Acabo de cerrar la cremallera de la maleta y se me vuelven a saltar las lágrimas, como cuando confirmé la compra de los abonos para el Jazz en la Costa de este año. Me voy un par de días de viaje y estoy eufórico y sobreexcitado, nervioso. También un tanto amedrentado, lo reconozco.
El pasado viernes, al asomarme al Mediterráneo por primera vez desde el pasado puente de Andalucía, me sentí poco menos que Vasco Núñez de Balboa cuando descubrió el Pacífico. Les confieso que no tenía particulares ganas de bañarme, que la playa de la Chucha es un infernal rompetobillos y tengo un pie escacharrado, pero… ¿cómo dejar pasar la oportunidad?
Lo mismo me pasa ahora, cuando me apresto a salir caminito de Jerez. Por un lado, ardo de deseos por desbordar los límites de nuestra provincia. Por ampliar horizontes. Por cambiar. Por otra parte, les confieso que parto con recelos. Después de tantos meses durmiendo en entornos conocidos y controlados, esto de salir ahí fuera se me hace cuesta arriba.
Tengo muy claro que no podemos caer presa del síndrome de la cabaña. Que tenemos que aprender a convivir en y con la nueva normalidad, ser cuidadosos y sensatos en nuestro día a día, extremar las medidas higiénicas, respetar el distanciamiento social y ser más fieles a nuestra mascarilla que a los colores de nuestro equipo o a nuestra cerveza favorita.
Todo eso lo sé, abogo por ello y procuro practicarlo. Pero también sé que, como en casa, en ningún sitio. Esto es como lo de amar a dos mujeres a la vez y no estar loco.
Múltiples factores pesan en lo de estar más o menos a favor de la desescalada. El de la economía no es el menor de ellos. Los autónomos que hemos visto cómo se nos desplomaba el andamiaje financiero del 2020 somos conscientes de que un parón radical y sine die de la actividad laboral nos lleva a la ruina.
Hay quienes consideran que salir de casa, gastar y consumir es hacerle el caldo gordo a los grandes empresarios. Es un discurso muy guay, tope antisistema. No sé donde se buscarán sus habichuelas, pero somos muchos los que necesitamos salir a la calle para proveer.
A mí también me gustaría quedarme en casa todo el verano, viendo Filmin y leyendo sin parar. Pero no sería razonable. Ni justo. Ni solidario, a nada que lo pensemos.
Jesús Lens