Ustedes saben que soy muy pesado con el uso del lenguaje, pero como tantas veces he comentado, el lenguaje no es neutro ni inocente. Utilicemos como ejemplo el caso de la casa de la Cuesta de la Albahaca tomada al asalto por unos tipejos que no han demostrado más que ser gentuza, delincuentes de medio pelo a los que, ojalá, la policía eche el guante. (Lean AQUÍ la información)
La cosa varía por completo si, en vez de hablar de asaltantes, delincuentes o depredadores de la propiedad ajena, hablamos de okupas. ¡Ay, amigos, cómo cambia entonces la película!
El movimiento okupa goza de buena prensa y mejor fama. Se trata de un movimiento libertario que utiliza la ocupación de viviendas, terrenos o inmuebles vacíos con el fin de darles una utilidad social, cultural, asociativa y, a la vez, para denunciar las contradicciones de un sistema que permite que haya gente sin techo a la vez que mantiene casas vacías.
El movimiento okupa prima el derecho a una vivienda digna por encima del derecho a la propiedad privada, denunciando la especulación existente en torno al sistema inmobiliario.
¿A que suena muy bonito? ¡Y lo es! O debería serlo. Sin embargo, lo acontecido en la casa de la abuela Carmela de la Cuesta de la Albahaca, exquisitamente narrado por Javier Barrera en IDEAL, nada tiene que ver con los valores libertarios defendidos por la filosofía okupa.
Tampoco se trata de una gamberrada, sin más, de unos niñatos aburridos y sin otra cosa que hacer: los muy cabrones han tomado un hogar al asalto y lo han destrozado, violando la intimidad de su anterior dueña, revolviendo y hurgando en sus recuerdos y haciendo escarnio de cualquier muestra de sensibilidad.
No. No son okupas. Ni libertarios. Son delincuentes. Y, por mucho que proclamen en las redes sociales que vivan la anarquía y la cerveza fría, son una vergüenza para el movimiento anarquista.
Además, este tipo de sujetos y su sonrojante comportamiento, hacen las cosas mucho más difíciles a las personas que, sin recursos o en situación de exclusión, sí necesitan encontrar un acomodo para ellas y para sus familias: les convierten a todos en sospechosos y en potencial peligro.
Los extremos están condenados a tocarse: comportamientos supuestamente libertarios como el descrito no son más que una muestra de fascismo camuflado entre chupas de cuero y rastas de jipi-piji.
Jesús Lens