He aprovechado estos días para volver a disfrutar de dos clásicos del cine de gángsteres que, además de imperecederos, fueron fundacionales en el género. ¡Y pre-code, ojo! Ambos se pueden ver en Filmin, esa plataforma televisiva sin la que nuestra vida sería indudablemente peor, más pobre y más triste.
‘El enemigo público’, dirigida en 1931 por William A. Wellman, nos presenta a un carismático y chulito James Cagney y está basada en una novela de dos periodistas de la época que narraban la rivalidad de Al Capone y otras bandas de gángsteres durante la época de la Prohibición. Se titulaba ‘Beer and blood’, cerveza y sangre… y nunca fue publicada. A saber por qué…
En la película ya están varios de los elementos esenciales del cine de bandas que se repetirán hasta la saciedad, con mejor o peor fortuna, de la amistad de dos raterillos que van ascendiendo en la escala del crimen y, lo que es lo mismo, en la pirámide social; a las complejas y contradictorias relaciones del ‘héroe’ con su madre en particular y con el resto de mujeres en general.
Un año después, en 1932, Howard Hawks rodó la mítica ‘Scarface’ en la que, ya sin disimulo alguno, contaba la historia de Capone, incluida la Matanza del Día de San Valentín, aunque el protagonista se llamara Tony Camonte en pantalla.
Por la fecha de rodaje, también sería ‘pre-code’, o sea, anterior a la creación, en 1934, del departamento conocido como ‘Production Code Administration’ que velaría por el ‘correcto’ contenido ético y moral de las películas a partir de entonces. La censura, o sea. Y, sin embargo, la producción de Howard Hughes ya se vio sometida a severas presiones de la industria: se abre con una declaración de intenciones que condena el gangsterismo e impele al Gobierno a tomar medidas para luchar contra él y se tuvieron que rodar dos finales diferentes. Además, en mitad del vibrante guion escrito por el portentoso Ben Hecht hay unos parlamentos discursivos de lo más elocuentes, incluyendo una referencia a los héroes del western que también sería para debatir, discutir y analizar.
Vean, vean ‘Scarface’ para comprobar cómo el cine puede, a la vez que reflejar la sociedad y mostrar dramáticamente lo que pasa en las calles; tratar de modificar, cambiar y transformar la realidad. Que la manera de hacerlo sea condicionar el trabajo de los artistas, imponerles códigos morales y obligarles a dar al público finales complacientes —el criminal siempre paga y lo hará hundido y humillado por el sistema que, una vez más, sale victorioso y triunfador— es otra cuestión.
La versión de Filmin cuenta con el final original de la película tal y como fue planteado por Hecht, Hawks y Hughes. Si tienen curiosidad por saber cómo era el moralmente aceptable… busquen e investiguen, que no es nada complicado. Sólo les diré que el título complementario para ‘Scarface’ —que en España llevaba como añadido ‘El terror del hampa’— era ‘La Vergüenza de una Nación’, ahí es nada.
Para completar este díptico de cine clásico de gángsteres he aprovechado para leer una joyita de Luis Alberto de Cuenca publicada por la editorial Reino de Cordelia en su colección de Snacks. Se titula ‘Scarface. El gángster de la cara cortada’ y es un canto de amor a este género cinematográfico y a Howard Hawks.
Dice del cineasta que “sus films permanecen, se quedan a vivir con nosotros, nos compensan, nos reconcilian con este siglo XXI, tan pródigo en películas y en libros que se hacen viejos pronto o que duran lo que dura un suspiro”. Una máxima que suscribimos con fervor todos los hawksianos que en el mundo somos.
Jesús Lens