Hace unos años nos reunimos en casa un grupo de amigos para ver la final de la Copa del Rey de baloncesto, que se jugaba a las seis de la tarde de un domingo. Dado lo improbable de la hora, preparé café y bollería, a la vez que dispuse refrescos, hielo, y frutos secos sobre la mesa. Y, por supuesto, saqué unas botellas de vodka, whisky, ginebra y ron. ¡Que no faltara de nada!
Uno de nuestros colegas baloncestistas apareció con su hijo, que por entonces tendría unos diez o doce años de edad. Y allí estábamos todos, disfrutando de las canastas del Real Madrid y del Barça, entre cafés y copas.
De repente, sentí vergüenza. Diez mangallones, todos deportistas, viendo un partido de baloncesto. Con un niño. Y, sobre la mesa, cuatro botellas de alcohol.
Las retiré discretamente y las llevé a la cocina, diciendo a los compis que, para aliñar las copas, se dieran el paseo. Ni había pasado nada ni nadie se había emborrachado. Todo estaba bien. Pero no me pareció, ni ético ni estético, que aquellas cuatro botellas presidieran la reunión, habiendo un niño delante.
Leo la noticia de que Champín, una de las marcas de Bodegas Espadafor, le ha ganado un pleito al mismísimo Champagne, por el uso del nombre. ¡En el Supremo, nada menos! Y siento inmediatos regocijo, alegría y satisfacción. ¡David gana otra batalla contra Goliat! ¡Hurra!
El Champín, de acuerdo con la publicidad de Bodegas Espadafor, es una “bebida espumosa refrescante SIN ALCOHOL para las fiestas infantiles, con un delicioso sabor a frutas del bosque. Presentada en una colorida botella lista para descorchar y brindar. Sin gluten”.
Efectivamente, la botella es muy simpática y, con el Champín, los chavales pueden tener la ilusión de brindar con champán, como los mayores. Y ahí llega mi zozobra: ¿es bueno que los niños identifiquen el acto de celebrar, brindar y festejar con el de beber alcohol?
No soy puritano, no soy abstemio ni jamás he sentido la llamada del Movimiento por la Templanza, origen de la Ley Seca estadounidense. No soy prohibicionista ni intervencionista ni me echo las manos a la cabeza cuando veo a los deportistas beber champán en lo alto del podio, para celebrar una victoria.
Pero todo ello no evita que el Champín, como producto dirigido a los niños, me genere desasosiego.
Jesús Lens