. En ningún caso.” Porque el buen escritor, lo que debe hacer, es contar de la forma más ágil posible su propio viaje, dejando constancia de sus encuentros y sus sensaciones. Se trata de generar empatía y, después, de transmitirla, de una forma personal y única.

Lo importante es entusiasmar al lector y tener la capacidad de hacerle sentir lo mismo que el viajero, a través de una narración que transmita esos olores y sabores exóticos, que sea capaz de hacer entendibles los diálogos en idiomas extranjeros y, sobre todo, que permita interpretar esas realidades ajenas que son las que han suscitado la curiosidad del lector y le han llevado a comprar, precisamente, ese concreto libro de viajes que tiene entre sus manos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.