Cuando leo eso de ‘te explota la cabeza’, con o sin emoji de cerebro reventado, pienso en lo mucho que exageramos. Sin embargo, estoy convencido de que si tratara de leer —y entender— todas las claves, variables y envolventes de lo sucedido en torno a Sebastián Pérez en los últimos meses, me convertiría en zombi, con los sesos más licuados que las naranjas para zumo después de pasar por el exprimidor.
Que si el duelo con Salvador, que si el 2+2, que si la vicealcaldía, que si la guerra con Onofre, que si las tensiones internas, que si las purgas en el seno del PP, que si… Que sí, que sí. Que todo eso está muy bien. O muy mal. Que cada uno contará la feria como le haya ido y narrará el acoso a la fiera de acuerdo a sus intereses. ¿Pero qué pasa con Granada?
Si la situación del bipartito necesitado de Vox para sacar adelante proyectos y presupuestos era complicada, lo de ahora, con un PP fracturado en mil pedazos y todos los puentes dinamitados; se presume radicalmente imposible. ¡Y nos quedan tres años y medio de legislatura!
¿Quién va a hablar con quién, en un ambiente tan enrarecido y ponzoñoso? Estos no podrán ponerse de acuerdo ni en si echarle azúcar o sacarina al café. ¡Y que no sea arsénico, por compasión, lo que acabe disuelto en las tazas!
Ya hay quien habla de una posible moción de censura. Otra vez. ¡Qué bien! Granada está paralizada, inerme y sin rumbo. Sin crédito ni presupuestos. El Ayuntamiento es un gallinero en el que la mayoría de quienes deberían trabajar en beneficio de la ciudad y los ciudadanos están más y mejor entregados a destrozarse entre sí.
Todo lo que pueda ser utilizado para hacerle daño al rival es bienvenido en el Ayuntamiento de Granada, con independencia de los perjuicios que arrostre para la ciudadanía. Da lo mismo que hablemos de los fondos europeos para la formación de personas desempleadas que de la comisión de grandes contratos. El bien común no les importa. A lo que están es a ver pasar el cadáver del enemigo íntimo con los pies por delante. Y así nos va.
Jesús Lens