24 de diciembre. Una de esas tres fechas del año en las que, al día siguiente, no salía el periódico impreso. Laura e Ismael eran los encargados de la edición digital, por lo que se encontraban completamente solos en la redacción. De hecho, no deberían estar allí. Y, sin embargo…
Ismael y Laura estaban de guardia aquella Tardebuena. Una tarde tranquila, informativamente hablando, por lo que decidieron entregarse al ejercicio del tardeo, en conciencia y con empeño. Nadie les esperaba en casa esa noche. Por eso estaban de guardia. Sin padres a los que abrazar, sin hijos a los que ilusionar con Papá Noel y sin cuñados con los que discutir en la cena, vieron las horas pasar, hablando más de lo humano que de lo divino, entre la transparencia del gintónic y la turbiedad del ron Montero, que lo había petado en las redes con su anuncio navideño.
Periodistas de raza, en tres copas pasaron de la melancolía por lo complicada que está la cosa a la euforia por todo lo que significa su profesión. Reivindicaron el papel que la prensa debe desempeñar en la sociedad y brindaron por mantener siempre viva la ilusión que les había llevado a embarcarse en el mejor trabajo del mundo.
La tarde había resultado tan, tan buena, que, sin necesidad de hablar, decidieron que la noche sería mejor. La cosa surgió con una de esas tópicas preguntas que, regadas de alcohol, no sonaban del todo mal: ¿qué noticia sería la que más te gustaría publicar? Y como era 24 de diciembre y llovía afuera, pero más llovía adentro, cuando chaparon el bar pusieron rumbo al periódico.
Con la redacción en semipenumbra y rodeados de un extraño silencio, Laura e Ismael se afanaron con una portada fantástica e imposible para el 25 de diciembre, ese día en que no se publicaba el periódico en papel y en el que, por tanto, todo podía ocurrir.
Terminado su trabajo, emocionados como criaturas e imbuidos por la magia de aquellas horas de soledad y etílica conspiración, empezaron a fantasear con la posibilidad de volcar aquel monumental fake en el universo virtual. A fin de cuentas, ya era Navidad y, bien pensado, ¿quién iba a creerse tanta buena noticia junta?
Jesús Lens