Como las cosas avanzan que es una barbaridad —o retroceden, según se mire— cada vez hay más estrenos cinematográficos que llegan directamente a nuestras pantallas caseras a través de las mil y una plataformas que tenemos integradas en la televisión.
A la espera de ir al cine a ver lo último de Brad Pitt, una de las pocas estrellas contemporáneas capaces de atraer a las masas, he disfrutado como un surfero en pleno temporal de olas con la entrega más reciente de una saga que daba por extinguida: ‘Depredador’.
Les confieso que me asomé a ella con resquemor y suspicacias. Con prevención, recelo y prejuicios. ¿De verdad era necesario, en 2022, darle otra vuelta de tuerca al clásico de Arnie? (Lo escribo así, Arnie, como si fuera de familia —igual que otros hablan de Federico— para no perder el tiempo buscando cómo se deletrea Suarseneger, que es un curro).
Fue pensar en la frasecita de marras y despejar todas las dudas. ¿Desde cuándo hay películas necesarias y otras innecesarias? Hay buenas y malas películas. Y punto. Y miren ustedes por dónde, la enésima entrega de ‘Depredador’ está entre las primeras.
No les cuento nada de la trama. Solo les diré que la acción transcurre en el año del señor de 1719 y que la protagonista (casi) absoluta es Naru, una joven comanche que no quiere limitarse a cumplir con el rol de ‘mujer medicina’ y agricultora que le reserva su pueblo. Se empeña en ser cazadora… precisamente porque ninguno de los miembros de la tribu confía en que pueda serlo. ¡Como la vida misma!
Y será durante una expedición de caza cuando Naru se tope con el rival más inesperado: esa bestia depredadora ‘from outer space’ que reduce al papel de animales de compañía a las serpientes, los pumas, los osos grizzlies e incluso a los salvajes y montaraces tramperos franceses.
Película corta que va a lo mollar, con sus momentos gore en mitad de paisajes idílicos. Ojo al momento lobo-conejo. ¡Flipante! El guion cumple con el canon del viaje del héroe que, en ese caso, es una maravillosa heroína. ¡Naru ídola! Y atención a la secuencia post créditos, incluida en la animación de los propios créditos.
Luego está ese otro estreno, inenarrable y bochornoso. Una película que atesora todos los defectos posibles y muchos imposibles. Se titula ‘The Gray Man’ y da vergüenza ajena. Tanta que estoy por pedirle a Netflix un certificado que me asegure que ni un euro de mi suscripción se ha dedicado a producir semejante truño.
Este tipo de críticas son contraproducentes porque terminan suscitando la curiosidad del lector. A fin de cuentas, encontrar algo realmente apestoso y nauseabundo entre la mediocridad reinante en la plataforma tiene su mérito. La tentación de verla para comprobar si realmente es tan mala y el posterior riesgo del “pues tampoco es para tanto” siempre están ahí. Pero bueno. Les confieso que terminé riéndome a mandíbula batiente. Y no. No es un elogio.
Jesús Lens