El pasado jueves, a eso de las nueve de la noche, iba caminando por el Camino de Ronda hacia el Zaidín cuando, a la altura de Alhamar y en sentido contrario, escuché a un coche a toda pastilla, como si estuviésemos en un circuito de Fórmula 1.
“¡Pero a dónde va ese hijoputa!”, recuerdo que mascullé en alta voz. Los transeúntes nos quedamos paralizados, mirándonos con estupefacción. No habían pasado unos segundos cuando se oyó el clonc.
Me di la vuelta y corrí en dirección a Recogidas, temiéndome lo peor. A esa velocidad, si el coche se había estampado de frente, la tragedia estaba servida.
El coche siniestrado, con el morro delantero hundido, estaba en mitad de la calzada, vacío. Antes de la colisión final se había dado con la mediana y perdió velocidad. Un coche gris, maltrecho, estaba junto a la acera. Afortunadamente, no parecía haber ocurrido nada grave, aunque la conductora del vehículo embestido parecía en estado de shock.
En la acera, el presuntamente descerebrado conductor estaba retrepado sobre una pared, con la mirada perdida en el infinito. Junto a él, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas y manejando el móvil compulsivamente, el otro pasajero del vehículo, mostrando restos de sangre en el polo. Y, lo peor de todo: según los testigos presenciales que les vieron bajar del vehículo, llevaban a un niño pequeño con ellos.
De repente, el de la mirada perdida se desvaneció. Tenía pinta de ser más por el cebollón que llevaba que por el que se había pegado con el coche. Aun así, cuando llegó la ambulancia, le colocaron un collarín y se lo llevaron en camilla.
Me sorprendió la calma con la que la gente reaccionó. Ese coche, en manos de aquellos dos enajenados, puestos hasta las cejas, podría haber provocado una masacre. Venía desbocado desde la rotonda del helicóptero y se había saltado varios semáforos en rojo. Después sabríamos que sus ‘hazañas’ comenzaron en un bar de Belicena, donde habían acuchillado a un tipo que trató de mediar en una bronca entre los dos prendas. (Leer AQUÍ la información de Carlos Morán)
Lo más sintomático era el ambiente de derrota y decepción generalizada que cundía entre la mayor parte de los presentes. “Estos, mañana están otra vez en la calle”, se oía entre la gente.
El jueves pasado, a eso de las nueve de la noche, en el centro de Granada y por fortuna, todo quedó en un susto. No pasó nada… para lo que podría haber pasado.
Jesús Lens