Lee uno palabras como James Joyce, Ulises o Dublineses y le entra una especie de miedo paralizante, de pereza inconmensurable, de tedio supino, de superior aburrimiento.
Lo siento, pero es así. Al menos, a mí me pasa.
¿Qué me llevó, pues, a comprar y leer una obra como “Dublinés”, de Alfonso Zapico?
Teniendo en cuenta de que “es una obra llena de detalles, está centrada en la vida de James Joyce y recorre con el autor los momentos, las conversaciones, las penurias y las aventuras con las que se fue construyendo una de las grandes figuras del siglo XX”, sería como para hacérselo ver, ¿no crees?
Ahora que, ¿y si nos encontramos a Joyce “escribiendo novelas o bebiendo cerveza? Es posible que le veas vacilándole a Yeats o riéndose de Proust en su propia cara. Si te lo cruzas, conviene no molestarle… Es mucho mejor reírse con él”.
¿Ein? ¿Perdón? ¿Reírse con… Joyce? ¿Con James Joyce? ¿Estamos locos, se nos ha ido la pinza o es que, quizá, Eduardo Madina había bebido demasiadas pintas al escribir ese párrafo anterior?
Pues no, amigos. No. Resulta que, efectivamente, James Joyce puede ser un cachondo. Al menos, eso piensa Alfonso Zapico. Y así nos presenta al autor de algunas de las obras más, más, más (*)… de la literatura universal: un juerguista nato, un irresponsable, un niño grande egoísta y sinvergüenza que vivía en los pubs y que cada libra que tenía, se la gastaba en una buena farra.
Alfonso Zapico ha escrito y dibujado un fastuoso álbum en que ha recreado el Dublín de los años 20 así como las grandes (y pequeñas) capitales europeas en las Joyce residió a lo largo de su vida. Un álbum fastuoso y desenfadado en el que veremos al genio irlandés echando la pota después de agarrar una kurda, a su hermano hecho un basilisco por tener que aguantar a un gorrón como el literato y a la señora Joyce hecha una energúmena, cansada de las golferías de su díscolo esposo.
Disfrutaremos con los paseos de Joyce por esa Dublín que, después, describiría con todo lujo de detalles en sus libros. Sentiremos la atmósfera de los pubs y descubriremos el proceso creativo de un autor que, no por consagrado, era menos humano que el resto de sus semejantes, con sus imperfecciones, infidelidades y miserias a cuestas.
Le veremos descubrir el amor y el sexo, comportarse como un irresponsable y caprichoso, viajar por toda Europa, pegando sablazos a todos los que se le ponían a tiro. Le encontraremos dando clases de inglés para sobrevivir y aquejado de la melancolía, la morriña y la saudade por su Irlanda perdida. Conoceremos esas leyendas que tanto le gustaban y le escucharemos entonar esas baladas que todo buen irlandés lleva impresas en su ADN más profundo.
Decíamos que “Dublinés” es un álbum fascinante. Fastuoso y desenfadado. Es uno de los grandes tebeos, o cómics, publicados por la imprescindible editorial Astiberri en su más que delicioso catálogo.
Penséis lo que penséis de Joyce, no dejéis de leer “Dublinés”. Eso no te garantiza que, después, leerás el “Ulises”. Pero sí, a buen seguro, que le tendrás menos manía.
Jesús Lens
(*) Que cada uno añada los objetivos que, consideren, mejor pegan en ese espacio.