No sé quien tildó como ‘miércoles negro’ al día de mañana, cuando la ciudad será previsiblemente tomada por los agricultores de la provincia que, en sus tractores, complicarán el tráfico.
Viene la gente del campo a la ciudad para protestar por los irrisorios precios de los productos que cultivan. Irrisorios en origen, que a tiendas y supermercados llegan ya más hinchados, gorditos y mollares. Los precios, quiero decir.
No quiero mirar quien bautizó como ‘miércoles negro’ a una jornada de reivindicación tan necesaria como la de mañana porque estoy más o menos seguro de que se refería únicamente al tráfico y a la movilidad, sin que el apelativo tenga otras connotaciones. Pero no hubiera estado de más un algo de empatía y solidaridad.
Quienes lo tienen negro, pero negro de verdad, un día detrás de otro, son esos agricultores que mañana vendrán a la capital a hacer ruido, a hablar alto y claro.
Es un sinsentido total, un completo absurdo, que a nuestros agricultores les traiga más cuenta dejar que se les mueran los frutos en los árboles y las hortalizas en los caballones que recogerlos y cosecharlos para su venta. Más allá de lo kafkiano y lo surrealista, es vergonzoso e indignante.
Mañana será un día difícil para el tráfico en Granada, pero pasará. El jueves, sin embargo, la gente del campo lo seguirá teniendo crudo. Y el viernes, el sábado y el domingo.
Ahora que en el mundo de la gastronomía y la restauración se apela al kilómetro 0, al producto de temporada, la cocina de mercado y la economía circular; deberíamos echarle una pensada a lo que incluimos en nuestra cesta de la compra cuando vamos al súper.
¿Es necesario comprar mangos cultivados en Sudamérica y traídos en avión, por ejemplo? ¿No podemos esperar a comerlos cuando estén maduros los de nuestra Costa Tropical? Por lo del apoyo a nuestros agricultores, claro que sí. Y por lo de la huella ecológica, también. Miren el origen y la trazabilidad de las frutas y verduras que comen a diario. No es cuestión baladí.
Jesús Lens