Vamos con otra de tebeos. Pinché el disco de Salif Keita y, al ritmo del «Tekeré», canción que sí había oído, pero que me fascina, empecé a leer un álbum naranja que, se devora en diez atropellados minutos. No más. Aunque después se vuelve al mismo, para paladear cada viñeta. Despacio.
Pero la pregunta es, por supuesto, ¿resulta legítimo descojonarse a lo bestia de un tema tan teóricamente serio como es el suicidio?
Porque, créanme, Riley es un salvaje que se inventa las formas más sofisticadas, cafres, dolorosas, imaginativas y crueles que existen para propiciar el suicidio de sus conejitos. Y, como en las mejores películas de terror, no puedes evitar mirar unas imágenes que, por un lado, hieren tu sensibilidad, pero por otro, te obligan a no despegar la vista de la imagen.
Y, además, te llevan a prorrumpir en carcajadas salvajes, políticamente incorrectas como ninguna.
Y no sé si está bien reírse de algo tan serio como la muerte y el suicidio, la verdad.
¿Qué opinan?
Jesús Lens, auténticamente acojenado.