Punto y seguido.
Cada vez que terminaba de ver una de las siete temporadas de esa joya, de esa maravilla que es “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, era como poner un punto y seguido a una historia adictiva y fascinante; atrapadora, envolvente, sugerente y… ¡añadid todos los demás adjetivos calificativos – superlativos que podáis imaginar!
Hasta que llegué al final de la Sexta. Entonces solo me quedaba la Séptima. Y esperé, esperé, esperé hasta que desesperé. Y la vi. Con avaricia. Con lujuria. Con ansia. De tres en tres episodios. A mediodía y por la noche. Y en un par de fines de semana.
Y se acabó.
¿Punto final?
Reconozco que había terminado de ver el último fotograma del último capítulo de la última temporada de la serie y que, lo que me pedía el cuerpo, era volver a ver el piloto, empezar por el principio. Otra vez.
Recuerdo que, estando en Málaga, compré el cofre con las siete temporadas. Estaba con unos amigos del equipo de baloncesto, que jugábamos en Estepona aquella semana. Creo que me gasté 120 euros, en el pack completo. Me miraban como los galos miraban a los romanos: “están locos estos pívots”.
¿Es mucho dinero? Si multiplicamos 22 capítulos por 7 temporadas y por 45 minutos cada capítulo, nos salen unas 115 horas.
Más o menos, a un 1€ por hora.
¿Qué os parece la ratio?
Por mi parte, podéis creerme: merece la pena. ¡Vamos que si merece la pena!
Momento anécdota:
Estaba un día viendo un excelente reportaje que hizo la HBO sobre la campaña de Obama, de las primarias hasta las elecciones presidenciales y, por fin, el famoso discurso de investidura y la toma de posesión. Uno de esos documentales íntimos en los que se permite al cámara introducirse en la intimidad más íntima del Presidente, su esposa y su séquito.
Y, sin embargo, no me lo creí.
Es decir, sabía que todo aquel ritual de las elecciones, los caucuses, los debates, las convenciones, etcétera, etcétera, etcétera era cierto y real. Y lo sabía no tanto por ser un devorador de prensa cuanto por haberlo visto en “El Ala Oeste de la Casa Blanca”.
Y lo había visto tan bien, a través de la óptica de tantos personajes tan bien trazados como Josh, CJ, Tobey, Leo, Sam o Donna; que Obama y su gente me parecían personajes de ficción mientras que Santos y Bartlet me parecían de carne y hueso.
El hecho de que el creador de la serie sea Aaron Sorkin, desde luego, es sinónimo de éxito, calidad y un marchamo de garantía certificada, como pudimos acreditar en su espectacular trabajo para “La Red Social” o, como ahora se rumorea, para poner en marcha el biopic del recién fallecido Steve Jobs.
No sé si os interesa o no la política americana, pero reducir a eso “El Ala Oeste de la Casa Blanca” sería como decir que “Centauros del desierto” es una película de vaqueros o, “El Padrino”, una de gánsgteres.
Porque series como ésta son un prodigio narrativo digno no solo de verse, sino de admirarse y estudiarse. Y de volver a verlo. Una y otra vez.
Jesús CasaBlanco Lens
¿Qué blogueamos la víspera de Todos los Santos, los últimos tres años? 2008, 2009 y 2010.